viernes, 22 de marzo de 2013

COLUMNA DESDE LO PISADO



Carta de X… al autor del Lazarillo





Una investigadora de la Universidad de la ciudad de X… encontró un documento esencial sobre la autoría de la famosa obra Lazarillo de Tormes. Pondremos en esta nota una “X” para preservar la identidad e integridad de varias personas, inclusive de los lectores.






Por Маттиас Rotulovic 
(desde la ciudad X… en el año X…)*






La profesora X… del Departamento de Filología de la Universidad X… explicó a HUM BRAL que “el documento revelará parte del misterio sobre la autoría de El Lazarillo, pero lo importante es que se mantenga la esencia de la obra: no importa quién lo escribió, sino lo que escribió esa persona. Es curioso ver lo que le dice quién le mandó la carta al autor hasta ahora anónimo, días después de conocerse El Lazarillo” (la traducción del inglés de las pocas palabras de la sorprendida y tiritante investigadora al ser llamada por nuestra revista tras haber recibido la información del hallazgo mediante una carta anónima fue hecha por una anglo hablante mercedaria amiga de  HUM BRAL a la cual agradecemos enormemente. ¡Gracias X…!).



El hallazgo de la profesora X… y su equipo de estudiantes surgió después de un largo trabajo de revisión de documentos en un monasterio de X… en Italia. El equipo buscaba información sobre la gramática latina medieval, entre ratas fosilizadas y curiosos bichitos parecidos a cucarachas pero de color verde.
El monasterio, luego de una inundación alrededor de 1756 quedó abandonado y hundido en el fango, pero misteriosamente, lo único que se salvó fue una bóveda descubierta en 1999 por el equipo del arqueólogo X… Esa bóveda era el techo de la biblioteca del monasterio.
“Allí estaba la carta” dijo con la voz cortada la investigadora X... vía telefónica y sin saber que estaba siendo grabada desde Mercedes, Uruguay.


¿Cómo llegamos a la carta?
De inmediato, el equipo de  HUM BRAL se citó en un lugar neutral: la rambla de Mercedes. Era un lugar neutral pero poblado de gente en uno de los días de verano. Íbamos a pasar desapercibidos porque ¿Quién no se va a la rambla en verano? No podíamos reunirnos en la casa de ninguno de los integrantes de este proyecto ya que temíamos ser espiados. Después de llamar a la profesora X… empezamos a recibir mensajes telefónicos confusos en italiano y temimos lo peor.
Entonces se acordó que un integrante de  HUM BRAL, pero que no tuviera visibilidad, es decir que no escribiera en el sitio, viajara a Roma para saber qué pasaba. Ese integrante fue X… viajó a la Universidad de X… a entrevistarse con la profesora X… que había trabajado en el Monasterio X… de la ciudad X… que años antes había sido explorado por el arqueólogo X… y su equipo.
El enviado desde Mercedes pasó penurias en Roma. De esas penurias del extranjero que sale de su verano y se encuentra con el invierno, en el más frío de los inviernos romanos. Ya en la Facultad X… pidió por la profesora X… y le dijeron que la docente no trabajaba más allí. Había fallecido misteriosamente y nadie reclamó por ella, ni siquiera sus colaboradores.
Nuestro enviado, que habla muy bien italiano, al ser consultado en la Universidad X… si era o no pariente de la académica respondió que sí. Sin dudarlo, la funcionaria de la Universidad X… que estaba más atenta en tomar el té y leer a Píndaro que en atenderlo, le dio un manojo de llaves y le dijo: “vaya usted, saque las cosas de su prima, así dejamos el espacio libre. Es solo una pequeña caja”. 
Nuestro enviado caminó un largo corredor y llegó a la pequeña oficina. En las paredes de la oficina no había nada, ni un cuadro, ni un enchufe, ni una tela de araña. Sólo una mesa, una silla y una caja iluminada por la luz que entraba desde una ventana en el techo.
Abrió la caja que tenía encima una gran “X”, que era de cartón y se encontró con otra caja, caja de cartón más pequeña que abrió con ansias. Allí había un fragmento de pergamino. Al lado un papel escrito a mano. El papel decía lo siguiente (el escrito fue traducido del inglés por nuestra colaboradora anglo-hablante mercedaria):

“Señor X…
He descubierto por fin quién es usted. Su libro, las historias del joven Lázaro son una vergüenza para nuestra (…) Dios le mandará una maldición. Dios nunca permitirá que se sepa quién es usted. No lo hago para protegerlo: qué más querría yo que se queme usted en la hoguera. Quiero eso, pero lo evito.
Su carta de Lázaro es imposible. Un ciego bandido, un creyente avaro, un infiel… todo eso dice usted que hay en nuestra pequeña comunidad. El diablo se apoderó de usted… yo lo conocía buen vecino de aquellos encuentros en X… y estoy aterrado de su cambio: ¿Ha sido poseído por un mal superior?
Señor X… usted no será descubierto porque la fama es una bendición. Famoso es Homero, aunque no creyente. Es famoso por su arte. Usted, señor X…, injuria, lastima, hiere a su sangre.
Lo condeno a ser el Señor X… de por vida. Quién sepa su nombre pagará las consecuencias…”
Firma: Don X… de X… conde de X…



Así es la carta, así de simple. ¿Por qué murió la profesora X…? ¿Por qué nuestro enviado a Roma sigue vivo? La profesora X… descubrió algo más en aquella carta. Conoció un dato que le llamó la atención. Algo secreto. Así lo expresó en una postal dirigida a su marido, el señor X… que reside en X… y que nunca apareció por la Universidad X… después de quedar viudo. La postal nunca fue enviada.
Nos enteramos que el equipo de la profesora X está sano y salvo porque tal vez no tuvo la suerte o la mala suerte de la profesora X… Nadie quiere hablar del tema, ninguno de sus ex colaboradores tiene la intención de decir palabra alguna al respecto.
Nuestro enviado, nuestro compañero X… dijo una ver de regreso de su viaje: “las X… que había en la carta y en el original no dejaron que yo viera la verdad del asunto, y tal vez por eso sigo vivo”.
Lo que descubrió la profesora X… es un gran misterio. Un misterio que murió con ella. La autoría del Lazarillo, a pesar de las especulaciones recientes y algunos hallazgos dudosos, sigue siendo una gran X en la historia literaria.
Lo curioso, es que a pesar del anonimato, el autor de El Lazarillo tiene una fama perdurable y misteriosa. Su nombre propio es “El autor de El Lazarillo” y con eso basta. Su obra sigue siendo leída y al contrario, él que le echó la maldición ¿Quién es? ¿Qué fama tiene? Al fin de cuentas, la muerte puede esconder el misterio del señor o señora X… pero no aplacar lo que aquella obra expresa: lo que fue esa sociedad, lo que es esta sociedad. Porque todos somos autores de El Lazarillo, todos queremos que caiga una maldición encima de quienes nos dicen qué tan malos somos como sociedad e individuos. Todos queremos investigar los misterios que cargamos desde el pasado. Todos queremos saber la verdad aunque nos cueste morir: porque la muerte es también una verdad desconocida.
Usted lector, usted señor o señora X… ¿qué piensa al respecto? 





(*) Por Matías Rótulo



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