Breve boceto del revolucionario febrero oriental de 1811
Roberto Sari Torres
La tensión de la lucha inminente está en el aire del litoral. El 11 de febrero, el sansalvadoreño Tomás Paredes, es el encargado del pronunciamiento libertario de Belén y Casablanca en Paysandú. Son apresados por la marinería de la flota de Michelena, logrando escapar hacia Mercedes, el después héroe de Paysandú (30-08-1811) Francisco Bicudo.
El 15 de febrero, el proceso revolucionario oriental da un gran salto adelante al abandonar Artigas las filas españolas que revistaban en la plaza fuerte de Colonia del Sacramento. Pareciera que lo casual aquí fuera el pretexto de una gran causa. ¿Por qué? Porque a la hora de la siesta de aquel día, unos blandengues integrantes del escuadrón de Artigas entraron al huerto privado del Comandante Muesa a robar alguna fruta de los árboles. El iracundo español llama al capitán y le ordena reprimir a aquellos “ladrones de fruta” que pertenecían a su comando, amenazándolo que si no lo hacía lo mandaría engrillado a la Isla de San Gabriel. Muesa sabe lo que es Artigas, por eso la respuesta a su amenaza es un terror que le recorre el cuerpo: “!no crea que me dejaré engrillar así nomás!”. A la noche del 15, acompañado de sus amigos, deja atrás Colonia y a los españoles. La noticia recorre velozmente toda la vasta Sudamérica; donde comenzará una historia que tendrá en él uno de los más altos exponentes de un pensamiento que –como el del venezolano Simón Rodríguez- 200 años después sigue estando en la vanguardia de los ideales humanos y sociales a alcanzar.
La adhesión de Artigas es un disparador del entusiasmo general. Pero ya en enero, Pedro Viera hablaba con Justo Correa de la insurrección. El alférez de blandengue le encarga ir organizando gente para el propósito y que esperara el momento oportuno. A Basilio Cabral y a Francisco Bicudo les encomienda la misma tarea. Viera se contacta con Venancio Benavídez nombrándolo su 2do. al mando. El 26, unos 300 gauchos vivaquean bajo la umbría del monte del arroyo Asencio. Al aclarar el día 27, Viera ordena que nos 20 jinetes se dejen ver en la pradera del noreste, como señuelo ante el cantón militar español de Mercedes. El mando “muerde el anzuelo” y ordena a Ramón Fernández, al frente de unos 55 hombres. Que vaya y atrape o liquide a “aquellos impertinentes”. Una vez metidos en el monte, la partida española es completamente cercada y rendida inmediatamente, pasando Ramón Fernández al bando patriota. Al caer la noche la guarnición mercedaria vela el miedo con grandes fogatas que alumbran las esquinas, y cada media hora la ronca potencia del cañón rompe el silencio con un tiro hacia algún lado.
Con los primeros clarores del 28 de febrero, los patriotas aparecen ocupando el horizonte del Sur mercedario. La rendición incondicional de la plaza fuerte es exigida y hecha efectiva en el breve término de tres minutos, de acuerdo al ultimátum de Pedro Viera. El jefe español “entregaba el pueblo a la disposición del Gov. o de Bs. As., libre de vidas y haziendas”.
A partir de aquel último día de febrero, la historia (la nuestra y de Sudamérica) comienza rodar por caminos que nadie entonces podría haber imaginado.
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