Apuntes
literarios
SOBRE LAS DIFICULTADES DEL MANEJO
CORRECTO DEL LENGUAJE
Ángel Juárez Masares
Si los elementos de un lenguaje son las
palabras; ¿qué es entonces, una palabra?
Sabemos que ella se integra con simples
unidades de sonidos hablados llamados fonemas, y que la combinación silábica
los transforma en un morfema.
Sin embargo, esta observación primaria es
solo la génesis del gran problema –y el maravilloso desafío- de dominar el
lenguaje. A partir de allí comienzan a sumarse elementos diversos que pondrán
los morfemas en el camino del vocabulario. La sucesión gramaticalmente ordenada
de las palabras en frases, desembocará en una “dinámica” del lenguaje donde
habrán de convivir los acentos;
intervalos en la construcción de las palabras, y el ritmo de éstas en
las frases. La resonancia verbal, y la musicalidad que el buen uso de las
palabras imprima a una frase, será una condición imprescindible para el
correcto manejo del lenguaje.
¿Qué no es tarea sencilla?
No lo es. En la medida que avanzamos en
el aprendizaje del idioma nos encontramos con mas dificultades. Descubrimos que
las palabras son logaritmos, imágenes, sentimientos, ideas, y que por lo tanto
solo pueden utilizarse como signos de valores, nunca como valores en sí mismas.
La belleza sonora de las palabras es demasiado grande para usarlas ligeramente,
y precisamente por tal razón, hoy queremos derivar nuestra reflexión hacia la
poesía.
En el mundo real podemos tener las cosas
antes que las palabras, es decir, podemos tocarlas antes de saber cómo se
llaman. En el universo estético prima el estilo, la palabra se vuelve un tercer
ojo que hurga en el alma del poeta, y deviene –una vez mas- en un problema;
poner en versos una idea comprensible, pues de nada servirá enhebrar palabras
sin un orden que permita al lector captar imágenes o ideas.
Dice Ortega y Gasset: “no basta, para
ser poeta, peinar en ritmo y rima el sonido del chorro de una fuente; hay que
ser fuente, manantial, profunda veta de humanidad que resume energía estética y
renovadora”. Asegura además –y compartimos- que la misión del escritor es “la
de elevar hacia lo alto todo lo inerte y pesado”, y señala que “el literato no
es otra cosa que el encargado de despertar la atención de los desatentos;
hostigar la modorra de la conciencia popular con palabras agudas e imágenes
tomadas de ese mismo pueblo”.
Decíamos antes que “la belleza sonora de
las palabras es demasiado grande para usarlas ligeramente”, y también que “de
nada servirá enhebrar palabras sin un orden que permita al lector captar
imágenes e ideas”.
Hoy día es común leer algunos “poemas”
en los que uno puede detenerse por horas tratando de encontrarles un sentido,
pues en suma son solo frases incoherentes. Para hacerlo gráfico ensayaremos
uno:
La noche tiende a transformarse en madrugada
los ojos del mundo sueñan en azul y
blanco
el bulevard se estira sobre manos
cansadas
y un hombre cansado se duerme sobre un
banco.
Aquí tenemos entonces -y de propia
autoría para evitar alusiones- un “poema” que en realidad no dice nada, y que
confirma de algún modo los dichos de Ortega y Gasset: “no basta, para ser
poeta, peinar en ritmo y rima el sonido del chorro de una fuente; hay que ser
fuente, manantial, profunda veta de humanidad que resume energía estética y
renovadora”.
Naturalmente cada quien hará uso de su
libre albedrío al escribir, así como en cada uno de sus actos, pero quien
pretenda versificar correctamente, o dicho de otro modo, hacer uso adecuado del
lenguaje, deberá conocer –por lo menos- las reglas mas elementales para la
construcción –en este caso- de un poema.
Veamos ahora una de la rimas (XLII) de
Bécquer, quien pese a haber sido calificado en su época como “cursi”, el paso
de los años puso su obra en la cúspide de la literatura universal:
“Cuando me lo contaron sentí el frío
de una hoja de acero en las entrañas,
me apoyé contra el muro, y un instante
la conciencia perdí de donde estaba.
de una hoja de acero en las entrañas,
me apoyé contra el muro, y un instante
la conciencia perdí de donde estaba.
Cayó sobre mi espíritu la noche,
en ira y en piedad se anegó el alma,
¡Y entonces comprendí por qué se llora,
Y entonces comprendí por qué se mata!
Pasó la nube de dolor..., con pena
logré balbucear breves palabras...
¿Quién me dio la noticia?... Un fiel amigo
¡Me hacía un gran favor!... Le di las gracias.
Dice Pablo Neruda sobre una playa del
sur:
La dentellada del mar muerde
la abierta pulpa de la costa
donde se estrella el agua verde
contra la tierra silenciosa.
Mas cerca en el tiempo escribe Wilson
Armas:
Pintar la nada es pintar el espacio sin
nubes,
Hablar de la guerra sin haber estado,
describir la pobreza con la barriga
llena,
comentar sobre el amor, sin estar
enamorado.
Sabemos que podríamos seguir con
Benedetti, Ruben Darío, Manrique, o Garcilazo; José Hernández, Neruda, y Circe
Maia. Imposiblemente larga sería la lista de poetas que podríamos mencionar.
Con estilos diferentes, con enfoques distintos, pero con un dominio del
lenguaje que permite extraer de él lo mas excelso.
Creemos que el mejor aporte que podemos
hacer a nuestro idioma es respetarlo, procurando no maltratarlo
deliberadamente; aún cuando eso implique reconocer los errores en los que
podamos haber incurrido en esta nota.
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