La
herencia de Bioy: amores secretos y muertes en un juicio de película
A 100 años del nacimiento del
escritor, gran parte de su legado quedó en manos de la madre de su hijo
extramatrimonial.
POR RAQUEL
GARZÓN
“Siempre
pensé que las bombas de tiempo debieran llamarse testamentos”, escribió Adolfo
Bioy Casares, Premio Cervantes 1990, al recordar las esquirlas que dejó la
herencia de su abuela. Pero la frase, recogida en Descanso de caminantes, una
edición de sus diarios íntimos publicada en forma póstuma, resume como ninguna
lo que pasó cuando apareció su propio testamento, pocos días después de su
muerte, el 8 de marzo de 1999. En él, Bioy dejaba el 20 por ciento de sus
bienes (que incluían un departamento en Cagnes-sur-Mer, Francia, donde el autor
de La invención de Morel amaba pasar el verano), a Lidia Ramona Benítez, su
enfermera.
El 80 por
ciento restante debía dividirse en dos mitades: una para su hijo, Fabián Bioy
Demaría, y la otra, entre sus tres nietos, hijos de Marta Bioy Ocampo. Una seguidilla
inconcebible de muertes –la de la escritora Silvina Ocampo, su mujer, en 1993,
luego de años con Alzheimer; la de su hija Marta, víctima en 1994 de un
accidente de tráfico ridículo y fatal; la del mismo Bioy Casares en 1999 y
finalmente, la de su hijo Fabián, en 2006, a los 42 años de edad– encadenó
varios juicios sucesorios con un resultado insospechado. La carambola del
destino quiso que los derechos de autor de dos de los escritores más
espléndidos de la literatura argentina del siglo XX y gran parte del patrimonio
en juego –valuado provisoriamente en 2007, con un dólar a $3,15, en poco más de
8,5 millones de pesos, según surge del expediente judicial, que consultamos–
estén desde el pasado marzo en manos de la madre de Fabián, una de las amantes
de Bioy, seductor tan aplicado como admitido.
Al
conmemorarse mañana el centenario de su nacimiento, detenerse en los detalles
nunca revelados de este folletín judicial de casi 15 años y más de 4.000 fojas
es indagar no sólo en las reediciones y futuros libros de inéditos de ABC y de
Silvina, sino también en el destino de uno de los tesoros más preciados de
cualquier autor, su biblioteca: unos 20 mil tomos de enorme valor literario y
económico, que la Universidad de Princeton quiso comprar y trasladar a los
EE.UU. en 2000 (Ver en la pág. 44 “La biblioteca ...”).
La saga
refleja, además, los efectos de la inestabilidad política de nuestro país y sus
cicatrices en un patrimonio familiar: el expediente registra cómo, desde 1999
las valuaciones de los bienes y demás cuentas involucradas en la sucesión sufrieron
los vaivenes del país. Empezaron en tiempos de convertibilidad y luego fueron
parcialmente pesificados, recalculados en diversas ocasiones y consumidos por
gastos de mantenimiento, honorarios de abogados y peritos e inflación.
Las
versiones difieren: allegados al escritor sostienen que su intención de
beneficiar en el testamento a Benítez, la enfermera que lo asistió los últimos
nueve años de su vida, era conocida y habría complicado la relación de Bioy con
sus nietos, Florencio, Victoria y Lucila, huérfanos desde 1994, quienes a
partir de la muerte de su madre, vivieron estos juicios sucesivos como un
“trauma” que les llevaba la vida entera, según una fuente que pide reserva.
Consultados por Clarín para este artículo, los jóvenes Bioy declinaron participar
por tratarse de “un tema muy personal”. Pero declaraciones previas de
Florencio, realizadas a Alejandra Rodríguez Ballester para la revista Ñ,
traslucen el desgaste emocional de haber vivido “desde los 20 años en
sucesión”.
Otras
fuentes (entre ellas una entrevista con Fabián, el hijo de Bioy, publicada el
20 de marzo de 1999 en el diario madrileño ABC) indican que la familia se
enteró de que Bioy Casares dejaba a la enfermera el quinto de su fortuna cuando
Lidia reclamó judicialmente el inventario y la tasación de la biblioteca y
demás bienes de los pisos 5to y 6to de Posadas 1650, donde Bioy y Silvina
Ocampo vivieron gran parte de su matrimonio de 53 años. La propiedad –697
metros cuadrados más terraza, situados en una de las mejores esquinas de Recoleta–
se vendió por dos millones setenta y cinco mil dólares, en diciembre de 2000.
Pero recién en junio de 2013 la justicia ordenó que parte de ese dinero se
usara para pagar el grueso del legado. La enfermera cobró, en efectivo, 307.706
dólares, salvados de la pesificación por su carácter de depósito judicial
(según resolución de abril de 2002).
No es la
única sorpresa de un juicio sucesorio que bien valdría una serie de televisión
y del que participaron decenas de abogados (algunos murieron y fueron reemplazados
por sus herederos a la hora de trabajar o de cobrar), escribanos,
administradores provisorios, peritos, tasadores y expertos varios. Hoy los
derechos de autor de la obra de Adolfo Bioy Casares –valuados en diciembre de
2005 en poco más de un millón y medio de pesos– y la mitad de los de Silvina
Ocampo –tasados en 258 mil- no están en manos de su familia. Pertenecen a Sara
Josefina Demaría, madre y heredera de Fabián Bioy Demaría, el hijo
extramatrimonial que Bioy Casares tuvo con ella en 1963. “Finita”, una
bellísima mujer de alta sociedad por entonces casada con Eduardo Ayerza, con
quien tuvo otros tres hijos, se separó cuando Fabián tenía 6. Al morir este en
2006, soltero y sin descendencia, lo heredó su madre.
