viernes, 20 de abril de 2012

No son solo memoria



Fermín Méndez


La fe es, factiblemente, la confianza o creencia en algo o  en alguien. También es un concepto, y un método en sí mismo,  asociado a las religiones. Pero, dejando de lado las estructuras acotadas de las definiciones, en realidad la fe es un mecanismo de vida. Proporciona los caminos de la esperanza y, sobre todo, mantiene nuestras ilusiones expectantes. No importa si usamos la racional, la moral, la espiritual o la ciega. La fe es un puntal necesario para sobrellevar los momentos de dolor, de adversidad, de ausencia. “Fiero este mirar a la puerta/Y no verle, no verle la salida/Pero hay que salir, ¡coraje!/Porque afuera está la vida” decía Darnauchans, de eso se trata la fe.

Ricardo Blanco Valiente fue un hombre de fe. Y que generacionalmente no haya tenido el placer de conocerle no me quita, ni por un instante, esa sensación. Quizás porque lo crea, quizás porque lo sienta.

En tiempos donde las ideas estaban prohibidas, no callar ni consentir era un acto de fe. Llevar la bandera de los trabajadores y del pueblo oprimido era un acto digno, hidalgo, valiente; y por lo tanto era un acto de fe. Mantener la esperanza de cambiar el rumbo de la historia, creer en el hombre y en la paz, buscar la luz, honrar la vida; son parte esencial del concepto de fe.

Han llamado sus campanas, su voz se deja escuchar, florece y fructifica su árbol. Su calor y su mirada ya están con los suyos. En realidad, nunca se fueron. Ha perdurado en su intimidad, encubierta en la confianza. Porque si de algo estaba segura,  inequívoca, su familia, era en el camino de la fe. Ricardo los educó con sus actos. Por eso sentimos que la emoción de ellos también es nuestra. Porque todos, quienes creemos que honrar la vida no es tan sólo existir y perdurar, somos familiares.




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