De como se pagan
los impuestos para vivir en la tierra, pero también para entrar en el cielo
Escriba
Medieval
Amados Cofrades:
como por estas regiones continúa el cierzo helado soplando sobre la morada del
humilde, trepo una vez mas al ático donde guardo los mas antiguos pergaminos en
busca de historias para compartir con vosotros.
Encontramos entonces, que en los los
siglos X,XI, y XII, los tributos feudales formaban la principal renta del Señor
(¡caramba! ¡qué coincidencia!) quien, escaseando como escaseaba la plata, se
hacía entregar muebles y utensilios como –por ejemplo- herraduras, rejas de
arado, espuelas, arcos y flechas, y hasta vasos y cuernos para beber. Cierto es
que tales “prendas” eran puestas en discusión en procura de obtener justicia
ante eventuales abusos del Señor de marras. Es curioso ver que los derechos
feudales se ejercitaban paralelamente a los derechos eclesiásticos, sucediendo
a veces que el que reclamaba en términos duros, como Señor y en virtud de su
dominio, solía perdonar o “rebajar” tales impuestos en nombre “de la caridad de
Dios”. El Priorato de San Eloy había de pagar dos dineros a los canónigos de
Nuestra Señora, en virtud de un convenio
que databa de los primeros años del siglo XII, y habiendo aumentado el
impuesto originario con los derechos concedidos al Priorato, éste llegó a
entregar ocho carneros, dos boceles de trigo candeal, seis escudos y un óbolo
por el primer dinero, y seis porceles, tres escudos, y dos almudes y medio de
vino por el segundo.
Citemos también el censo del Abad de
Saint Germain, quien cada año por San Vicente debía entregar al verdugo una
cabeza de cerdo, ocupando además ese día el “ejecutor de la justicia” un lugar
preferencial en las procesiones tradicionales.
En la época de Carlos “El Calvo”, los
párrocos ofrecían al Obispo diez panes, medio almud de vino, dos pollos, diez
huevos, un lechón, y un bocel de grano para los caballos.
Algunos pergaminos permiten sospechar
que algunas veces los vasallos se resistían al pago de impuestos aduciendo
estado de pobreza, sobre todo de parte de los comerciantes que no declaraban la
verdad sobre sus negocios (lo que en este 1512 sería vender “en negro”) por lo
que se desprende claramente que el timo a las arcas públicas no es invento
nuestro, sino en todo caso un vicio heredado.
Finalmente quiero detenerme en las
“corveas”, nombre con el que se identificaban los pagos en jornadas de trabajo
hechos por hombres o animales que vivían en la heredad del Señor, teniendo este
la potestad de “cobrarlos” en la conservación de sus cotos de caza, la
recolección de su trigo y de sus frutos, o el cultivo de sus tierras. Algunos
documentos dicen que por lo general los “terrazgueros” solo estaban obligados a
las corveas durante un número limitado de días, pero se conoce que en los
siglos X y XI los siervos estuvieron sometidos a “corveas a capricho”, lo que
significaba que sus servicios personales y sus censos en dinero no tenían mas
limitación que la humanidad o justicia del Señor feudal.
También existía la corvea en el
patrimonio real, pero el rey no la reclamaba como jefe de Estado, sino como
Señor, y en calidad de tal la utilizaba para la conservación de los caminos,
castillos, y puentes situados en sus dominios.
De cualquier manera, honorables
Cofrades, verdad es que poco ha cambiado desos tiempos a este año del Señor
(del otro Señor) de 1512, pues hoy se pagan impuestos por una declaración de nacimiento;
si alquilamos, vendemos, damos o prestamos. Pagamos para tener derecho a
casarnos, para ser tutor o legatario, y también pagamos para morirnos, pero lo
que es peor aún, debemos pagar para que una vez fenecidos nuestras almas vayan
al cielo. Lo bueno que en ese caso no importa cuanta maldad o daño hayamos
hecho en la tierra, un buen óbolo al Abad nos abrirá las puertas del Paraíso
sin mas trámite.
De todas maneras os confieso que este
humilde servidor sabe muy bien que está mas cerca de la serpiente que de los
serafines, y que por lo tanto se cocinará lentamente por toda la eternidad en
algún lugar del averno. Asegúrale tal destino el no haber “colaborado” nunca
con el Abad; ejercido tenazmente la protesta virulenta, haber poseído el peor
de los talantes, maldecido treinta veces al día, y orinado varias veces la
puerta de Palacio. También le consta que cuando alguien necesitó un plato de
sopa caliente o un lugar junto al fuego una noche de invierno, nunca dejó
ofrecerlo sin pedir nada a cambio. Para él –y quizá para otras gentes- eso es
suficiente para dormir en paz todas las noches.
Moraleja:
“Vale mas una mano tendida al
desdichado, que el pago de “corveas” que abran de la puerta del cielo su
candado”
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