La razón de
los porcentajes asignados a Fina Demaría y a los nietos de Bioy tiene
fundamentos legales. Reconocido por Bioy en 1998 (hasta entonces llevaba el
apellido Ayerza), Fabián heredó de su padre bienes y derechos, entre ellos, la
mitad del patrimonio de Silvina Ocampo que Bioy recibió a la muerte de ésta, en
1993. Durante el juicio sucesorio, además, Fabián inició otro contra sus
sobrinos, para compensar valores por una porción de Rincón Viejo, un campo que
el escritor había donado a su hija, Marta Bioy Ocampo (concebida con otra de
sus amantes, María Teresa von der Lahr, y luego adoptada, amada y criada por
Silvina como propia).
Rincón
Viejo, en Pardo, provincia de Buenos Aires, es una propiedad de más valor
literario que económico (más de siete millones y medio de pesos, según una
tasación judicial provisoria de 2007). Allí, promediando los años 30, Bioy y
Borges iniciaron su trabajo en colaboración escribiendo un folleto de yogur
para La Martona, empresa de los Casares, la familia materna de Bioy (para otro
artículo guardamos el análisis de la increíble amistad entre el donjuán
irrefrenable y el tímido sin suerte). Este campo, especialmente querido por
Bioy, fue también el sitio donde él y Silvina vivieron antes de casarse y donde
él escribió algunas de sus obras esenciales, como la novela El sueño de los
héroes (1954). Respetando el deseo del escritor, Rincón Viejo quedó en manos de
la familia de Marta. Pero la Justicia reconoció a Fabián el derecho a ser
compensado por su valor, de allí que la mayor parte del dinero obtenido por el
piso de Posadas le correspondiera a él y, a su muerte, a su madre, Fina.
El campo es
administrado por Florencio Basavilbaso Bioy, el nieto mayor del escritor. A él
y a sus hermanas –Victoria y Lucila– corresponde la otra mitad de los bienes y
derechos de autor de Silvina Ocampo, heredada por Marta. Y además, los derechos
morales sobre las obras de sus abuelos. Explica un conocedor de la causa, quien
pide anonimato: “Los derechos morales que apuntan a preservar la integridad de
una obra y la buena imagen de un escritor, tras su muerte le corresponden más a
su sangre que a cualquiera. A Fabián y a Marta, sus hijos, si hubieran vivido;
no estando ellos, a sus nietos.”¿Podrían oponerse los nietos a editar o
reeditar algunas obras que encontraran inconvenientes? “Tendrían voz en el
tema, pero no creo que requieran hacerla oír nunca, porque es un trabajo que se
hace con mucho conocimiento y respeto”, señala el experto. Este juego de
equilibrios se relaciona con los inéditos de ambos autores en cuya edición y puesta
en valor trabajan, desde hace años, los curadores Daniel Martino (de la obra de
Bioy) y Ernesto Montequin (de la obra de Silvina Ocampo). El diario íntimo que
Bioy llevó por medio siglo le fue donado por el propio Bioy a Martino, junto a
quien trabajó los últimos años de su vida en la preparación del monumental
Borges. “Los derechos de autor son de Fina Demaría, pero la decisión de qué se
publica, cómo se publica y cuándo se publica corresponde a Martino”, precisa
esta fuente. Hay además fotografías, una obra que Bioy desarrolló entre 1958 y
1971 y que recién empieza a ser valorada (recogida en Revista Ñ, el 30/8). Una
selección integra la muestra “El lado de la luz, Bioy fotógrafo”, que se
inaugura el 25 de este mes en el Centro Cultural San Martín.
La
conservación y el destino de la biblioteca y papeles privados hallados en el
piso de Posadas –que se asignaron en la partición por mitades a la Sra. Demaría
y a los nietos de Bioy– mereció un incidente judicial aparte. “Nadie quiere
hablar de valores”, afirma un allegado a los herederos. “En 2000 hubo una
oferta de la Universidad de Princeton por la biblioteca, pero como todavía no
se sabía a quién le iba a tocar y la valuación estaba pendiente, se desestimó.”
La oferta de esa universidad llegó al juzgado por correo. En lo peor de su
enfrentamiento con el ex marido de su hija Marta, Teresa Costantini ofreció
comprarle la biblioteca a Bioy por un millón de dólares, con uso de ésta para
Bioy. Recuerda Soledad Costantini, su hija: “Había tantos problemas en la
familia por esos años, que mi madre juzgó con sensatez que no teníamos garantía
de que podrían cumplir un trato así”. Pero no es la única. En una audiencia del
8 de abril del 2003, el expediente registra otra “propuesta de compra”, ésta de
US$ 200 mil, tampoco aceptada. Entretanto, la Biblioteca Nacional está
interesada, según dijeron.
Extraído
de: http://www.revistaenie.clarin.com/
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