A 66 AÑOS DEL
FALLECIMIENTO DEL PADRE DE LA IMAGEN EN MOVIMIENTO
Louis Jean Lumière nació
en Besançon el 5 de octubre de 1864 y
murió en Bandol el 6 de junio de 1948. Inventor francés, pionero del cine. Hijo
de Antoine Lumière, un comerciante de la ciudad de Besançon dedicado a la
fotografía, a los pocos años marchó con su familia a Lyon, dado que su padre
decidió independizarse de su socio Emile Lebeau. La calidad humana y
profesional de su padre permitió a la familia salir adelante. Los clientes
hicieron progresar el negocio y pronto su empresa fue reconocida por la calidad
de sus trabajos.
El joven Louis
destacó en los estudios que realizó en el liceo La Martinière y, poco después,
junto con su hermano Auguste -con quien formará una pareja indisoluble- comenzó
a trabajar con su padre desarrollando algunas iniciativas en la fábrica de
material fotográfico, una de las principales en las últimas décadas del siglo
XIX. En torno a 1890, Louis y Auguste conocen ya algunos de los inventos que se
están patentando en torno al mundo de las imágenes en movimiento. Tienen
noticias de los trabajos de sus coetáneos y los experimentos que se prodigan no
sólo en Francia sino en otros países y que buscan, básicamente, mejorar la
obtención y proyección de imágenes.
Esta situación
iba a sembrar controversias sobre quién fue el verdadero padre del cine. Entre
1890 y 1895 son varios los inventores que, en distintos países, están
trabajando para alcanzar un mismo objetivo; los nombres de Tomás Edison (Kinetoscopio)
y Max Skladanowski (Bioscop) son algunos de los que más suenan en estos
años. A finales de 1894 los hermanos Lumière patentaron su invento con el
nombre de Cinematographe (Cinematógrafo).
Durante unos
meses se dedican a impresionar diversas imágenes familiares, y luego deciden
hacer varias demostraciones que son muy bien recibidas, lo que les animó a
preparar la presentación pública, que tuvo lugar el día 28 de diciembre de 1895
en el Salon Indien del “Grand Café”, en el Boulevard des Capucines de París.
Por primera vez se conseguía mostrar a un grupo de personas unas cintas (así
se llamaban las primeras películas) de imágenes en movimiento, con lo que se
superaba las limitaciones que suponía el Kinetoscopio de
Edison, que era de visión individualizada.
Estas películas
apenas recogían un plano estático del motivo que daba título a las mismas. Eran
“tomas de vista” de temas familiares y lugares de la ciudad. La demanda del
público obligó a los Lumière a enviar a una serie de operadores por todo el
mundo para que impresionaran más imágenes que permitieran renovar los programas
diarios. El efecto cautivador que supuso el Cinematógrafo para los ciudadanos
de estos años fue de tal magnitud, que se viene repitiendo la anécdota de
aquellos espectadores que vieron por primera vez La llegada de un tren
a la estación (L’arrivée d’un train en gare, 1896); en cuanto el tren se
acercaba a primer término los espectadores se echaban hacia atrás, pensando que
iba a salir de la pantalla.
Las imágenes de
los Lumière son punto de referencia de los primeros noticiarios y documentos
que se impresionaron en numerosos países. De estas primeras películas
destacan La salida de los obreros de la fábrica Lumière, en la que
desde un punto de vista lejano se contempla cómo se abre la puerta de la
fábrica y va saliendo hacia los laterales un grupo de hombres y mujeres, hasta
que esa salida se termina. Más interesante resulta, sin embargo, El
regador regado, una escena simpática, que gira en torno a un “gag” cómico:
un hombre se encuentra regando un jardín; vemos cómo un niño le pisa la
manguera; el hombre se extraña de que no salga el agua y acerca a su cara la
boca de la misma; en ese momento el niño quita su pie y el agua moja al hombre;
éste corre tras él y al alcanzarlo le da un azote y le coge de una oreja.
La producción
de los Lumière se incrementó con los años, convirtiendo a Lyon en uno de los
centros cinematográficos más importantes del mundo. No obstante, su evolución
creativa se estancó, limitándose durante ese tiempo a repetir los temas y
viviendo un poco de rentas. Tiene que ser Méliès quien realmente dé un gran
empuje al Cinematógrafo, sobre todo abriendo nuevos caminos a la creatividad y
forzando a los operadores y productores, que a continuación les siguieron, a volcarse
en busca de originalidad.
Los Lumière, al
tiempo que producían una interminable lista de títulos, pusieron en circulación
los aparatos que fabrican en Lyon. A esta ciudad acudirán a lo largo del tiempo
numerosos empresarios de otros países en busca de “el aparato original” que les
permita pasar sin ningún problema las cintas Lumière en sus
barracones. Así comenzó a expandirse el que será el espectáculo audiovisual más
sorprendente del siglo XX.
Los Lumière
continuaron desarrollando, hasta su muerte, otros muchos inventos, tanto en el
campo de la fotografía como en el cine (la placa tricromo para la fotografía en
color; la fotografía en relieve: fotoesterosíntesis; el cine estereoscópico;
las placas antihalo; el plateado de los espejos en frío; un difusor para
fonografía, etc.). Algunos tuvieron su aplicación, pero otros no pudieron
desarrollarse comercialmente.
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