sábado, 19 de febrero de 2011

EL CUENTITO MEDIEVAL

De los insignificantes seres que pretenden –y jamás lo conseguirán- ser protagonistas de “un cuentito medieval”


 Ángel Juárez Masares 

Había una vez en una pequeña comarca, un Señor feudal que reinaba sobre su pueblo desde un coqueto y antiguo palacio.
Hallábase un día ocupado en los menesteres de gobierno, cuando uno de sus lacayos le informó de un grupo de gente que se habían congregado a las puertas de palacio portando pancartas y gritando consignas tales como: ¡se siente! ¡se siente! ¡el pueblo está presente!, y ¡el pueblo unido, jamás será vencido!
Levantóse entonces el Señor de su asiento, resignado a otorgar un nuevo aumento de salarios, pero… ¡Oh sorpresa!...no se trataba esta vez del personal de palacio. Era Pietro “El ralo”, personaje llamado así por su escasa cabellera, y conocido en la comarca por hablar mucho y no decir nada.
-¡Que reclamas ahora!...- inquirió el Señor procurando mantener la calma.
-¡He pasado gran parte de mi vida gritando ¡viva el feudo! y nadie se ha preocupado por dejar registrados mis actos en la historia! -se quejó Pietro “El Ralo”, mientras su mujer y sus dos hijos aprobaban con vítores (y el perro se hacía el distraído).
¡He destrozado mi trasero cabalgando hasta la tierra de Mio Cid a rendirle homenaje!... ¡Y nadie escribió una sola letra sobre mis hazañas!
Pero como ni el Señor feudal recordaba las andanzas de Pietro “El Ralo”, os contaré que años ha, este personaje cabalgó encolerizado al frente de una columna de cinco jinetes (y además sin cojinetes), a protestar frente al mismísimo Rey (uno que tenía nombre de indio de las nuevas tierras descubiertas por Colón) cuando se enteró que por un decreto real se había decidido reformar la tumba del  Cid, llevando sus restos a otro lugar impropio  para semejante personaje.
Pietro se puso entonces al frente de la columna y cabalgó hasta palacio, sin preocuparse por la lluvia, el crudo invierno, o los pasos peligrosos que debió sortear.
A las afueras de la ciudad se le sumó su hermano, que había estado en un mesón cercano bebiendo junto al fuego y gastando sus monedas con las aldeanas (como tenía por costumbre), y se puso primero en la fila vestido con sus mejor cota de malla.
Así entró a la ciudad amurallada acompañando a Pietro “El Ralo”, que cansado, ojeroso, mojado por la lluvia, salpicado de barro, oliendo a
estiércol de caballo, barbudo, hambriento (y meado por los perros) pretendía llegar a la tumba del Cid y protestar ante el Rey. Altivo  y al
grito de ¡Viva el feudo! se lo vio recorrer las callejas. Pero hete aquí que  
antes de llegar a la tumba del Cid, el propio Rey con nombre de 
aborigen, se le apersonó pidiéndole que desmontara y le preguntó por su
reclamo.
-Vengo  a protestar por el traslado de los restos del Cid.
-¿De qué traslado me hablas?  -Preguntóle el Rey.
-Del decreto real. -Balbuceó Pietro desconcertado.
-No hay tal decreto. -Le dijo el Rey, y Pietro “El Ralo” hubo de retornar más cansado, más barbudo, y tan frustrado que por varias semanas no se lo escuchó gritar ¡viva el feudo! y mucho menos cabalgar en su resignado caballito macilento.
Fue así que el señor Feudal le dijo: Yo no puedo hacer nada por ti porque no escribo la historia.
-¡Quiero hablar con el bastardo que lo hace! -Bramó Pietro “El Ralo”, enfurecido al ver que el Señor feudal se metía nuevamente a sus aposentos.

En verdad me hubiera agradado complacerlo, pero como eso de ir y venir al medioevo resulta un tanto cansador, preferí sentarme acá en mi computadora, y decirle a Pietro “El Ralo”:


 
Moraleja:
             No por mucho por mucho gritar ¡viva el feudo! se llega a Señor  feudal, ni por mucho cabalgar a protagonista de un “Cuentito medieval”.

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