La observación de lo que nos rodea como base de las artes visuales
Angel Juárez Masares
“Cuando creas que lo sabes todo mira las obras de los grandes maestros”, me dijo un día el profesor Fernando Cabezudo aplastando un pucho en una lata de sardinas.
Recuerdo que estábamos sentados en el patio de su casa de la calle Cassinoni, de regreso por una recorrida por su taller y la huerta donde crecían acelgas y habas, y donde había pequeñas vasijas conteniendo alimento para los pájaros que habitaban voluntariamente su jardín.
Transcurridos muchos años de aquellas visitas, hoy puedo asegurar que no cambio esa experiencia por ningún taller académico parisino.
Todo está delante de nosotros, solía repetir el Maestro mientras me llenaba los ojos con la maravilla de una hoja de acelga, con la filigrana de su nervadura, con el cambio de color ante un rayo de sol que pasó a través de la anacahuita.
Mirá ese tronco…me decía señalando un trozo de madera aserrado donde el artista más excelso no hubiera podido jamás dibujar algo tan perfecto como esos círculos concéntricos.
Muchas preguntas quedaron pendientes desde entonces, pero aún hoy cuando lo encuentro no se las hago. El me ha dicho todo.
Cuando hoy frente al caballete surgen dudas, sólo tengo que recordar una de aquellas tardes de escuchar y ver, y si no consigo la respuesta es por propia incapacidad, no porque me haya faltado oportunidad.
También le vi adoptar un tono “cervantino” para alertar a algún muchacho de esos que creen saberlo todo diciéndole: “¡llaneza muchacho…no os encumbréis, que toda afectación es mala!”.
Sin embargo hubo muchos temas que nunca abordamos, y entre ellos está la tan manoseada y vapuleada “inspiración”. Señora que nunca me visitó, que por lo tanto no conozco, y cuya presencia empírica debo soportar con una sonrisa cuando cuelgo una obra en algún lado, y una coqueta señora me inquiere sobre el tema.
Sé que el Maestro nunca habló de ella -por lo menos conmigo- lo que me lleva a pensar que tampoco a él lo visitó.
El abismo que media entre la calidad de las obras de artistas como Fernando y las nuestras, es el talento, porque nosotros apelamos al rigor en el trabajo, al sudor, y al sufrimiento para tratar de compensar el genio del que carecemos. Esa es la diferencia.
Toda la historia del arte es una historia de modos de percepción visual. De las diferentes maneras en que el hombre ha visto el mundo.
La persona ingenua tal vez objete que sólo hay un modo de ver ese mundo; la que le ofrece su propia visión inmediata. Sin embargo eso no es así; vemos lo que aprendemos a ver, y la visión se convierte en un hábito, una selección parcial de cuanto se ofrece a la vista, y un deformado sumario de lo demás. Vemos lo que queremos ver, y eso está determinado –no por las inevitables leyes de la óptica- sino por el deseo de descubrir o construir un mundo creíble que nos satisfaga. Lo que vemos “debe” ser un hecho real, y el arte se convierte así en una suerte de “construcción de la realidad”.
Naturalmente internarse en los caminos a los que nos puede conducir una “disección” detallada de lo antes dicho, está fuera del alcance de esta página. De todos modos quisimos plantear estos asuntos por si alguien se interesa en ellos y le sirve como aporte. Si eso ocurre, habremos cumplido.
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