sábado, 26 de marzo de 2011

Un cuento

 “Los zapatos” o, “La Rebelión

 

L. S. Garini

La mujer joven ha entrado en la habitación de la mujer ya madura, pero no vieja todavía, y le ha pedido unos zapatos para completar un traje de disfraz. Desearía ir a un baile con su novio, y le ha pedido también que los acompañe.
Las “niñas” de la casa ya han salido y ella ha quedado sola. Además, será su primer baile.
La mujer madura ha demorado en responder, y después, casi gritando, le dice que se mire los pies, que es asombroso que pretenda meterlos en sus zapatos, que ni aún rompiéndolos, cabrían, y que no irá ni a ese ni a ningún baile en lo que le queda de vida. Que está aburrida de ir a fiestas y permanecer en un rincón, viendo como los otros se divierten.
Tenía que rebelarse. Ya comenzaba a estar por debajo del perro que había tiempo integraba el conjunto familiar. Tenía que rebelarse, y saldría de la posición de cosa-mueble, utensilio, o lo que fuera, y les haría frente a todas aquellas personas.
La parienta lejana, la parienta pobre, la esclava para todo uso, y ni parienta lejana era talvez. La habían utilizado para criar a todos aquellos pequeños salvajes que un poco más grandes, le habían pagado sus cuidados con insultos, y con puntapiés.
Y para lavar ropas sucias, con sangre coagulada y otras “porquerías”, y llevar a esos mismos niños a sus clases de la escuela, y después darles la “papita rica” y aguantar todas sus impertinencias. Y para acompañar a las niñas ya casaderas y sus novios a fiestas donde la dejaban sola.
Y para atender enfermos malhumorados y con malos olores. Y jamás un solo momento agradable, ni un solo elogio.
Sus pies, por ejemplo, de líneas armoniosas, de dedos unidos, largos, que nadie ha mirado una sola vez siquiera. Y las manos, y el aspecto general de su persona. Siempre ocupando el lugar de acompañante de otros. Una cosa útil para eso solamente. Y nunca una palabra de reconocimiento.
Toda esa belleza ha quedado desaprovechada. Y no han sido los zapatos los “importantes” –los pies, han sido los “importantes”.
Los zapatos parecían excelentes, porque han estado colocados sobre sus pies. Siempre había cuidado de sus pies, y también de sus manos. Pero había cuidado más sus pies. Las manos tenían a veces que ocuparse en  trabajos en los que no podía usar guantes. Los pies estaban siempre metidos en zapatos de buena calidad. Era su única satisfacción y su único lujo, poder usar esa clase de zapatos. En ningún momento usaba zapatillas. Ya desde que dejaba la cama, estaba calzada con zapatos. Les hacía colocar una y hasta dos chapas complementarias a los tacones. Estaba así más aislada del suelo. Y casi todos los trabajos los hacía con guantes; guantes de goma, o guantes viejos de cuero. Los contactos con las carnes, o aún con las verduras, la molestaban. Eran materiales un tanto repulsivos para ella. Le traían el recuerdo de otros, los que aparecían cuando las “señoras” o “señores”, expulsaban al exterior a sus crías. Y tenía que atender a esas “señoronas”, las ex – niñas, que volvían a repetir por tercera vez, o cuarta, o quinta, las ocurrencias de la madre.
Y tenía que moverse con rapidez, caminando sobre los líquidos semisanguinolentos, con el riesgo de caer y estropear uno de sus pies, o los dos.
Eso era la “vida”, decían las personas de la “casa” o la continuidad de la vida.
Y era ella, con su virginidad  inalterable, la que tenía que aguantar las consecuencias de la continuidad de la vida, o las consecuencias de que, primero la madre, y después las “niñas” o ex – niñas, se acostaran con sus hombres o maridos.
Para ella no era indudablemente la “vida”.
Todo aquellos no era otra cosa que una porquería o una gran suciedad. Y después tenía que hacer dormir y cuidar y encargarse de la limpieza de aquellas “consecuencias” de actos no muy bien vigilados, y más tarde llevarlos a sus clases, y etc., etc.
Y podía aparecer todavía, aparecía seguramente, un tercer grupo, cuando ya estuviese muy vieja y muy cansada.
Y había tenido que ver aquellas vulvas dilatadas al máximo, y la aparición del nuevo ser, y los líquidos de siempre.
Y en cambio ella, no había usado sus órganos nada más que para la expulsión del líquido de su vejiga, y nadie, además, los había visto nunca.
Y cordones umbilicales y placentas, emparedados y tortas de festejos de cumpleaños, y velitas, y flores, y gorritos de papel y canciones, y trajes de novia y ceremonias en los templos, y más flores pisoteadas, y mujeres y hombres agitándose bajo las ropas de la cama, y los niños haciendo sus necesidades y baños y llantos, y huevitos frescos pasados por agua, y mamaderas de leche tibia, y novios y más novios, y besitos y gritos, y excrementos y perfumes, y ella siempre metida dentro de toda la “inmundicia”, y al mismo tiempo, lejos de los que la producían.
Y siempre moviéndose dentro y sin poder salir de la pasta asfixiante. El “animalejo” para todo servicio y lleno de cargas, o el objeto útil que se usa y después se deja, y se vuelve a usar hasta que ya no sirve para nada.
Y jamás una mirada para sus pies tan bien hechos, o para sus manos. Y había tenido y tenía que preparar las “papitas infantiles”. Y no una; eran tres, cuatro y hasta cinco “papitas” para aquellos tiranos, semisalvajes, llenos de impertinencia, que necesitaban canciones o pequeñas escenas para comer sus “cositas ricas”.
Y después, unos años después, continuaban con sus impertinencias, y había tenido que prepararles platos especiales. Todo hecho por ella, la empleada o sirvienta, sin un solo día de descanso y sin sueldo fijo, siempre adherida a la “casa” y a toda aquella gente.
Era ella la única pieza esterilizada, en aquel conjunto. Quedaba siempre fuera del juego de la fertilidad y de la fermentación. No había nunca para ella un lugar en el pequeño mundo de cambios, entradas y salidas, acoplamientos, nuevas vidas, etc., etc.
Y toda aquella gente, siempre comiendo –cuatro, cinco veces- todos los días, y corriendo a los cuartos de aseo, y teniendo que ordenar lo que desordenaban, y vigilar los lugares donde depositaban las comidas que ya eran otra cosa.
Bailes, nacimientos, bodas, comidas especiales, líquidos y sólidos tomados, sólidos y líquidos expulsados, llantos, canciones, malos olores, más fiestas, nuevos nacimientos, molestias, velatorios, gritos.
Carnes cortadas, carnes, y sangre, y más sangre, sangre de animales y sangre de personas, y jugos, y vida nueva, y vida que se acaba.
La habían utilizado para todo. Pero no la utilizarían más. No iría a ese baile, ni a ningún otro baile. No soportaría más impertinencias. No la utilizarían nunca más.
Unos cuantos zapatos atravesaron el hueco de la puerta entreabierta y cayeron junto a una tinaja con una planta de adorno. Eran hasta tres pares, o tal vez cuatro. Con sus altos tacones a la vista, se balancearon un momento, y quedaron inmóviles junto a la tinaja. Desde el interior de la habitación llegaban a oírse  todavía algunas palabras dichas a gritos. Que sus zapatos en los pies de ese animal gordo, o los pies de ese animal gordo en sus zapatos, que era lo único que le faltaba, que ya la habían humillado bastante, y que todo terminaría esa misma noche.

Febrero 1951 – Marzo 1965
De “Equilibrio”,  Aquí Testimonio, Montevideo, 1966

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