viernes, 24 de agosto de 2012

EDITORIAL

Todos sabemos quienes fueron  los civiles que colaboraron con las dictaduras

                                               

 
Ángel Juárez Masares

 

Cada vez que algo me deja perplejo no puedo evitar acordarme de mi tío Carlos, quien un día me llevó de pesca y no paraba de reír ante mi asombro de seis años por haber pescado una mojarra “gigante”. Recuerdo que ese día me dijo: “el día que pierdas la capacidad de asombro, estarás muerto”. Poco tiempo después, cuando aún no cumplía 33 años, un balazo a traición dejó a mi tío sin capacidad de asombro, pero jamás olvidé lo que me dijo.
Muchas son las circunstancias de la vida que generan ese estado. Nos pasa a todos, quizá todos los días, aunque sea por asuntos menores que olvidamos al instante, pero algunas cosas se transforman en asombro permanente; nos acompañan siempre, se enquistan en el alma codeándose con la bronca, porque por lo general están asociados a la injusticia, quizá el mas doloroso de los sentimientos humanos.
Hablando de bueyes perdidos en anteriores oportunidades, hemos manifestado nuestra posición contraria a pensar que el tiempo hace a los hombres más sabios. Todos conocemos gente que pasa por la vida sin proponerse nada, viviendo sin norte, y sin brújula que lo ayude a encontrarlo. Pero ese no es el motivo de mi asombro, pues cada uno jugará sus cartas como quiera, y nadie podrá juzgarlo mientras no haga trampas que dañen a otros hombres. Sin embargo ahí está el meollo del asunto; los que juegan –y jugaron- con cartas en la manga.
Allá por los ´70, cuando los gobiernos de América Latina comenzaron a caer tras la reunión en Chile del “premio Nobel de la Paz”, Henry Kissinger (ideólogo de la “Operación Cóndor”), la barbarie sobre los pueblos fue posible merced a dos factores fundamentales: la ignorancia, y la traición.
El primero de estos factores permitió a mucha gente sucumbir ante la propaganda de las dictaduras, si no apoyándolas, por lo menos siendo indiferentes ante ellas y sus acciones.
El segundo fue crucial, y se trata del apoyo civil que recibieron, tanto de manera individual, como de sectores empresariales ávidos por alimentarse de carroña. Por eso hablamos del asombro; el que aún nos produce ver a “colaboracionistas” dando de comer a las palomas en alguna plaza, o paseando el perro por cualquier ciudad del sur. Para la mayoría de ellos no hubo condena; se mueven libremente conviviendo con los hijos y nietos de quienes contribuyeron a “desaparecer”, pero eso no es lo peor. Lo incomprensible es que –sobre todo en pequeñas poblaciones- todos saben quiénes son, y nadie se atreve a levantar una voz condenatoria o esgrimir un dedo acusador. Muchos de esos “ancianos venerables” morirán en sus camas sin que nadie les reclame por el vecino que “marcaron”. Por eso aún me asombro del funcionamiento de las sociedades, y lamento no tener conocimientos que me permitan entenderlas.
¿Qué tengo “nombres”?... por supuesto que los tengo…
¿Qué puedo hacerlos público?... por supuesto que puedo…
Sin embargo, tantas veces he arrojado la primera piedra, que esta vez me la reservaré. Quizá algún día, cuando encuentre los bueyes perdidos y no tenga mas motivo para buscarlos, entonces lo haga. Mientras tanto… quizá esta noche alguien tenga insomnio...

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