INTERTEXTUALIDAD
Osvaldo Lamborghini
y Fito Páez: el
relato de la
violación de un niño estropeado
Fito Páez (Rosario, Arg. 1963) publicó en el año 2000 el disco Rey Sol (Warner Music). La canción más
cruda, dura, pesada, densa, la más difícil de escuchar del disco se llama
“Acerca del niño proletario”. En el librillo del disco se lee como aclaración
que se trata de una adaptación del cuento de Osvaldo Lamborghini (Buenos Aires
- 1940, Barcelona – 1985) denominado “El
niño proletario” publicado en el libro
Sebregondi retrocede de 1973. Ambos se apoyan en el relato (aunque Páez le
agrega la música estridente) para narrar una historia que denuncia el
predominio de una clase por encima de otra, la condena de los menos
privilegiados, condenados por los contemporáneos, pero por también por los
anteriores.
Matías Rótulo
Pero si algo le faltaba al cuento de Lamborghini era la
música y adaptación de Páez. El resumen, que por ser tal resulta de cierta
liviandad frente al texto original, no esconde la dureza del relato:
“El niño ausente, el proletario
traía en la sangre mil generaciones del peor alcohol
entre los fierros, entre los sapos
entre el calor casi demente del arroyo seco, arróyalo
lo convencimos, lo enamoramos
y le juramos que jamás se olvidaría de nosotros
y así le hicimos comer el barro
tragar la mugre misma con la que se había alimentado
y así le hicimos beber espanto
3 chicos ricos empresarios, lo más parecido a un santo
y nos reímos, nos animamos
pateando el culo de un chiquito hambriento, triste y solitario” (Fito Páez).
traía en la sangre mil generaciones del peor alcohol
entre los fierros, entre los sapos
entre el calor casi demente del arroyo seco, arróyalo
lo convencimos, lo enamoramos
y le juramos que jamás se olvidaría de nosotros
y así le hicimos comer el barro
tragar la mugre misma con la que se había alimentado
y así le hicimos beber espanto
3 chicos ricos empresarios, lo más parecido a un santo
y nos reímos, nos animamos
pateando el culo de un chiquito hambriento, triste y solitario” (Fito Páez).
Los textos
dialogan entre sí, pues nacieron juntos, pese a que fueron tiempos diferentes,
y que el de Páez es hijo del de Lamborghini. Nacieron de la idea del que nació
entre las ruinas del sistema económico de este mundo inmediato, extremadamente
divertido, autómata, frívolo y donde está mal ser aburrido. De un mundo que
vivió la muerte como un hecho lejano y aislado, aunque cercano y concreto. De
esa misma fosa común, surge el hedor de los restos del niño proletario, el niño
ausente. Lamborghini lo presenta así:
“Desde que empieza a dar sus primeros pasos en la vida, el
niño proletario sufre las consecuencias de pertenecer a la clase explotada.
Nace en una pieza que se cae a pedazos, generalmente con una inmensa herencia
alcohólica en la sangre. Mientras la autora de sus días lo echa al mundo,
asistida por una curandera vieja y reviciosa, el padre, el autor, entre vómitos
que apagan los gemidos lícitos de la parturienta, se emborracha con un vino más
denso que la mugre de su miseria”.
Cercanos ambos a
Roberto Arlt, uno por la admiración que le profesa (Páez), el otro por su
estilo rompiendo con los esquemas de la literatura ordenada, dentro de los parámetros de lo deseable, “El Niño
proletario” (título del cuento) y “Acerca del niño proletario” (título de la
canción), no son solamente la narración del abuso sexual de un niño pobre por
parte de un grupo de jóvenes ricos, católicos y bien considerados. Ambos
denuncian la intromisión en la vida privada de un proyecto social que supera a
la lucha de clases, proclamando a una de ellas como vencedora: la clase alta.
Los de abajo heredan sus mugres, su bilis, su sangre y los
de arriba se consagran como el Diablo atrapado en lo más profundo del Infierno,
congelado, reducido pero libre a la vez, contenido por una sociedad que
despedaza al malo en caso de ser atrapado, no sin antes despedazar al bueno de
manera simpaticona y vulgar: Páez lo retrata así:
“Tengo 20000 años, soy un loco enjaulado
tengo 20000 años, soy el niño proletario
tengo 20000 años, y estoy en el aire”
tengo 20000 años, soy el niño proletario
tengo 20000 años, y estoy en el aire”
Y
Lambarghini agrega sobre la clase proletaria en términos economicistas, porque
la economía domina también el arte y las desviaciones del lenguaje: “Con el correr de los años el niño proletario se
convierte en hombre proletario y vale menos que una cosa”.
El niño proletario se llama Stroppani, que suena ha
estropeado o estropajo…:
“era su nombre, pero la maestra de
inferior se lo había cambiado por el de ¡Estropeado! A rodillazos llevaba a la Dirección a ¡Estropeado!
cada vez que, filtrado por el hambre, ¡Estropeado! no acertaba a entender sus
explicaciones. Nosotros nos divertíamos en grande” (Lambarghini).
Páez no llega tan lejos en la presentación del niño, quizás
por la síntesis requerida en los pocos minutos de la canción, pero sí se detuvo
en el acto crucial: el abuso sexual. Ambos autores lograron de distinta forma
llegar a lo mismo: el relato de un abuso que es anecdótico frente a todo lo
demás. El abuso sexual es el símbolo del horror materializado, un horror que se
va conquistando a sí mismo y babeando su rabia contra el mundo hasta que un día
aparece un niño proletario.
¿Cuántas veces vimos
la infamia del relato de este tipo de acciones en los medios de comunicación?
Los periodistas bien conocemos de estos actos de barbarie comunicativa desde
los mismos partes judiciales o policiales que no censuran el terror. Pero
después todo se olvida con otras noticias.
Se narra en el cuento de
Lamborghini:
“Los despojos de ¡Estropeado! ya no daban para más. Mi mano
los palpaba mientras él me lamía el falo. Con los ojos entrecerrados y a punto
de gozar yo comprobaba, con una sola recorrida de mi mano, que todo estaba
herido ya con exhaustiva precisión. Se ocultaba el sol, le negaba sus rayos a
todo un hemisferio y la tarde moría. Descargué mi puño martillo sobre la cabeza
achatada de animal de ¡Estropeado!”.
Narra Páez:
“y le di duro entre los dientes
ya no tenía voz el chico para pedir por favor
que lo matemos, lo antes posible
andá a cantarle a Gardel, andá a cantarle a Perón”
ya no tenía voz el chico para pedir por favor
que lo matemos, lo antes posible
andá a cantarle a Gardel, andá a cantarle a Perón”
El único momento en el cual el niño proletario tiene voz es
para suplicar su propia muerte. Ahí está presente la anulación definitiva del
sujeto: el pedido de muerte. Si antes había sido humillado, ahora la
humillación es del mundo.
El narrador en primera persona del cuento original confiesa:
“La muerte plana, aplanada, que me dejaba vacío y crispado.
Yo soy aquel que ayer nomás decía y eso es lo que digo. La exasperación no me
abandonó nunca y mi estilo lo confirma letra por letra.
Desde este ángulo de agonía la muerte de un niño proletario es un hecho perfectamente lógico y natural. Es un hecho perfecto”.
Desde este ángulo de agonía la muerte de un niño proletario es un hecho perfectamente lógico y natural. Es un hecho perfecto”.
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