Patrick Modiano: "El tiempo es
destructor como un bombardeo"
España
vive un resurgir del escritor francés. | A su última novedad, 'En el café de la
juventud perdida', y a su prólogo al 'Diario de Helène Berr', se suma la
edición de dos obras antiguas: 'Dora Bruder' y 'Calle de las tiendas oscuras' |
"Incluso las cosas más banales contienen un misterio que se desvela si las
miramos fijamente"
Lo
primero que llama la atención de Patrick Modiano (Boulogne-Billancourt, 1945)
es su altura de jugador de baloncesto (1,98 m, según precisa). Nos recibe en su
casa de París, equidistante entre el jardín de Luxemburgo y la iglesia de
Saint-Germain-des-Prés, en unos barrios inmortalizados en sus novelas. Hay un
vídeo en Youtube que simboliza mejor que nadie el sentido de su obra: aparece
Modiano recorriendo un supermercado, construido donde antes había un cine, e
intentando situar entre los estantes de productos los elementos que su memoria
le indica: "Creo que aquí estaba la pantalla, aquí las butacas...",
va apuntando vacilante. En España vivimos un auténtico resurgir Modiano, pues a
su última novedad, En el café de la juventud perdida (Anagrama/Proa), y a su
prólogo al Diario de Helène Berr (Anagrama/Empúries), se suma la edición de dos
obras antiguas suyas, Dora Bruder (que Seix Barral acaba de publicar) y Calle
de las tiendas oscuras, ganadora del Goncourt en 1978 y que Anagrama y Proa
publicarán el próximo 5 de marzo.
¿Ya
no escribe en los cafés?
No,
ahora lo hago en este despacho, con mi pluma. Debo de ser la última generación
que escribe a pluma. Pero si me obligaran a hacerlo en un café, sería capaz,
puedo escribir en cualquier sitio. Lo de la pluma es porque el hecho de
escribir es ya algo tan abstracto que tengo la necesidad de un objeto sólido
que me ancle a la materia; si no, todo es muy virtual.
Ahora
que coinciden tres libros suyos en las librerías españolas, además de un
prólogo, es la ocasión de comprobar si es verdad que escribe usted siempre el
mismo libro..
Esa
es una sensación que tengo a menudo, en efecto. ¿Cómo decirle? Es el mismo
libro pero escrito a trozos, como un corredor que se detiene y reprende la
carrera un tiempo después. Es cada vez el mismo libro per
o desde ángulos diferentes. No hay repetición, pero es la misma obra.
o desde ángulos diferentes. No hay repetición, pero es la misma obra.
Escrito
a trozos, ¿del mismo modo que trabaja la memoria?
Sí,
de forma completamente discontinua, sin arquitectura. En el siglo XIX, las
novelas se construían como una catedral. Pero esto mío son unos trocitos. Como
en la memoria, las cosas vienen a golpes, de repente, desordenadamente.
Tras
haber leído como vapuleaba a su padre en el autobiográfico Un pedigrí,
sorprende ver que en los 70 le dedicara este libro, Calle de las tiendas
oscuras.
Es el
único que le he dedicado. Llevaba diez años sin tener noticias suyas y supe de
repente que se había muerto. Pensé que era absurdo que las cosas sucedieran de
ese modo, y se lo dediqué.
Si en
Un pedigrí era usted quien realizaba una labor de detective sobre su pasado, en
Calle de las tiendas oscuras es el narrador quien se pregunta por su identidad
Él
encima sufre amnesia, y no recuerda nada de su vida anterior. Intenta encontrar
briznas de su pasado. Lo raro es que mis novelas son siempre eso, y no me doy
cuenta más que cuando las he acabado: 'Mira -me digo-, has vuelto a hacer la
misma cosa, qué curioso'. Pero no me doy cuenta de esos leitmotivs que vuelven
una y otra vez.
