Aunque la sociedad ha cambiado algunas prácticas populares aún perduran, como las tradicionales curanderas.
Forman parte de la tradición oral de nuestro pueblo y todavía en la actualidad muchas personas suelen consultarlas para que les cure el famoso empacho, problemas estomacales, por una insolación, recalcaduras, o por la paletilla caída.
A continuación dos testimonios, separados en el tiempo pero unidos por esa misma tradición que ha perdurado en el tiempo.
Un yuyo salvador
"Una morena que muere a los 127 años de edad según nos enteramos leyendo "El Paysandú", murió el 15 del pasado, la vieja más vieja que el tabaco -Antonia Osorio de Sandoval- que por muchos años residió en el paraje denominado paso del Palmar de Porrúa (Río Negro). La anciana negra había nacido en el año de 1791.
La morena que acaba de morir -agrega el colega sanducero- fue durante muchos años la curandera del pago.
Curaba con palabras y con yuyos; y hasta operaba, si se ofrecía el caso.
No se paraba en barras ante ninguna enfermedad. En su botiquín criollo había siempre un yuyo salvador; y cuando no lo había, con darse una vuelta por el campo de su propiedad encontraba el remedio infalible.
Se reía de los doctores de la ciudad que andan en coche y recetan drogas. "Que mas remedio que los de la tierra nuestra madre!" Decía en otro tiempo la morena Antonia. Y curaba, y curaba; y cuando el paciente se moría nunca faltaba una disculpa para justificarse.
La negra Antonia se jactaba de haber conocido a Lavalleja.
"Cuantas veces le he cebao mate a mi compadre" -dicen que decía la morena.
También conoció a Artigas, a Rivera y a una cantidad de jefes y caudillos pero su devoción era hacia Lavalleja y de Lavalleja contaba mil interesantes anécdotas.
A la negra Antonia no le eran desconocidas tampoco las faenas camperas y por eso, en otro tiempo ella misma recorría su campito, curaba sus majadas, y, si se ofrecía, enlazaba o pialaba un novillo cerril.
Corazón bueno y generoso, hacía todo el bien posible, de ahí las simpatías que gozaba en su pago, y el sentimiento de pena que despertara ante los clientes de su "consultorio médico" al difundirse la noticia de su fallecimiento".
(Diario "El Progreso", Mercedes, 5 de marzo de 1918)
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Inés García, la curandera de Risso
“Hay cosas que la medicina no puede curar”
Aldo Roque Difilippo
Inés García de Peralta vive en pueblo Risso. Nos recibió en su casa con una sonrisa franca para conversar de su oficio de curandera. Aunque comenzó diciendo “yo no soy curandera, venzo algo, todo no lo puedo hacer”.
¿Qué es ser curandera?
-Es algo que Dios me da, o que a usted le gusta aprender. Uno lo hace para aliviar a una criatura, a una persona que venga a pedirle, que le ayude, que le saque ese dolor del estómago, que le alivie una paletilla caída, o un dolor de cabeza, una recalcadura; en fin todas esas cosas fáciles. Yo de otras cosas no me ocupo.
¿Y en esta comunidad, con tantos peones rurales, cuáles son las principales consultas que tiene?
-Siempre es el estómago, la cabeza…
¿Y el viejo y querido tirón de cuerito?
-No eso no. Sabés que no aprendí nunca, y no me gustó nunca porque yo digo si tiramos del cuero me parece que se puede desprender alguna vértebra, o sentir algo.
Casi todos dicen: ‘fuiste al curandero’ con cierto desprecio. ¿No nota que esta actividad está mal vista?
-Está mal vista. Algo que no tendría que ser. Hay cosas que la medicina no puede curar, y si no es por una curandera. ¡Y los cura el curandero! ¿La paletilla a usted quien se la cura? Vaya usted a un doctor a ver si no le manda una crema, y esa maldita crema le hace mal. Le hace mal, y se lo digo con propiedad.
Mientras tanto ahí está el curandero de Rodó, que va tanta cantidad de gente lo visita. Ese señor cura de muchas otras cosas, es distinto a un empacho…
¿Usted a qué edad empezó a curar?
