viernes, 10 de agosto de 2012

CUENTITO MEDIEVAL

De como se pagan los impuestos para vivir en la tierra, pero también para entrar en el cielo






Escriba Medieval  




Amados Cofrades: como por estas regiones continúa el cierzo helado soplando sobre la morada del humilde, trepo una vez mas al ático donde guardo los mas antiguos pergaminos en busca de historias para compartir con vosotros.
Encontramos entonces, que en los los siglos X,XI, y XII, los tributos feudales formaban la principal renta del Señor (¡caramba! ¡qué coincidencia!) quien, escaseando como escaseaba la plata, se hacía entregar muebles y utensilios como –por ejemplo- herraduras, rejas de arado, espuelas, arcos y flechas, y hasta vasos y cuernos para beber. Cierto es que tales “prendas” eran puestas en discusión en procura de obtener justicia ante eventuales abusos del Señor de marras. Es curioso ver que los derechos feudales se ejercitaban paralelamente a los derechos eclesiásticos, sucediendo a veces que el que reclamaba en términos duros, como Señor y en virtud de su dominio, solía perdonar o “rebajar” tales impuestos en nombre “de la caridad de Dios”. El Priorato de San Eloy había de pagar dos dineros a los canónigos de Nuestra Señora, en virtud de un convenio  que databa de los primeros años del siglo XII, y habiendo aumentado el impuesto originario con los derechos concedidos al Priorato, éste llegó a entregar ocho carneros, dos boceles de trigo candeal, seis escudos y un óbolo por el primer dinero, y seis porceles, tres escudos, y dos almudes y medio de vino por el segundo.
Citemos también el censo del Abad de Saint Germain, quien cada año por San Vicente debía entregar al verdugo una cabeza de cerdo, ocupando además ese día el “ejecutor de la justicia” un lugar preferencial en las procesiones tradicionales.
En la época de Carlos “El Calvo”, los párrocos ofrecían al Obispo diez panes, medio almud de vino, dos pollos, diez huevos, un lechón, y un bocel de grano para los caballos.
Algunos pergaminos permiten sospechar que algunas veces los vasallos se resistían al pago de impuestos aduciendo estado de pobreza, sobre todo de parte de los comerciantes que no declaraban la verdad sobre sus negocios (lo que en este 1512 sería vender “en negro”) por lo que se desprende claramente que el timo a las arcas públicas no es invento nuestro, sino en todo caso un vicio heredado.
Finalmente quiero detenerme en las “corveas”, nombre con el que se identificaban los pagos en jornadas de trabajo hechos por hombres o animales que vivían en la heredad del Señor, teniendo este la potestad de “cobrarlos” en la conservación de sus cotos de caza, la recolección de su trigo y de sus frutos, o el cultivo de sus tierras. Algunos documentos dicen que por lo general los “terrazgueros” solo estaban obligados a las corveas durante un número limitado de días, pero se conoce que en los siglos X y XI los siervos estuvieron sometidos a “corveas a capricho”, lo que significaba que sus servicios personales y sus censos en dinero no tenían mas limitación que la humanidad o justicia del Señor feudal.
También existía la corvea en el patrimonio real, pero el rey no la reclamaba como jefe de Estado, sino como Señor, y en calidad de tal la utilizaba para la conservación de los caminos, castillos, y puentes situados en sus dominios.
De cualquier manera, honorables Cofrades, verdad es que poco ha cambiado desos tiempos a este año del Señor (del otro Señor) de 1512, pues hoy se pagan impuestos por una declaración de nacimiento; si alquilamos, vendemos, damos o prestamos. Pagamos para tener derecho a casarnos, para ser tutor o legatario, y también pagamos para morirnos, pero lo que es peor aún, debemos pagar para que una vez fenecidos nuestras almas vayan al cielo. Lo bueno que en ese caso no importa cuanta maldad o daño hayamos hecho en la tierra, un buen óbolo al Abad nos abrirá las puertas del Paraíso sin mas trámite.
De todas maneras os confieso que este humilde servidor sabe muy bien que está mas cerca de la serpiente que de los serafines, y que por lo tanto se cocinará lentamente por toda la eternidad en algún lugar del averno. Asegúrale tal destino el no haber “colaborado” nunca con el Abad; ejercido tenazmente la protesta virulenta, haber poseído el peor de los talantes, maldecido treinta veces al día, y orinado varias veces la puerta de Palacio. También le consta que cuando alguien necesitó un plato de sopa caliente o un lugar junto al fuego una noche de invierno, nunca dejó ofrecerlo sin pedir nada a cambio. Para él –y quizá para otras gentes- eso es suficiente para dormir en paz todas las noches.





Moraleja:

               “Vale mas una mano tendida al desdichado, que el pago de “corveas” que abran de la puerta del cielo su candado”

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