Todos sabemos
quienes fueron los civiles que
colaboraron con las dictaduras
Ángel Juárez Masares
Cada
vez que algo me deja perplejo no puedo evitar acordarme de mi tío Carlos, quien
un día me llevó de pesca y no paraba de reír ante mi asombro de seis años por
haber pescado una mojarra “gigante”. Recuerdo que ese día me dijo: “el día que
pierdas la capacidad de asombro, estarás muerto”. Poco tiempo después, cuando
aún no cumplía 33 años, un balazo a traición dejó a mi tío sin capacidad de
asombro, pero jamás olvidé lo que me dijo.
Muchas
son las circunstancias de la vida que generan ese estado. Nos pasa a todos,
quizá todos los días, aunque sea por asuntos menores que olvidamos al instante,
pero algunas cosas se transforman en asombro permanente; nos acompañan siempre,
se enquistan en el alma codeándose con la bronca, porque por lo general están
asociados a la injusticia, quizá el mas doloroso de los sentimientos humanos.
Hablando
de bueyes perdidos en anteriores oportunidades, hemos manifestado nuestra
posición contraria a pensar que el tiempo hace a los hombres más sabios. Todos
conocemos gente que pasa por la vida sin proponerse nada, viviendo sin norte, y
sin brújula que lo ayude a encontrarlo. Pero ese no es el motivo de mi asombro,
pues cada uno jugará sus cartas como quiera, y nadie podrá juzgarlo mientras no
haga trampas que dañen a otros hombres. Sin embargo ahí está el meollo del
asunto; los que juegan –y jugaron- con cartas en la manga.
Allá
por los ´70, cuando los gobiernos de América Latina comenzaron a caer tras la
reunión en Chile del “premio Nobel de la
Paz ”, Henry Kissinger (ideólogo de la “Operación Cóndor”), la
barbarie sobre los pueblos fue posible merced a dos factores fundamentales: la
ignorancia, y la traición.
El
primero de estos factores permitió a mucha gente sucumbir ante la propaganda de
las dictaduras, si no apoyándolas, por lo menos siendo indiferentes ante ellas
y sus acciones.
El
segundo fue crucial, y se trata del apoyo civil que recibieron, tanto de manera
individual, como de sectores empresariales ávidos por alimentarse de carroña.
Por eso hablamos del asombro; el que aún nos produce ver a “colaboracionistas”
dando de comer a las palomas en alguna plaza, o paseando el perro por cualquier
ciudad del sur. Para la mayoría de ellos no hubo condena; se mueven libremente
conviviendo con los hijos y nietos de quienes contribuyeron a “desaparecer”,
pero eso no es lo peor. Lo incomprensible es que –sobre todo en pequeñas
poblaciones- todos saben quiénes son, y nadie se atreve a levantar una voz
condenatoria o esgrimir un dedo acusador. Muchos de esos “ancianos venerables”
morirán en sus camas sin que nadie les reclame por el vecino que “marcaron”.
Por eso aún me asombro del funcionamiento de las sociedades, y lamento no tener
conocimientos que me permitan entenderlas.
¿Qué
tengo “nombres”?... por supuesto que los tengo…
¿Qué
puedo hacerlos público?... por supuesto que puedo…
Sin
embargo, tantas veces he arrojado la primera piedra, que esta vez me la
reservaré. Quizá algún día, cuando encuentre los bueyes perdidos y no tenga mas
motivo para buscarlos, entonces lo haga. Mientras tanto… quizá esta noche
alguien tenga insomnio...
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