Esta
es una novela en brumas, no conocemos la identidad del personaje principal, que
pasa por cuatro personalidades diferentes, según las pistas le conducen a uno u
otro lugar...
Hay
una atmósfera onírica, no estamos seguros de nada. Es una novela enigmática, no
sabemos ni quién es el que nos habla. A veces me digo que escribo cosas así a
causa de la época en que vivo, en el siglo XIX hubiera hecho otra cosa, pero
hoy escribo sobre la búsqueda de la identidad, sobre el tiempo perdido...
El
pianista toca en la novela Que reste-t-il de nos amours y toda la novela es una
pregunta sobre qué es lo que queda de nuestras vidas, ¿no?
Exacto.
Estaba obsesionado con el hecho de que a menudo, de nuestras vidas, sólo quedan
algunas briznas: unas pocas fotos, alguna agenda, los testigos desaparecen, y
los quedan dan falsas indicaciones, sus recuerdos no son exactos
Eso
conecta con Dora Bruder, libro donde usted investigó el caso de esta chica de
15 años desaparecida y enviada a Auschwitz.
Sí,
lo raro es que no había testimonios, apenas algún apunte en los registros de
policía. Es terrible ver cómo todo se pierde: incluso si usted pregunta a
alguien sobre su propia vida él mismo habrá olvidado muchas cosas, o deformará
otras inconscientemente, hay una incertidumbre total.
Dora
Bruder fue un caso real, pero eso a usted le da igual
Sí,
no hago esa distinción, Dora Bruder ha existido, todo es real, pero lo extraño
es que, tras haber escrito su libro, no tuve la impresión de que me desviaba de
mi línea. No hay minguna diferencia, finalmente, entre este libro y mis
novelas.
El
narrador de Calle de las tiendas oscuras no comprende el mundo, está perdido.
¿A usted le cuesta comprender el mundo?
Hay
en todo un lado un poco incoherente. Y, para que me vengan ganas de escribir
algo, tengo necesidad de que las cosas sean enigmáticas. Me fijo en elementos
que existen realmente: calles, personas, e intento infundirles misterio. Creo
firmemente que incluso las cosas que nos parecen más banales contienen un
misterio que, si uno las mira fijamente, acaba por desvelarse, como todo
tuviera una especie de subrealidad. Hay misterio en todo.
Hay
críticos que ven Calle de las tiendas... como una novela negra.
Lo
es, de joven estaba muy influenciado por todos los escritores de novela negra:
ciertos norteamericanos, algunos franceses
Todo lo que
pertenece al dominio del misterio me interesa. En el fondo, la novela negra es
onírica, no es nada realista. Tampoco las películas
del género son realistas, para empezar son en blanco y negro
y la vida es en colores.
Reencontramos
a París como personaje.
También
es un París onírico que, aunque basado en lo real, con calles precisas, está
totalmente interiorizado, a partir de mis recuerdos de adolescente. Un París que
ya no existe. Ojo, no es nostágico, sino soñado, totalmente interior.
Esa
descripción exterior, de calles y plazas es, de hecho, la definición de nuestro
interior...
Sí.
Mis novelas son siempre un universo urbano, vivo aquí y hablo de ello. A veces me
sabe mal, porque me hubiera gustado escribir esos novelones rusos del XIX que
suceden en el campo, tengo esa nostalgia, me hubiera gustado describir bellos
paisajes rurales. Pero es el azar, uno está obligado a hablar de lo que ha
visto.
¿Se
pasea todavía?
Bueno
es cada vez más difícil. Ya no son
paseos como los que hacía antes, sin rumbo. Ahora voy a un sitio preciso, no
vagabundeo. Voy a verificar, por ejemplo, en qué se ha convertido
un sitio de los que hablo. París ha cambiado tanto
Han desaparecido tantos lugares, el paso del tiempo es una masacre, como un
bombardeo. Desaparecen cafés y librerías, todo se convierte en tiendas de ropa
de marca.
Su
estilo se caracteriza por la economía expresiva, ¿puede defenderla?
