sábado, 27 de octubre de 2012


Apuntes de pintura

Algunas  lecciones de los grandes maestros

 

 

Ángel Juárez Masares
 
“Cuando creas que sabes todo, mira a los grandes Maestros”, dijo una vez Fernando Cabezudo mientras me mostraba reproducciones de grandes dimensiones traídas por él desde Europa.
Quizá fuera un comentario al pasar, pero –como tantos otros escuchados en su taller- nunca lo olvidé.
En momentos donde el estancamiento de la pintura universal no permite avizorar nuevos caminos, y donde la mayoría de quienes tomamos los pinceles tratamos de mantenernos a flote a toda costa en un mar de dudas, cada tanto se impone lanzar una mirada a los grandes maestros. En ese sentido recordamos (solo como ejemplo, o pretexto) que el propio Henri Matisse anduvo buscando su “norte” cuando decidió dejar sus estudios de abogacía para dedicarse a la pintura. Sus primeros intentos con Bouguereau, hasta el taller de Gustave Moreau, donde conoció a George Rouault y Albert Marquet, entre otros, marcaba un camino en la búsqueda de la propia dialéctica pictórica. Camino que encontraría, no en el estudio de Moreau, sino en el contacto directo con Pissarro y otros impresionistas. Es posible que Pissarro no fuera el primero en señalar a Matisse la existencia de Cézanne, pero fue quien puso de manifiesto su importancia.
Ahora bien, ¿qué había descubierto Matisse en Cézanne en el momento justo de su carrera?
Simplemente que los colores de un cuadro deben tener una estructura o, dicho de otro modo, que la estructura de un cuadro es sustentada por la meditada relación de sus colores. Sin embargo Matisse no se convirtió en un mero imitador de Cézanne, y esto fue debido a su convicción de que el arte debía ser dinámico y expresivo, y no meramente el registro de una sensación pasajera, como había sido el arte de los impresionistas.
Diez años le llevó a Matisse encontrarse con si mismo y por lo tanto tener algo de seguridad en su dirección. Recordemos por un momento las dudas puestas de manifiesto por Matisse: “lo que busco ante todo, es la expresión”, dijo en las Notes d´un paintre que publicó en 1908.
“Soy incapaz de distinguir entre mi modo de sentir la vida y mi manera de expresarla”
“La expresión no consiste en la pasión reflejada en un rostro humano o denunciada por un ademán violento”.
“Toda ordenación es expresiva. El lugar ocupado por las figuras o los objetos, los espacios vacíos que los rodean, las proporciones, todo representa un papel. La composición es el arte de ordenar los diversos elementos a disposición del pintor para la expresión de sus sentimientos”. Pero Matisse no se quedó en el discurso y siguió adelante con la idea de establecer ciertos requisitos. El primero fue la insistencia en imponer a su obra cierta “solidez, opuesta a la “fragilidad”, o “levedad” de los impresionistas. Las sensaciones de color inmediatas o superficiales tienen que ser condensadas y amalgamadas, lo cual a su criterio constituye un cuadro. Tenemos aquí entonces la primera influencia de Cézanne: la obra de arte no es “inmediata”; es una obra de la mente, y debe tener un carácter y un contenido duraderos en el tiempo.
Diría también: “hay dos maneras de expresas las cosas, una es mostrarlas crudamente, la otra, evocarlas artísticamente.
En definitiva, el sentido de orden lo obtuvo de Cézanne, en cuyos cuadros todo está tan bien ordenado que no importa la distancia en que se coloque el espectador, siempre se puede distinguir cada figura claramente, y siempre se sabe a qué cuerpo corresponde cada miembro.
Matisse fue, sin lugar a dudas, un pintor que supo aprender de los “grandes Maestros”, mas allá de la perspectiva que él mismo lo fuera, y con la fortaleza de carácter para hacerlo sin ser permeado por ellos.
Por éstas y mil otras razones, se debería tener en cuenta que  pintar es una disciplina que no tiene retorno; una carrera a la que el artista se lanza sabiendo que no existe “llegada”, y que la cuota de rigor y autocrítica que cada uno imponga a su trabajo -teniendo en cuenta la inexistencia de “la fama”-  serán buenas herramientas, en principio, para pintar decorosamente, en extremo, para zafar del ridículo.

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