No son solo
memoria
Fermín Méndez
La fe es,
factiblemente, la confianza o creencia en algo o en alguien. También es un concepto, y un
método en sí mismo, asociado a las
religiones. Pero, dejando de lado las estructuras acotadas de las definiciones,
en realidad la fe es un mecanismo de vida. Proporciona los caminos de la
esperanza y, sobre todo, mantiene nuestras ilusiones expectantes. No importa si
usamos la racional, la moral, la espiritual o la ciega. La fe es un puntal
necesario para sobrellevar los momentos de dolor, de adversidad, de ausencia. “Fiero este mirar a la puerta/Y no verle, no verle la salida/Pero hay que salir, ¡coraje!/Porque afuera está la vida”
decía Darnauchans, de eso se trata la fe.
Ricardo Blanco Valiente fue un
hombre de fe. Y que generacionalmente no haya tenido el placer de conocerle no
me quita, ni por un instante, esa sensación. Quizás porque lo crea, quizás
porque lo sienta.
En tiempos donde las ideas estaban prohibidas, no callar
ni consentir era un acto de fe. Llevar la bandera de los trabajadores y del
pueblo oprimido era un acto digno, hidalgo, valiente; y por lo tanto era un
acto de fe. Mantener la esperanza de cambiar el rumbo de la historia, creer en
el hombre y en la paz, buscar la luz, honrar la vida; son parte esencial del
concepto de fe.
Han llamado sus campanas, su voz se deja escuchar,
florece y fructifica su árbol. Su calor y su mirada ya están con los suyos. En
realidad, nunca se fueron. Ha perdurado en su intimidad, encubierta en la
confianza. Porque si de algo estaba segura, inequívoca, su familia, era en el camino de
la fe. Ricardo los educó con sus actos. Por eso sentimos que la emoción de
ellos también es nuestra. Porque todos, quienes creemos que honrar la vida no
es tan sólo existir y perdurar, somos familiares.
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