-Cuando era muy jovencita. Se lo aprendí a una señora viejita. Yo me iba con la niña para afuera y ella me dijo ‘vos sabés curar de algo’. ‘No, que voy a saber’, le dije. ‘Yo te voy a enseñar a curar algo. Sino vas a ir afuera y no vas a saber ni curar a tu hija’. Y me enseñó dos o tres cosas, y me gustó después. Me encantó. Con decirle que lo siento adentro a esto, y a veces digo lo voy a dejar, no voy a curar más, pero vienen y me dicen ‘no dejes por favor’ …
Pero esos conocimientos cómo se trasmiten. A usted se los trasmitió esta señora, y después, ¿tuvo contacto con otros curanderos?
-No, con curandera ninguna. Eso lo tengo yo adentro.
¿Es un tema de fe?
-Si de fe. Hay que tener mucha fe.
¿Y si el individuo que viene con una dolencia no cree?
-¡Ah!, no se cura, quédese tranquilo que se va con el dolorcito nomás. Porque a qué vino, a reírse de la persona.
De repente la persona viene buscando una solución pero no cree que el otro tenga el poder de curarlo. ¿Le ha tocado esa situación?
-Ha habido gente que sí, que ha venido y me ha dicho ‘bueno, muchísimas gracias’, y se va, pero no se ha curado, porque vienen para ver. Como hay otros que tienen una fe que se mueren. Con decirle que yo estoy curando de acá a Montevideo, con palabras, criaturas y demás. Por eso le dijo que quisiera dejar porque a los años míos, no tengo tanta fortaleza…
¿Qué es curar con palabra?
-Usted hace la oración y tiene que usar sal. Entonces yo le hago la oración a usted y digo esas palabras y después me dice si se alivió o no. Acá enfrente nomás tengo testigos que esa señora, la hija está en Montevideo, y le manda decir ‘haceme curar con Inés por favor porque estoy desesperada del hígado’. Ella cruza y me dice ‘Inés curala a fulana’. ‘Bueno, andá nomás tranquila’. Después a la noche viene diciendo: ‘Se alivió en seguida’. Por eso le digo, es la oración; y en eso está Dios.
¿Es católica?
-Católica por demás. Creo mucho en Dios, porque Dios es el poder más grande que tenemos. No sé si usted… no quiero ofender…
¿Cómo interpreta usted si la otra persona cree o no cree? Cuando por lo general las madres llevan a los niños a curarle el empacho, o el dolor de cabeza, y el chiquilín tiene dos tres meses y no entiende nada.
-A no entiende pero entiende. Si viene una criatura ahora, yo ya sé si es la barriga la cabeza, o los oídos; porque adentro a usted le da, lo siente., y cuando lo estoy curando del empacho le mido el estómago y le digo estás hasta aquí, y yo voy hasta allí nada más. Más de eso no me da. Eso quiere decir que uno trabaja con Dios.
Yo mal no hago a ninguno, porque no lo aprendí.
¿Un curandero puede hacer mal? Porque por lo general al curandero se lo asocia con curar el empacho…
-Hay curanderos y hay hechiceros. Al curandero igual, yo voy y le digo, ‘él, se llama así y así, y quiero que se aparte de mi camino’. Entonces el curandero hace que se aparte del camino mío.
¿Y cuántas personas se atienden con Usted?
-Y muchas, siete, ocho por día. Hay veces que se llena.
- 74.
¿Tiene algún discípulo? ¿Le trasmitió lo que sabe a alguien más?
-No.
Algún familiar, algún amigo, algún allegado.
-Muchísimos me lo piden: ‘Inés no te vas a morir sin pasarme algo’. Pero no.
¿Y qué va a quedar?
-Y que no quede nadie.
Gana la paletilla caída, el mal de ojo…
-¡Y bueno!. Puede ser que después cuando me vea desgastada se lo diga a alguna persona, si es gustosa.
¿Qué condiciones debería tener una persona para ser curandero?
-Que todos los días tiene que estar igual. El ánimo y tratar la gente como tiene que tratar. Bien. Porque es un paciente que viene, uno no lo puede sargentear ni nada, y sea la hora que sea, como a mi me pasó, que la gente venía, cruzaba campo oscuro para venir a que yo lo atendiera, y usted tiene que levantarse a cualquier hora de la noche. Hay que tener mucha paciencia.
(las fotografías que acompañan esta nota fueron realizadas por Ruben Cabrera)
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