Una
frase corta, algo lineal, es el único modo, para mí, de captar lo onírico,
porque para dar esa impresión de un sueño interrumpido, en el que entra alguien
por sorpresa, necesito frases muy concretas, al igual que en algunos cuadros
surrealistas, como los de Magritte, todo es muy preciso pero la impresión
global es de sueño. Eso son mis frases cortas, un estilo barroco no me sirve.
No.
Cuando empecé a escribir todo era muy difícil, muy penoso, trabajaba frase a
frase, era un martirio, no era capaz de escribir una primera versión
rápidamente, como hago ahora y después corregir. No encontraba momentos de
reposo, no había descansos, en las páginas se apelmazaban las letras, sin
espacios en blanco. El texto no conseguía encontrar su respiración, era
asfixiante.
Aquí
(1978) ya había, en cambio, muchos diálogos.
Sí,
ya sí, y técnicas de collage, trozos de otras cosas, más dinamismo.
Pero,
al ponerse a escribir, ¿su prioridad es entretener al lector?
Cuando
empiezo un libro, lo raro es que no sé bien adónde voy. Estoy igual que el
lector, no sé nada y la cosa se va definiendo poco a poco, a medida que uno
avanza. Es como conducir un coche sin ninguna visibilidad, no sabe uno si está
al borde del barranco o en una autopista. Eso es lo que da un toque incierto.
En
Dora Bruder vemos cómo los nazis establecieron un rígido sistema de categorías
de identidad...
Es
extraño eso, casi metafísico: todo un sistema complejo, con fichas muy precisas
y al mismo tiempo, después, no queda rastro de nada.
En
España tenemos un debate sobre la memoria histórica, no sé cómo lo llevan en
Francia
Francia
ha tenido tabúes sobre la ocupación nazi y la guerra de Argelia, básicamente.
Lo que me impresiona siempre es que esos tabúes históricos los encontramos
reproducidos a pequeña escala, en las vidas individuales, en los casos
concretos de la gente que olvida aspectos de su biografía. Y sin llegar a la amnesia,
si usted pregunta a alguien por su pasado, lo va a transformar sin darse
cuenta. Esos falsos testimonios me fascinan. Es novelesco, es novela negra. El
novelista es un detective.
En el
café de la juventud perdida habla de las zonas neutras de París. ¿Qué son?
Cosas
raras, no mans land, lugares imposibles de definir con precisión,
barrios en los que uno no sabe si está o no en París,
espacios que no se corresponden con su entorno, zonas fuera de lugar,
incoherentes. Eso es algo evidente en Berlín y en otras
ciudades bombardeadas. Por ejemplo, en los 70, el espacio donde hoy tenemos el
museo Pompidou era un terreno vago, un gigantesco solar aparecido por los
inmuebles destruidos tras la guerra. Era como un agujero brumoso, impreciso, en
medio de una gran ciudad.
Usted
nunca se define políticamente, rompe con la imagen del intelectual francés
comprometido, no sabemos si es de los unos o de los otros.
Es
que la política acaba siempre mal para un escritor. La política es, por
definición, una simplificación de las cosas, convertirlas en superficiales y
nuestro trabajo es justamente el contrario, mostrar lo que hay oculto, la
complejidad.
Alguien
que escribe está encerrado en su universo, en una campana de vidrio, es
terrible. Me han dado siempre pena esos encuentros entre grandes escritores,
por ejemplo cuando Joyce se vio con Proust, en un episodio patético porque no
llegaron casi ni a hablarse. Es una paradoja pero podría hacerle una larga
lista de escritores que se han encontrado y ni siquiera se han comunicado, Es
muy triste, es como si levantáramos una muralla, somos un poco autistas. Debe
de haber gente, no necesariamente en Francia, que trabaje en una línea parecida
a la mía, pero no los conozco y si les conociera no sabría qué decirles.
Extraído de: http://www.lavanguardia.com/
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