¿Qué éxodo che?
Roberto Sari Torres
Es en el hipotético limbo del transfinito
cosmos de la inmaterialidad de las vidas perdidas (o pero: olvidadas), donde dos
antiquísimos gauchos, en pata y a penas, por los hombres, cubiertos con sendos
ponchitos de basto genero, cribados por los mosquetazos que los godos les
tiraron durante el largo combatir por la libertad de la patria del yugo ibérico, se encuentran mateando a la
sombra cuántica de un espinillo teórico; allá por campos que ya no son “pa’
lau” del extenso Arroyo Grande.
Hace 200 años que ambos están allí como
ectoplasmas invisibles en la penumbra del monte en la tardecita. Cual bravíos
toros de Hernandarias, clavaron “las guampas” ahí; malheridos hacía unas
semanas en uno de los tantos combates guerrilleros que tenían lugar en ese
“campo de nadie”(a tiro de cañón) que ceñía las murallas de la sitiada y, hasta
ayer, “muy fiel y reconquistadora ciudad de San Felipe y Santiago de
Montevideo”… un pomposo y largo título para encanto de los monárquicos que
rechazaban por Serratea, al tiempo que maldecían a Artigas.
Tales inmaterialidades hacía 200 años
que vivaqueaban sin humo, velando sus osamentas; rodeando un fogón sin tizones
ni llama; tomando mate con yerba “eterna”, sin gusto a nada y que nunca se
lava. Desde los tiempos en que Lavalleja metió preso a Rivera, un poco “pa’
lau” del Monzón, y a quien Oribe quería fusilar al enterarse que la misión de
“Frutos” era matarlos a los dos, al precio de mil pesos por cada uno, el lugar
de las tumbas perdidas no se había visto tan conmocionado por el ir y venir
multitudinario .
Tras el episodio de Monzón, (donde
cualquier “abrazo” no es más que, y únicamente, historia panfletaria) pasaron
185 años de silencio en el lugar, donde hoy un molle ceniciento tutela el viejo
osario de la patria, pero he aquí y ahora que el paraje se conmueve con al atronar
de una inmensa caballada, más elegantes y gorditos que los que domaron ellos y
montados por “jinetes turcos”- por las bombachas que nunca los revolucionarios
orientales usaron.
-¡Que relajo es este!- pregunto Manito
Morales con un grito sin voz.
Su compañero de ultratumba, El Morisco
Pardiñas, no le contestó porque por efecto del asombro estaba como una estatua
(de ectoplasma pero estatua) quieto, como el mamboretá en el molle presto a
darle caza con un certero “zarpazo” al infeliz del tábano, que moviéndose en la
ramita se iba poniendo a tiro de las “zarpas” del ortóptero. Cuando reaccionó
con palabras audibles solo para Manito, que al parecer eso era el fin de la
etapa de un “éxodo” de estos tiempos; pero tan extraño como inédito para
gauchos muertos de tan vieja prosapia oriental rebelde, como fueron ellos.
El paisaje humano y caballar que se les
presentó a sus ojos sin luz ni pupilas como las tienen los vivos. Como ninguno
los podía ver, acuciados por la oscuridad tras 185 años de tedio, se lanzaron a
pasear de vivo en vivo memorizando todo lo que veían, escuchaban u olían.
Además iban tocando todo; lo que a los “vivos” acampantes tocados lo único que
les provocaba era una breve sensación como de un cubito de hielo deslizándose
desde el cuello a los pies, cuesta abajo, entre la ropa y la piel, pero nada
más. De todos modos a los gauchos ectoplasmáticos, a ellos que ya estaban más
allá de todas las cosas, el vivaquear de este “éxodo” de nuevo tipo no les daba
tregua para recuperarse de los asombros a cada paso que daban, por entre
fogones donde chirriaban algunos asados y el agua para el mate hervía en las
“troperas”.
Desde el “universo” intangible preguntó
El Morisco que: -¡Bo, Manito!
-¿Qué pucha es todo esto?-
-¿Y yo qué sé hermano? ¡Es más raro que
vivir a lo muerto y con eso ya te digo todo Morisco! Si el viejo de acá al lado
nos pregunta, solo le diremos que era una caballada que pasaba arreada por
tropilleros que no vimos, y nada más.
Y razón no le faltaba a Manito porque ni
el mismo creería el cuento de que los arrieros parecían ir disfrazados de
turcos, enfundados en bombachas (o bombachudos estilo otomano) camisas de fina
costura, sombreros europeos (y no “panza e’burro”) botas de capellada y
lustrosas y no “botas de potro” o lonjas crudas, apenas vaqueteadas con las que
se envolvían las patas y las canillas aquellos guerrilleros artiguistas, tan
muertos como ellos. Algunos “exodistas” exhiben ponchos de clubes, de esos que
usan “Los maracanases que vienen del pueblo/a elogiar divisas ya desmerecidas”
De unas cajitas que cabía en una mano
sonaban los timbales “y la gente hablaba con no se a sabe quién porque no
tenían a nadie enfrente al que dirigir sus palabras. Además los aparatitos se
iluminaban cada vez que sonaban o eran utilizados para hablar con un mundo
fantasma que ni ellos mismos podían imaginárselo; o cuando mandaban mensajes
picoteando en un tecladito, en el dedo como lo hace la gallina con el pico en
el suelo cuando come su maíz. Más allá andan unas “indias” celuleando con MP3 y
gauchos citadinos sentados en sillas playeras “chateando” en las computadoras
con otros “exodistas”, de un poco más allá de unos “ocalitos viejos” o con
amigos y/o familias de los “artigueros 2011” que, a diferencia de las de 1811, ellas
se quedaron en “las casas”. La demagogia de la TV violentista las tienen asustadas.
La vista de calderitas troperas entre
las brasas alegró por un momento a los dos muertitos, aunque los gauchos del
siglo XXI cebaran mate con bonitos termos de acero inoxidable, en los potreros descansa
la caballada y cerquita de los fogones están aparcadas “las carretas” del éxodo
bicentenario, conocido por “4x4”; de variados colores y brillos, cuatro ruedas,
luces potentes y de marcas exóticas.
-¡Déjate de algarrobo y lapacho
bo!-¡Estas son de acero y no de cuero, che!-exclamo Manito agarrándose la
cabeza transparente (o ausente, da lo mismo, ya que no se ve).
No se sabe si “la indiada” y “el
gauchaje”- éxodo 2011-con los celulares, cámaras fotográficas y/o filmaciones,
se comunicaban (o trataban de hacerlo) con los “tubichá” del Lacán Guazú (Río
San Salvador) y una vez “subido a la red”, todo iría a ilustrar al populoso
criollismo del ciber espacio. Los finados de 1811 no sabían que habían visto el
futuro, donde al parecer lo auténtico se ha perdido entre la sofisticación de
la falsificación del heroísmo y viejo realismo revolucionario.
Por eso Pardiñas y Morales volvieron su
espíritu a sepultar bajo la raíz del molle y esperar allí el año 2111 a ver qué pasa o
cambia.
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