viernes, 27 de enero de 2012


Breve historia de la barba
y el bigote


Fuente: Revista Crítica Nº 38, 20 de julio de 1935.

“Del lado de la barba está el poder”, dice en una de sus obras el gran cómico Moliére, que, por otra parte, no la tenía. Esto lo comprendieron tal vez nuestros antepasados de las cavernas, en los tiempos en que acariciándose la barba con una mano y enarbolando un garrote con la otra, mandaban a sus mujeres que los obedecían solícitas. Pero desde entonces las cosas han cambiado, las barbas fueron desapareciendo poco a poco, y hoy día… ¿Hay algún marido que se haga obedecer por su mujer? Digamos más bien que…, en fin, no insistamos sobre este punto tan doloroso.
Ya en la antigüedad, la suegra de Thotmes III, que ejercía el poder efectivo en nombre de su débil yerno, se había hecho hacer un busto con barba, pues era ella la que llevaba la barba en la vida conyugal; hoy día diríamos que llevaba los pantalones. Examinemos pues los pasos que ha dado esa prueba del poder del hombre antes de que desapareciera completamente.
Antes que Moliére, los egipcios opinaron que la barba era el signo de la autoridad. La mayoría de los faraones están representados con una barba postiza. Los asirios exhibían hermosas y ensortijadas barbas, y obligaban a sus esclavos a afeitarse. En cambio los griegos y los romanos estaban afeitados: sus esclavos a menudo lucían barba y bigote. Todo es cuestión de entenderse.
En las crónicas, Carlomagno es el emperador de “la barba florida”. Francisco I se dejó crecer la barba para ocultar una cicatriz. Por otras razones, el Papa hizo lo mismo. Inmediatamente todos los mentones se adornaron; los eclesiásticos siguiendo el ejemplo del Papa imitaron a los laicos que copiaban al rey. Estas veleidades del clero no dejaron de provocar dificultades.
Cuando Guillermo Duprat, que se enorgullecía de ser poseedor de una de las más hermosas barbas de Francia, fue nombrado obispo de Clermont y quiso tomar posesión de su catedral, los canónigos le prohibieron la entrada a causa de su mentón barbudo. Puesto entre el obispado y la barba, optó por el primero y no tuvo más remedio que afeitarse. Este incidente trajo grandes discusiones; la Sorbona estudió largamente tan grave y pilosa cuestión, y el rey intervino a favor de la barba.
En Francia la barba estuvo de moda bajo el reinado de los Valois, pero luego empezó a caer en descrédito. Bajo Luis XII la barba se redujo a un puñado de pelo bajo el labio inferior, llamado “mosca”. No todos los magistrados se resignaron a esta triste reducción de su sistema piloso. Mathieu Molé, que dio tanto que hablar durante la Fronda tenía el sobrenombre de “la gran barba”; no tenemos necesidad de describirlo más. La “mosca” persistió en los primeros tiempos del reino de Luis XIV, y poco a poco fue disminuyendo hasta desaparecer. El final del siglo XVII, todo el XVIII, y el principio del siglo XIX, vieron mentones imberbes y mejillas afeitadas.
El bigote reapareció con los húsares. Estos cuerpo de caballería de origen húngaro, tenían la cabeza completamente afeitada a excepción de un jopo de cabello en la punta de la cabeza, y de unos grandes bigotes caídos. Los otros cuerpos de caballería, emocionados por estos hermosos ejemplares, reclamaron también el derecho de usar bigote.
Tiempo después la barba fue casi relegada al olvido. Lo único que persistió fue el bigote, último vestigio del poderío masculino. Después de 1830, el bigote se generalizó. Sin embargo los marinos, los cómicos, los magistrados y los sirvientes continuaron afeitándose, y ciertos tribunales prohibieron a los abogados que actuasen delante de ellos con bigotes.
Bajo el segundo imperio, el bigote se usó fino y engomado; una pequeña barba los acompañaba.
Desde entonces la moda ha variado muchas veces. ¿Quién diría que en Paris estuvieron a punto de batirse por el bigote? Pocos años antes de la guerra, estalló una huelga homérica: la de los mozos de café, que exigían el derecho de usar bigote, que hasta entonces se les había negado. Se volcó mucha tinta y mucho vermouth a causa de esta reivindicación, hasta que los mozos salieron con la suya. El derecho de tener pelo en la cara les fue otorgado.
Extraído de: www.elhistoriador.com.ar

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