AUGUSTE RENOIR Y LA LIBERTAD CREADORA
"No tengo reglas ni métodos; cualquiera que vea los
materiales que empleo o mi forma de pintar, se dará cuenta de que no hay
secretos”.
Auguste Renoir nació en Limoges el 25 de
febrero de 1841 y murió en Cagnes-sur-Mer el 3 de diciembre
de 1919. Hijo de artesanos, vivió sus primeros años en barrios proletarios
donde trabajó como decorador de porcelanas y pintor de abanicos. Después pudo
acceder al taller del pintor Gilbert y, luego, al de Gleyre, donde conoció a
Monet, Bazille y Sisley, con quien más tarde compartió su casa en París. Sus
primeros intereses como pintor se inclinaron por la escuela de Barbizón y,
consecuentemente, por la pintura al aire libre. Durante los días agitados de la Comuna , pintó con Monet a
orillas del Sena. En 1873 terminó Jinetes en el bosque de Bolonia,
excluida del Salón oficial y expuesta en el de los Rechazados.
Durand-Ruel se interesó por su obra y en
1874 participó en la primera exposición impresionista, en los estudios del
fotógrafo Nadar, donde expuso, entre otras obras, El palco (1874, Courtauld
Institute Galleries, Londres). Se trata de un gran lienzo donde representa a
Niní López y a su hermano con una técnica de pinceladas sueltas fundidas entre
sí, de contornos imprecisos y poco definidos. La composición, piramidal, se
caracteriza por los ritmos ascendentes y sinuosos del vestido negro de ella y
los de la chaqueta de él, así como señala la importancia de las cabezas: la de
ella expresa serenidad y atención, mientras que la de él oculta su mirada tras
los prismáticos.
En 1876 se celebró la segunda exposición
del grupo impresionista en la que Renoir participó con una de sus obras más
conocidas, El moulin de la
Galette (1876, Museo de Orsay, París), que recoge
los momentos de un baile al aire libre en una terraza parisiense. Si lo comparamos
con la obra de Manet Concierto en las Tullerías (1860,
National Gallery, Londres), de tema y composición parecidos, presenta al igual
que ésta, un encuadre interrumpido por los bordes del formato, recurso que
produce la impresión de que la escena sigue y se expande más allá de los
propios límites del lienzo. En comparación con la obra de Manet, que la pintó
en un alarde de pinceladas imprecisas e indefinidas, la de Renoir libera
todavía más la pintura, con una sucesión de manchas centelleantes que parece
deslizarse sobre la tela al ritmo de la música o de los movimientos de los
árboles que dejan pasar parcialmente la luz que ilumina la escena.
En 1878, Renoir se alejó del
grupo impresionista y buscó el éxito en los salones oficiales; el abandono de
los principios impresionistas se acentuó cuando, a partir de 1881, numerosos
viajes -Normandía, Argel, Florencia, Venecia, Roma, Nápoles, Sicilia-
despiertan su admiración por cierta idea clásica de lo bello -la pintura
pompeyana, Ingres, Rafael-, que le llevó a cuestionarse el valor de la
espontaneidad de su técnica anterior, alejándose progresivamente de los efectos
atmosféricos en busca de una pintura más definida. De esta época, cabe destacar
obras que reflejan momentos de la vida parisiense contemporánea, como el cuadro
Madame Charpentier y sus hijos (1878, Metropolitan Museum, Wolf
Foundation, Nueva York), que fue expuesto en el Salón de 1879, donde recibió la
aprobación del público y la crítica.
El tema de la mujer, por el
que el artista mostró claramente, durante toda su vida, un gran interés,
adopta, por lo general, un tratamiento de gran consistencia y de resonancias
clásicas. En este sentido destacan la serie de las bañistas -Bañista sentada
secándose la pierna (1895, Museo de l'Orangerie, París), Bañista
sentada (1914, Art Institute, Chicago), o Bañistas (1918-1919,
Museo de Orsay, París)- que constituyen el máximo exponente de la belleza
femenina, ejecutadas con una técnica cálida y envolvente. En estas obras, las
pinceladas no se mueven en múltiples direcciones, como se observa en El
moulin de la Galette ,
sino que se alargan por la aplicación insistente de óleo húmedo diluido en
aceite de linaza y trementina.
La línea recta no existe en la
naturaleza y la mezcla armónica de colores sobre la tela va configurando la
forma mediante un proceso orgánico que persigue una expresión sensual y
vitalista: "No tengo reglas ni métodos; cualquiera que vea los materiales
que empleo o mi forma de pintar, se dará cuenta de que no hay secretos. Miro un
desnudo y descubro miles de matices diminutos. He de encontrar aquel que haga
que la carne de mi lienzo viva y tiemble."
El ejercicio de la pintura es
para Renoir una especie de placer físico, la sublimación de la atracción física
por medio de la materia pictórica. Salud y belleza se identifican en las
representaciones de esas mujeres de piel tersa y rosada. El amor por el trabajo
manual de este artista, que procedía de una familia de artesanos y que
fatalmente vio sus propias manos deformadas por el reuma al final de su vida,
le llevó a rechazar cualquier dimensión intelectual de la pintura o cualquier
resonancia literaria en favor del trabajo humilde y bien hecho.
En 1884 escribió una propuesta
para fundar la "Sociedad de los irregulares", la cual asociaba la
belleza a las formas orgánicas e irregulares de la naturaleza y rechazaba el
mundo mecánico e industrializado, como años antes hicieron Ruskin y Morris,
pero cuya sensualidad se alejaba de la religiosidad de éstos. "A veces
hablo como los campesinos del sur. Dicen que son unos desafortunados. Yo les
pregunto si están enfermos y me dicen que no. Entonces son afortunados; tienen
un poco de dinero, por lo tanto, si tienen una mala cosecha no pasan hambre,
pueden comer, pueden dormir y tienen un trabajo que les permite estar al aire
libre, a la luz del sol. ¿Qué más pueden desear? Son los hombres más felices y
ni siquiera lo saben. Después de unos cuantos años más, voy a abandonar los
pinceles y dedicarme a vivir al sol. Nada más."
Las penurias económicas de
Renoir terminaron con el éxito de la exposición impresionista de 1886 en Nueva
York. En 1892, realizó una muestra antológica en los salones de Durand-Ruel.
Dos años más tarde nació su hijo Jean -el cineasta Jean Renoir-, y Gabrielle
Renard, prima de su mujer Aline, entró con dieciséis años en la casa del pintor
para ayudar en la tareas domésticas, aunque acabó convirtiéndose en su modelo
favorita. Jean escribió: "El espíritu inherente a los niños y niñas, a las
criaturas y los árboles, pobladores del mundo que él creó, encerraba tanta
pureza como el cuerpo desnudo de Gabrielle. Y finalmente, Renoir revelaba su
propio ser a través de esta desnudez."
A partir de ese momento los
éxitos se suceden. Sin embargo, ni su artritis, que le lleva a instalarse en la Provenza en busca de un
clima más cálido -es operado en 1910 de las dos rodillas, una mano y un pie-,
ni el alistamiento de sus hijos Pierre y Jean durante la Primera Guerra
Mundial, ni incluso la muerte de su esposa en 1915, logran disminuir su
entusiasmo por la pintura.
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