sábado, 14 de mayo de 2011

Carlos Trillo: Murió en Londres un grande de la historieta argentina


 “El Loco Chávez” fue su obra más difundida, entre otros clásicos del género.



La muerte, personaje inevitable, no respeta los pergaminos de nadie.
Sin anunciarse, dando muestra de sus miserables modales, se presentó ante Carlos Trillo, uno de los grandes de la historieta argentina. Uno de los más grandes.
En una extrañamente soleada Londres, se detuvo la pulsión narradora de este gran fabulador, padre de varios mitos de la literatura dibujada, entre los que se cuentan el Loco Chávez, el freudiano Sr. López, la inocente prostituta Clara y Cibersix, esa heroína futurista y sexy que llegó a ser carne de ficción televisiva.
Evocar la vida de Trillo es hacer una travesía por varios de los momentos fundamentales de la historieta argentina, un género popular, bastardo, entrañable, que en nuestro país floreció (y aún florece) como en pocos lugares del planeta.
El Gran Carlos hizo sus primeros pinitos en Paturuzú y en la Editorial García Ferré, escribiendo artículos y guiones para Anteojito, Antifaz y Topo Gigio, allá por mediados de la década de 1960, cuando las revistas de historietas se vendían por millones.
Se había formado para ser abogado, pero la historieta lo flechó fuerte y lo llevó a ser parte de una de las grandes camadas del comic nacional, junto con Horacio Altuna, Fontanarrosa, Crist y tantos otros, a quienes conoció en la redacción de la legendaria revista Satiricón.
A partir de ese encuentro con Altuna, a comienzos de los 70, nacería la que es, tras “El Eternauta”, una de las historietas argentinas más conocidas y queridas por el gran público: El Loco Chávez.
Publicada en la contratapa de Clarín, entre 1975 y 1987, el Loco Chávez demostró la maestría de Trillo para medir, para descifrar, el ánimo de la calle, la vida de la ciudad, y plasmarla a través de todo un panteón de personajes complejos y queribles, irreductiblemente porteños.
Aún bajo la censura de la Dictadura, Trillo se las arregló para dar testimonio de las cosas que pasaban en Buenos Aires, fusionando de forma absolutamente novedosa los lenguajes de la historieta y de la crónica periodística.
“Su producción es tan amplia, tan inabarcable”, evoca, aún en estado de conmoción, el dibujante y autor de comics Lucas Varela. “Trabajó con todos los más grandes, con Breccia, Altuna, con Mandrafina. Y ahora laburaba siempre con pendejos. ‘Ustedes son más chicos que mis hijos’, nos decía y se reía de eso. Para nosotros era una especie de David Bowie: un tipo que se la pasó 40 años a la vanguardia” Con Lucas Varela, Trillo firmó su último gran trabajo, “El Síndrome Guastavino”, una novela gráfica oscura y fascinante, sobre la represión ilegal, que fue candidata a mejor historieta del 2008 en el prestigioso festival de Anguleme (Francia).
“Para el dibujante era una delicia trabajar con él, por sus indicaciones, su versatilidad, su imaginación. Incluso para chicos era capaz de hacer cosas super zarpadas y vanguardistas. Y era, también, un gran conversador. En nuestros habituales almuerzos nos la pasábamos hablando bien y mal de todos los dibujantes del mundo. Y eso es lo que más voy a extrañar” cuenta Varela.
“El Síndrome Guastavino” fue uno de los últimos hitos de una carrera signada por relatos que forman parte de cualquier biblioteca esencial del cómic, tanto argentino como internacional.
Desde “Un tal Daneri”, una maravilla borgeana realizada con el maestro Alberto Breccia, “Las puertitas del Sr. López” y el apocalíptico “El último recreo” (ambas con su gran socio Altuna), hasta “Alvar Mayor” (con Enrique Breccia), “Custer” y “Ligth & Bolt” (con el catalán Jordi Bernet), que tuvieron un enorme éxito entre los lectores de comics de España, Italia, Francia y Estados Unidos.
El proyecto que lo tenía indiscutiblemente atrapado en estos últimos tiempos era una historieta sobre putas francesas en la Buenos Aires de los años 20, con dibujos de Pablo Tunica.
En eso estaba cuando se lo encontró la muerte, mientras paseaba con su esposa, la escritora Ema Wolf, por las calles de Londres. Para esta hora, Carlos ya debe andar buscando de nube en nube, siguiendo rastros.
Averiguando el paradero del viejo Breccia, de Hugo Pratt. Seguro se fue rumiando una nueva aventura. De detectives, de héroes cotidianos, de mujeres fatales. Quién sabe. Seguro es una gran aventura. Y ahora sólo necesita alguien que la dibuje.



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