viernes, 20 de diciembre de 2013

INTERTEXTUALIDAD

Osvaldo Lamborghini y Fito Páez: el
relato de la violación de un niño estropeado



Fito Páez (Rosario, Arg. 1963) publicó en el año 2000 el disco Rey Sol (Warner Music). La canción más cruda, dura, pesada, densa, la más difícil de escuchar del disco se llama “Acerca del niño proletario”. En el librillo del disco se lee como aclaración que se trata de una adaptación del cuento de Osvaldo Lamborghini (Buenos Aires - 1940,  Barcelona – 1985) denominado “El niño proletario” publicado en el libro Sebregondi retrocede de 1973. Ambos se apoyan en el relato (aunque Páez le agrega la música estridente) para narrar una historia que denuncia el predominio de una clase por encima de otra, la condena de los menos privilegiados, condenados por los contemporáneos, pero por también por los anteriores.



Matías Rótulo






Lamborghini escoge cuidadosamente sus palabras, aunque sea acusado injustamente de “demasiado directo”. Si la muerte nos estuviera rondando, arrinconados en nuestro miedo, seguramente no pensemos en nada, mucho menos en buenos modales antes de putear, carajear, insultar… o si lo quiere de un modo educado: antes de mandar todo al diablo, con el riesgo de que sea el diablo nuestro verdugo en el más allá. Pues en sus cuentos, la muerte ronda, no a él, pero sí sobre todos nosotros, porque es de nuestras propias muertes que él nos escribe y describe. En “El niño proletario” lo que atemoriza es la suerte del no condenado, aquel que frente a un libro no se siente protagonista de la historia, pero tal vez no se reconforte al pensar en su buena suerte de no serlo.
Pero si algo le faltaba al cuento de Lamborghini era la música y adaptación de Páez. El resumen, que por ser tal resulta de cierta liviandad frente al texto original, no esconde la dureza del relato:
“El niño ausente, el proletario 
traía en la sangre mil generaciones del peor alcohol 
entre los fierros, entre los sapos 
entre el calor casi demente del arroyo seco, arróyalo 
lo convencimos, lo enamoramos 
y le juramos que jamás se olvidaría de nosotros 
y así le hicimos comer el barro 
tragar la mugre misma con la que se había alimentado 
y así le hicimos beber espanto 
3 chicos ricos empresarios, lo más parecido a un santo 
y nos reímos, nos animamos 
pateando el culo de un chiquito hambriento, triste y solitario” (Fito Páez).
Los textos dialogan entre sí, pues nacieron juntos, pese a que fueron tiempos diferentes, y que el de Páez es hijo del de Lamborghini. Nacieron de la idea del que nació entre las ruinas del sistema económico de este mundo inmediato, extremadamente divertido, autómata, frívolo y donde está mal ser aburrido. De un mundo que vivió la muerte como un hecho lejano y aislado, aunque cercano y concreto. De esa misma fosa común, surge el hedor de los restos del niño proletario, el niño ausente. Lamborghini lo presenta así:
“Desde que empieza a dar sus primeros pasos en la vida, el niño proletario sufre las consecuencias de pertenecer a la clase explotada. Nace en una pieza que se cae a pedazos, generalmente con una inmensa herencia alcohólica en la sangre. Mientras la autora de sus días lo echa al mundo, asistida por una curandera vieja y reviciosa, el padre, el autor, entre vómitos que apagan los gemidos lícitos de la parturienta, se emborracha con un vino más denso que la mugre de su miseria”.



Cercanos ambos a Roberto Arlt, uno por la admiración que le profesa (Páez), el otro por su estilo rompiendo con los esquemas de la literatura ordenada, dentro de los  parámetros de lo deseable, “El Niño proletario” (título del cuento) y “Acerca del niño proletario” (título de la canción), no son solamente la narración del abuso sexual de un niño pobre por parte de un grupo de jóvenes ricos, católicos y bien considerados. Ambos denuncian la intromisión en la vida privada de un proyecto social que supera a la lucha de clases, proclamando a una de ellas como vencedora: la clase alta.
Los de abajo heredan sus mugres, su bilis, su sangre y los de arriba se consagran como el Diablo atrapado en lo más profundo del Infierno, congelado, reducido pero libre a la vez, contenido por una sociedad que despedaza al malo en caso de ser atrapado, no sin antes despedazar al bueno de manera simpaticona y vulgar: Páez lo retrata así:
“Tengo 20000 años, soy un loco enjaulado 
tengo 20000 años, soy el niño proletario 
tengo 20000 años, y estoy en el aire

Y Lambarghini agrega sobre la clase proletaria en términos economicistas, porque la economía domina también el arte y las desviaciones del lenguaje: “Con el correr de los años el niño proletario se convierte en hombre proletario y vale menos que una cosa”.
El niño proletario se llama Stroppani, que suena ha estropeado o estropajo…:
“era su nombre, pero la maestra de inferior se lo había cambiado por el de ¡Estropeado! A rodillazos llevaba a la Dirección a ¡Estropeado! cada vez que, filtrado por el hambre, ¡Estropeado! no acertaba a entender sus explicaciones. Nosotros nos divertíamos en grande” (Lambarghini).
Páez no llega tan lejos en la presentación del niño, quizás por la síntesis requerida en los pocos minutos de la canción, pero sí se detuvo en el acto crucial: el abuso sexual. Ambos autores lograron de distinta forma llegar a lo mismo: el relato de un abuso que es anecdótico frente a todo lo demás. El abuso sexual es el símbolo del horror materializado, un horror que se va conquistando a sí mismo y babeando su rabia contra el mundo hasta que un día aparece un niño proletario.
 ¿Cuántas veces vimos la infamia del relato de este tipo de acciones en los medios de comunicación? Los periodistas bien conocemos de estos actos de barbarie comunicativa desde los mismos partes judiciales o policiales que no censuran el terror. Pero después todo se olvida con otras noticias.
Se narra en el cuento de Lamborghini:
“Los despojos de ¡Estropeado! ya no daban para más. Mi mano los palpaba mientras él me lamía el falo. Con los ojos entrecerrados y a punto de gozar yo comprobaba, con una sola recorrida de mi mano, que todo estaba herido ya con exhaustiva precisión. Se ocultaba el sol, le negaba sus rayos a todo un hemisferio y la tarde moría. Descargué mi puño martillo sobre la cabeza achatada de animal de ¡Estropeado!”.

Narra Páez:
“y le di duro entre los dientes 
ya no tenía voz el chico para pedir por favor 
que lo matemos, lo antes posible 
andá a cantarle a Gardel, andá a cantarle a Perón

El único momento en el cual el niño proletario tiene voz es para suplicar su propia muerte. Ahí está presente la anulación definitiva del sujeto: el pedido de muerte. Si antes había sido humillado, ahora la humillación es del mundo.
El narrador en primera persona del cuento original confiesa:
“La muerte plana, aplanada, que me dejaba vacío y crispado. Yo soy aquel que ayer nomás decía y eso es lo que digo. La exasperación no me abandonó nunca y mi estilo lo confirma letra por letra.
    Desde este ángulo de agonía la muerte de un niño proletario es un hecho perfectamente lógico y natural. Es un hecho perfecto”.

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