viernes, 6 de enero de 2012

EL CUENTITO MEDIEVAL

De cuando el Abad Charles Mary
impuso penitencia a las gentes que moraban en un antiguo y coqueto
palacio a orillas del gran lago Negro

                                                          Ángel Juárez Masares

Amados cofrades, ya os he advertido que en la corte de nuestros desvelos convivían gentes de diversa ralea. Estaban los escribas (tan ignorados como quien pergeña este pergamino), quienes pasaban los días llevando las cuentas de los maravedíes presupuestarios para que después Sir Ferdinand los alterara a su antojo.
También estaban los otros, los que no hacían otra cosa que fablar del último torneo disputado en las arenas de la aldea.
Tanto habíanse apartado muchos del camino del Señor, que un día el Abad decidió que llegada estaba la hora de encauzar el redil hacia los prados de la bondad y las buenas costumbres, pues la mayoría de los cortesanos hollaban más los caminos del infierno que las sendas celestiales.
No ignoraba Charles Mary que tarea mollar sería recuperar esas almas cuasi perdidas, por cuanto la situación no admitía más dilaciones. Apropincuóse entonces de improviso una mañana y reuniólos a todos en la gran Sala de Juntas, aunque debió esperar la llegada del Señor Guillerme Del Campo Vessozo de Arroz Cena de Los Smoll Horses, que atrasóse pues estaba ocupado precisamente en eso; con los smoll horses.
-Queridos hermanos- comenzó diciendo el Abad, aún a sabiendas que estaba mintiendo pues no los quería ni eran sus hermanos- heme aquí para haceros notar que habéis errado el camino de la humildad. La soberbia ha contaminado vuestro espíritu, y no cultiváis en vuestros corazones otro amor que no sea hacia el pane lucrando-
Cuentan que el silencio apropióse de la sala ante las palabras del dignatario papal, quien contribuyó haciendo una pausa y deslizando una mirada inquisidora sobre los circunstantes.
-¡Tú!- dijo el Abad apuntando su índice inquisidor hacia Alex Unvago- has estado ejerciendo tenazmente la soberbia al pretender volar como los ángeles calzando alas de trapo, sin tener presente que se vuela con las alas del amor y la humildad. ¡Y no sólo eso! ¡Por tu mediocridad ocultado que has los logros de otras gentes de Palacio por temor a ver opacada tu imagen… patética por cierto-
Palabra alguna salió de la boca de Alex, quién encogióse en su silla, avergonzado por el público escarnio al que no estaba acostumbrado.
El índice aún en alto del Abad cambió de dirección dirigiéndose –ante el asombro de la concurrencia- hacia el propio Señor feudal que –fiel a su costumbre-  hacíase el distraído mirando un escudo con la insignia del Zor-Hete que colgaba de la pared.
-¡Tú!...Señor de los caballos (mote que siglos después sería utilizado por Robert Redford) has estado omiso en controlar las acciones de quienes te rodean, sin advertir que el Señor condena la desidia; y ocultado que has la ayuda que te ha proporcionado el Rey Joseph “El Feo” para esta pequeña comarca donde reináis-
Palabra alguna salió de la boca de Guillerme, quien se mantuvo incólume en su silla sin sentirse avergonzado, tan habituado estaba a la adulonería.
¡Tú!.. bramó el Abad Charles ya alterado (siglos después a ese estado se le daría por nombre: estar re-caliente) viendo a Sir Joseph Louis- has debido viajar a regiones remotas para cumplir la encomienda de atraer visitantes dellas hacia acá, para que dejen sus maravedíes en nuestra aldea. ¿Y que has hecho además de hartarte de comida en los mesones y colgar el jubón en la cama de alguna cortesana?...!Nada!...
Palabra alguna salió de la boca de Joseph Louis, quien mantuvo su permanente sonri-mueca convencido que era ella su “carta de presentación”.
Los documentos consultados por este escriba para relataros estos sucesos palaciegos, dan detalles de otras imprecaciones vertidas por el Abad Charles en su visita a la Corte. Sin embargo,  ahondar en ellos sería volver sobre sus dichos.
Sí se pudo conocer, que a Alex Unvago le fue impuesto como penitencia treparse a la almena más alta de palacio durante siete días a la salida del sol, y cacarear siete veces mientras movía sus brazos en vano intento de volar.
A Joseph Louis le fue encomendado girar durante siete noches en torno de la plaza sin sonreír, lo cual fue calificado por los aldeanos como un castigo excesivo por parte del Abad.
Mientras que la penitencia que fuérale asignada al Señor feudal, consistió en reemplazar el escudo del Zor-Hete que pendía de su carruaje oficial, por otro que rezaba: “Soy un nabo”.

Moraleja:
                Nadie purgará sus pecados donde el pueblo no lo vea, quien tenga cuentas que pagar sin duda habrá de hacerlo en medio de la aldea.

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