De los trabajos y tribulaciones de los lacayos del señor feudal, para que las gentes celebrasen los dos siglos de la liberación morisca
Ángel Juárez Masares
Había una vez en una pequeña comarca, un Señor feudal que reinaba sobre su pueblo desde un coqueto y antiguo palacio, y cuya preocupación estaba centrada en festejar la heroica gesta.
Dispuso entonces el Señor que entre todas las doncellas de la comarca se eligiera la más hermosa para que representara a las demás ante los viajeros que vendrían de tierras lejanas. Claro que para eso buscó un asesor que no confundiera moros con esquimales (como había ocurrido en el caso de una representación teatral anterior) y habló con “los grotescos”. Estos obraron con justicia y eligieron una joven virgen de una región conocida como “Las Catalinas”, quien fue llevada a palacio con gran pompa.
Toda la aldea comentó entonces la fortuna de la doncella, que tendría como premio a su belleza un paseo por el lago a bordo de una barca (de donde venía sólo había arroyos contaminados con glifosato), y acompañada por un “grotesco” que -acompañado de un laúd- le cantaría la historia de la comarca (en español antiguo).
La agraciada plebeya sería vestida con bellas prendas (en realidad ropa usada por las damas de palacio), y adornada con algunas cadenitas y aretes de los que dejaban los gitanos a su paso por el pueblo. Como corolario le habían prometido “una experiencia inolvidable”, la cual pronto comenzó a ser objeto de chismorreos entre el vulgo.
¿Será un paseo en uno de los caballitos del Señor? Preguntábase la pastelera.
¿Acaso una noche de amor con el hijo del tabernero? Susurró una vieja al oído de su vecina.
¿O un “retiro espiritual” con el Abad? (lo cual no tenía mucha diferencia con lo anterior), aventuró envidiosa la hija del tahonero.
Quizá sea una romántica cena a la luz de la luna (las velas eran cosa de todos los días) con el Escriba del Señor, así le cuenta “su versión” de la guerra contra el moro, dijo el hermano del sepulturero.
La incógnita aún no ha sido develada y habrá que esperar un tiempo para saber la verdad. Mientras tanto, el vulgo tiene de qué ocuparse y no piensa que 92 de cada cien monedas que pagan por sus impuestos se van en estos menesteres.
Moraleja:
Si escuchas la fanfarria sonar en una punta de tu pueblo, únete a ella y baila. Si haces lo contrario te condenarán por negarle el pan al dueño del circo.
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