El Uruguay
Isidoro De María
I
El Uruguay, esa magnífica corriente de agua que se extiende desde las montañas de Santa Catalina en Brasil hasta la boca del Guazú para derramarse en el caudaloso Plata, da nombre a la joven nación que tiene asiento a la entrada del río como mar descubierto por Solís, y cuya linda capital aparece como un cisne en la izquierda de su márgenes, teniendo por atalaya el Cerro de Montevideo.
Nací en sus riberas, creciendo bao el azulado cielo que le sirve de espléndido dosel.
Dejadme que por un momento me transporte en alas del pensamiento al seno del pintoresco Uruguay, y contemple extasiado las islas, los bosques y las flores que lo engalanan, embalsamando su ambiente y deleitando la mirada del viajero y de los moradores de aquella comarca.
Dejadme que postrado de hinojos admire y bendiga en él uno de los rasgos magníficos de la obra sublime del Creador, leyendo en ese libro misterioso de la naturaleza, escrito con caracteres imborrables por la mano de Dios.
Dejad que en plácidos ensueños se deslice mi barquilla sobre la tersa superficie de ese espejo donde se retratan los tupidos y altos arbolados naturales de perenne verdor que bordan sus orillas, mudos testigos de tantas acciones heroicas, de los primeros acentos de la fe, y también del martirio desde los remotos tiempos en que Solís, Gaboto y Alvarez Ramón pisaron sus arenas.
Dejad que despertando salude con emoción y respeto los sitios silenciosos y célebres donde un día plantó su tienda el famoso Artigas, y donde el heroísmo de los Treinta y Tres legendarios orientales, con Lavalleja a su frente, desplegaron al viento la simpática bandera de la redención de la patria, jurando vencer o morir por ella.
II
¡El Uruguay!...¡Qué pintoresco, qué majestuoso aparece a la vista! La primera vez que lo vi, cuarenta años ha, quedé encantado. Lo navegaba en un buque de vela, porque hasta entonces la navegación a vapor era desconocida en esa corriente de agua que ahora surcan palacios flotantes esparciendo sus espirales. Contemplándole preguntaba mentalmente de qué regiones venía y adónde iba. En su mudo lenguaje, parecía responder: "Vengo de lejanos lugares bañado en mi curso las costas de espléndidos territorios en más de trescientas leguas, para ir a engrosar el río como mar que la ilusión o el egoísmo humano llamó Río de la Plata, queriendo decir río de la libertad, de la prosperidad, de la vida futura, confundiendo mis aguas con las del Paraná en el Guazú, para derramarlas en la inmensa vía acuática del comercio y de la sociabilidad de los mundos, llamada el Océano Atlántico".
El Río de la Plata es hijo de dos ríos de gracia y de poesía: Uruguay y Paraná, como para dar a entender que la libertad y el progreso de los pueblos son hijos de las musas. El Océano es la unidad, la vida misma del espíritu humano. Sin ese lazo divino la humanidad no fuera un solo y mismo hombre que vive siempre y perpetuamente progresa.
Entramos en el Uruguay dejando a la derecha el Carmelo, la creación de Artigas, y a esa altura la isla Sola. ¡Cuánta belleza en la perspectiva! Una sonrisa inefable es la expresión de las impresiones plácidas del viajero. A unas seis milla de navegación se halla la estancia de Castells, construida con subterráneos, desde remotos tiempos, por los jesuitas con entrada a unas veinte millas de distancia del arroyo de las Víboras. Más adelante Punta Gorda, solitaria y desierta entonces, y que en una prominencia descuella hoy el obelisco iniciado y erigido por Domingo Ordoñana a la memoria del inmortal Solís, del insigne Gaboto y de Alvarez Ramón, primera figura histórica en el descubrimiento de estas regiones y en la explotación del Uruguay.
Siguiendo aguas arriba se encuentra Higueritas o Nueva Palmira, entonces la primera población ribereña hasta Paysandú; y más adelante la punta Chaparro y el arroyo Gutiérrez, lugares históricos de la Agraciada donde desembarcaron los Treinta y Tres patriotas orientales el año 25, entonces solitarios también, donde hoy se destaca la modesta columna levantada por el patriotismo el año 81, en recuerdo de aquellos héroes.
Continuando la navegación a merced del viento, ya favorable, ya contrario, llegamos al Yaguarí, donde desemboca el río Negro. Se hallaba allí la estación de Pandeur, bergantín francés, cuyos nobles marinos acababan de regresar de esparcir en los montes del Uruguay cantidad de naranjas dulces, con la idea de que germinasen sus semillas, y acaso un día matizasen sus selvas el naranjo y sus azahares.
Inmediato a las islas del Yaguarí aparece el Rincón de Haedo, donde la historia coronó un día las armas de la patria, dirigidas por Rivera. No pacían en sus campos las haciendas de otro tiempo, que los cubren hoy, alimentando las grandes faenas del valioso establecimiento de Liebigs.
Doblándolo, aparecen las barrancas de Fray Bentos, donde apenas se perciben a sus inmediaciones los vestigios de la higuera que dio sombra el siglo pasado al ermitaño de que tomó nombre el lugar.
De este sitio desierto y solitario en aquella época surgió un pueblo como por encanto, a favor de la paz y de la libertad; y en pos de él, la hermosa fábrica Liebigs, donde la mano de la industria elabora el celebrado extracto de carne de ese nombre, reputada en su clase primer establecimiento de Sud-América.
Mercedes y el río Negro desde la altura de la Catedral |
Remontando el alto Uruguay no se veían sino costas desiertas hasta las villa de Paysandú y Salto, únicas poblaciones que asomaban sobre el litoral del Uruguay, desde Palmira.
Ahora, otro es el cuadro que se dibuja en sus riberas y en la superficie del correntoso río. Coronadas de nuevas poblaciones y establecimientos valiosos de industria y comercio, que se extiende hasta el confín del territorio Oriental, como Villa Alejandrina, Independencia, Nuevo Berlín, Guaviyú, Constitución, Belén y Santa Rosa, los establecimientos de Bopicuá, Wendlestag, Román, Bella Vista y otros, que dan vida y movimiento a aquellos lugares, entrelazados con los faeneros de carbón y leña, y por último, el astillero del Salto y los productivos viñedos como el de Harriague, que dan rico vino de la tierra, han cambiado el aspecto de aquellos parajes ensanchando sus horizontes y asegurando un próspero porvenir.
Cientos de velas lo navegan: el chalanero boga alegre en su barquilla en torno de las islas; el vapor surca sus aguas, acorta las distancias, acelera la comunicación y facilita los transportes.
Parece que sus bosques sonríen más, que sus ramas inclinadas
besan más contentas las aguas que bañan su pie, y que las avecillas que los pueblan y alegran con su variado plumaje y sus trinos, se concertases para acompañar más plácidos el progreso, el movimiento y la prosperidad de aquellos sitios pintorescos que se retratan en el espejo de las aguas del Uruguay.
Montevideo, 1891
Isidoro De María (1815-1906), escritor, historiador, periodista y pedagogo. También fue diputado por el departamento de Soriano. Padre de Alcides y Dermidio De María, quienes introdujeron la primera imprenta a Soriano y fundaron, en Mercedes, el primer periódico del interior del país, "El Río Negro"(1857)
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