viernes, 5 de agosto de 2011

De como los habitantes de la aldea olvidaron a sir bernard, quien pudo ser cuestionado por  algunos de sus actos, pero jamás se olvidó de los humildes


Ángel Juárez Masares


Había una vez en una pequeña y lejana comarca, una hermosa aldea cuyos habitantes gozaban de las maravillas naturales que ofrecía el gran Lago Negro, aunque también algunas veces éste inundaba sus calles y paseos.
Sin embargo esta vez no nos ocuparemos de los paisajes ni de su tierra –famosa por su fertilidad- sino que trataremos de internarnos en la idiosincrasia de su pueblo.
Ocurre que la historia de la aldea se había originado con la llegada de gentes de tierras lejanas (allende los mares, para usar una frase hecha), que al paso de las generaciones legó a sus descendientes algunas características especiales, como el sentido de pertenencia, y una clara tendencia a establecer clases sociales, por no abundar en otros aspectos que –seguramente- serán motivo de otras historias.
No obstante no podemos evitar referirnos al feudalismo, que contribuyó al establecimiento de las clases sociales aludidas. Es así que el paso de los años erigió una pirámide en cuya parte superior se encontraban los Señores feudales, luego los comerciantes y doctores, y más abajo el pueblo, aglomerado en aspirantes a Caballeros, lacayos, y siervos, por simplificar de alguna manera el lugar que ocupaba cada habitante.
Fue así como los gobernantes fueron históricamente personajes pertenecientes a las llamadas “clases altas”. Pese a todo, algunos integrantes del “pueblo” lograron acceder a cargos importantes dentro de la sociedad que tratamos de describir someramente.
Otra de las características particulares que se fue generando con el paso del tiempo, fue la falta de memoria popular, y que podemos señalar con precisión si nos remitimos a un episodio ocurrido en el octavo mes del año del Señor de 1.511. Documentos que avalan nuestros dichos –téngase en cuenta que nunca contamos historias que no estén confirmadas- nos permitieron conocer parte de la vida y obra de un Caballero perteneciente a la Orden Púrpura, llamado Bernard, quien comenzó desde muy joven a interesarse por los asuntos de la plebe. Este hombre había nacido en la cuna más humilde que imaginar se pueda, y merced a su disposición para tender una mano a quien la necesitare logró llegar a Tribuno, y más tarde a Rey de la Gran Comarca.
Naturalmente tuvo sus detractores; fue cuestionado por su tendencia a regresar a sus orígenes, y por frecuentar las tabernas junto a quienes fueron sus amigos de la infancia.
Un buen día, los dioses decidieron llevarlo a otras regiones, quizá con la idea de emplear su vocación de servicio, y la figura de Bernard cayó en el olvido durante años.
Si embargo alguien tuvo un rapto de cordura y dispuso que se le recordara colocando en un lugar de la aldea un trozo de metal con su nombre, asunto que así se hizo.
Pero no pasó desapercibida en esa oportunidad, la ausencia de la gente que otrora lo había seguido, en una clara muestra de la amnesia colectiva de la que hemos hablado en más de una oportunidad. Es decir; algunos concurrieron, pero en relación a la población aldeana y a los adherentes a la Orden Púrpura…no fue nadie.
Destacóse -justo es decirlo- la presencia del Señor feudal, quien –pese a pertenecer a la Orden de Los Grises- acompañó el acto e incluso entonó la canción que identificaba la Orden Púrpura.
Este episodio nos permite confirmar nuestros dichos en cuanto a la falta de memoria de los habitantes de la pequeña y lejana comarca, y quizá hasta del encono que permeaba a muchas gentes, pero hoy no tenemos ganas de buscar más documentos que avalen esos dichos. De todas maneras –y aunque no lo admitan- todos saben que para confirmar eso no se necesitan documentos.


Moraleja:
              Nunca esperes que tus buenos actos en la vida sean recordados en la muerte, porque aquellos  a quienes ayudaste los dejaran librados a su suerte.



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