sábado, 28 de junio de 2014

Un anónimo cantante que llevó la belleza a las trincheras


En todas las guerras tienen lugar los hechos más brutales y salvajes de los que es capaz el hombre, pero también en ocasiones resplandece la condición humana y surgen momentos conmovedores. Muchos de ustedes conocerán la famosa tregua navideña de 1914, en plena Primera Guerra Mundial, que es un buen ejemplo. Y también en esa guerra, de la que se cumplen 100 años, ocurrió lo que voy a narrarles hoy.

La fuente original de esta curistoria son las memorias de Herbert Sulzbach, en las que narra entre otras cosas su servicio en el ejército alemán en aquella guerra del 14. En el año 1915 él formaba parte del contingente de hombres que combatían en el terrible frente occidental. Cuenta cómo una noche se acercó un soldado hasta el lugar donde estaba Sulzbach junto a un oficial y se dirigió a este diciéndole: Señor, hay un francés en aquella zona cantando magníficamente.
Supongo que si alguien creía que una noticia así debía darse a un oficial era porque el cantante lo hacía realmente bien. Sulzbach y el oficial salieron de su refugio al aire libre de la noche y buscaron un sitio mejor en la trinchera para escuchar al francés, al enemigo.
Una magnífica voz de tenor interpretaba, entre las trincheras, en mitad de la noche, en el transcurso de una guerra, un aria de la ópera Rigoletto de Verdi. Poco a poco todos se fueron callando, a un lado y al otro del frente, para deleitarse con la voz y dejar de lado las penurias por un momento.
Cuando terminó la interpretación la trincheras alemanas aplaudieron y vitorearon a aquel anónimo cantante francés. A pesar de todo reconocieron su arte y, supongo, le agradecieron haberles brindado un poco de belleza y civilización en medio de todo aquel despropósito.



Fuente: Military's strangest campaigns and characters, de Tom Quinn


Extraído de: http://www.curistoria.com/


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