Carta a Wilson
“De cuánto se debe respetar a las palabras si pretendes algún día dominarlas”.
Estimado Amigo:
Mucho valoro y agradezco el gesto de haberme prestado tu apartamento de la calle Sánchez.
No obstante creo necesario –en virtud de la amistad que nos une- ponerte al tanto de algunos acontecimientos ocurridos para que tomes los recaudos correspondientes.
Si bien es cierto que durante estos días algunas luces se han encendido solas (además del ventilador de techo) eso no constituye un suceso de notoriedad. No faltará por ahí un sabelotodo que le encuentre explicaciones técnicas a tales episodios.
Lo realmente preocupante es que una mañana encontré la mitad de las palabras de un relato escrito la noche anterior, desparramadas por cualquier lado.
Algunas estaban dentro del mate que –como tu bien sabes- acostumbro dejarlo limpio y en su soporte. Pues allí había varias de ellas, y lo que es peor, entreveradas.
Al abrir la canilla de la cocina, otras salieron de su interior y se fueron tan rápido por el resumidero que no pude saber qué decían. Cuando me puse a calentar agua, un olor inmundo me hizo prestar atención al gas, y hete aquí que descubro algunas achicharrándose. Se conoce que estaban escondidas en el quemador. De todas maneras alcancé a ver dos o tres, y supuse que el mal olor se debía a que eran lo que la gente suele llamar “malas palabras”. Había putas y mierdas, por lo menos.
Ni hablar que algunas se habían colgado de las cortinas, pero al sacudirlas un poco cayeron al suelo.
El asunto fue juntarlas, porque las muy tercas se pegaban al piso, pero finalmente pude barrerlas y embolsarlas.
También te digo que esa noche molestaron bastante. En la madrugada se las podía oír tratando de salirse de la bolsa. Si bien tuve el impulso de aplastarlas, me aguanté y en la mañana las solté disimuladamente en la vereda.
Como comprenderás tuve que rearmar el relato en el que estaba trabajando con la bronca de haber perdido esas frases que luego se hace difícil recordar.
De todos modos a la noche siguiente dejé varias hojas en blanco encima de la mesa, y a la mañana encontré varias palabras ocupando espacios. Nótese que digo “ocupando espacios” y no “en su lugar”, porque las muy putas estaban desordenadas e incluso algunas, patas arriba.
Creo que lo más risueño del asunto, por lo menos para quienes pretendemos entenderlas, utilizarlas, y en definitiva, dominarlas, es que estas travesuras contienen un mensaje. Tendrías que ponerte a escribir de nuevo en esta casa. Aunque solo sea un rato por semana. Evidentemente que algunas ideas han quedado “sueltas” por aquí, y por eso las palabras andan como almas en pena tratando de cumplir su cometido.
Esto pretende ser una advertencia para que no te sorprendas si un día encuentras alguna página en blanco en uno de tus libros. No creo que eso suceda, porque –ahora que lo pienso- todas la palabras que escaparon eran manuscritas, pero si les da por salirse a las impresas la cosa se va a complicar, y mucho.
Naturalmente podrás comentar este suceso con Aldo, pero no creo oportuno que lo hagas con la gente del taller literario, porque eso puede tener dos connotaciones básicas: que les de miedo manejarlas, lo que sería desastroso, o que las quieran utilizar con ligereza y sin rigor, lo cual sería peor porque entonces jamás conseguirán dominarlas.
Estimo que si nos hacen esto a nosotros, que llevamos tantos años jineteándolas (por usar un término no demasiado académico pero muy gráfico) qué le harán a quienes recién comienzan en estas lides…en fin. Dejo a tu buen criterio las decisiones a tomar
Un abrazo
Angel J.
PD. Ni se te ocurra sacarlas con el extractor, ya lo intenté, se agarran de cualquier cosa. Hay que capturarlas de a una y ponerlas en su lugar.
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