sábado, 26 de marzo de 2011

Ubicación de Garini escritor

Wilson Armas Castro

Hay individuos que escriben, que jamás han pensado en publicar. He oído muchas manifestaciones sobre esta actitud, desde que es un tímido, hasta que no publica por querer permanecer en su torre de marfil, intacto, conservadito dentro de un frasco de formol.
Apartándonos de este particular modo de vivir, el abordaje a un escritor, el querer  exponerlo a las críticas de los lectores, significa, y lo digo con el mayor respeto, poseerlo, sin ambages ni delicadezas. Por eso, y quizás por algunas otras razones, ciertos escritores se niegan o  se cierran y no publican, porque temen ser descubiertos en su intimidad. De ahí, que publicar  exige una valentía a toda prueba. El coraje implica una experiencia amasada con dolor, alegrías y decepciones. Y ser valiente  significa mandar al diablo el prurito de qué dirán. Es posible que a Garini le hayan faltado al principio los elementos impulsadores para publicar en su debido tiempo. Él declara haberse retardado veinte años. A mi juicio no fue la falta de oportunidad. Ya veremos cuáles son las razones por las cuales me atrevo a emitir esta idea.

L. S. Garini -seudónimo de Héctor Urdangarín- murió en agosto del ochenta y tres, a los ochenta años, soltero, solitario, pobre.  Últimamente compartía una casita en un balneario, con otro amigo,  también soltero y pobre. Pero Garini no fue un hombre ajeno a este mundo -debemos resaltarlo- ni dejó correr el tiempo indiferentemente: la prueba surge de su producción, aunque no publicó. Estudió, viajó a Europa, y leyó a todos los escritores importantes franceses de su época y de  la literatura universal. Lo que quiere decir que estuvo viviendo conjuntamente con los acontecimientos de su tiempo, en esa caldera de hechos de principio del Siglo XX,  que marcaron toda la centuria. Según referencias de testigos amigos, el impacto de la revolución bolchevique le parecía monstruosa, y era, si se quiere, lógico, puesto que rompió los cánones referenciales de la historia. Este viraje tan poco ortodoxo de poner en manos de la clase obrera la marcha de una nación, no era fácil de entender. Mucho más fácil para el entendimiento general, masivo, era el advenimiento del nacional socialismo alemán o el fascismo en Italia. Garini, por su extracción socio-económica, y educación, no podía compartir esa postura internacional. De ahí, me atrevería decir, que  su visión nihilista encajaba dentro de su postura  con respecto al absurdo. Cuando se le pregunta- en una entrevista hecha por su amigo  Julio Ricci, -"¿Qué intenta decir en su narrativa? ¿Es un formidable alegato, no?", él contesta: -"No, yo tengo una visión del absurdo del mundo y de la vida. El mundo es incomprensible, muchas veces inexplicable, no le encuentro explicaciones…" No podía explicar el absurdo del mundo, como tampoco nadie lo puede explicar apelando sólo al irracionalismo  aparente que envuelven los hechos sin tener en cuenta las causas por las cuales se producen los mismos. Quizás sería preciso investigar las leyes que regulan la convivencia de los hombres dentro de esa complejidad de factores que nos envuelven y determinan. Garini debió entender el absurdo como  si fuera una especie de fatalismo inexorable.
Un escritor como Garini prefiere no explicar  el absurdo. Parecería que  no quiere aceptar que la historia tiene sus leyes de juego que poco o nada son manejables. Su literatura se arrincona en una especie de absurdo inexcusable, que el mundo no sólo es contradictorio sino inmodificable. Una lectura atenta de sus cuentos me deja esa sensación. - "¿Qué puede decir de los escritores hispanoamericanos?" -le interroga Ricci- "En general tengo poco que decir" -responde, desganado- "No me atrevería a emitir juicio. Me cuesta trabajo meterme en sus mundos y maneras narrativas. Yo diría que admiro a algunos uruguayos". "¿Cuáles son los maestros que usted admira?". "El eterno Flaubert". - "¿Por qué?". -  "Por varios motivos" -vuelve a responder, indeciso. "¿Cuáles son?"  Y contesta con esta ambigüedad: “Lo admiro por los enormes problemas resueltos con profunda capacidad, con sagacidad, con detalles enormes…"

Un intento de explicación
   La obra de Garini es un producto estético y, en consecuencia, motivo de estudio, en su forma y fondo. No en vano los que  la han abordado hallan en sus relatos elementos muy particulares. Desde los que  no consideran a Garini un expositor de temas importantes, hasta aquellos que lo tratan de un revolucionario por su modo expositivo.
Julio Ricci, amigo personal de Garini,  ha dicho: “La brevísima obra de Garini se destaca por la originalidad o heterodoxia del enfoque con que construye su visión de lo humano. Esa visión parece como proyectada desde un ángulo de inexplicable objetividad en que los personajes son vistos en una suerte de ajenidad existencial”.
En 1929, con veintiséis años, no es aventurado imaginar al universitario, con las primeras herramientas puestas al servicio de la defensa de su credo político-ideológico tratando de explicar las causas y los efectos de la crisis económica mundial. También, es posible, que haya tomado posición intelectual y política cuando el presidente Terra disolvió el Parlamento, el Consejo Nacional de Administración e intervino los entes autónomos.
Garini pertenecía a las familias agrícola-ganadera de este país, en consecuencia, afectadas por la crisis.  Nadie,  podía ver la salida de ese estado de postración económica, situación que  incide de forma decisiva en la configuración moral y psicológica de los ciudadanos uruguayos. Agreguemos a este panorama la coyuntura económica que se arrastraba de la guerra del catorce que se suma al  desajuste europeo de la década del 20. El canciller Adolfo Hitler  -como dije- maniobraba en la Reichstag para culpar a los comunistas de los desmanes que sus secuaces provocaban; en Italia, Benito Mussolini (Il Duce) del partido fascista, modificaba los parámetros de la política internacional. Estalló la guerra civil española. La muerte del poeta Federico García Lorca (1936) provocaría una reacción sin precedentes  en nuestra Iberoamérica y la declaratoria de la Segunda Guerra Mundial, setiembre de 1939, culminaría ese proceso de  desgastamiento moral de la humanidad.
En el año 1937, Garini hace su primera visita a Europa. París lo fascina. Mirado desde esa metrópoli, Montevideo es un átomo inidentificable, succionada por la importancia de la cosmopolita Buenos Aires.
Cuando nuestros críticos del 45 incursionan en la vida nacional, y tratan de explicar  el "desfasage" en el pensamiento  uruguayo, la Generación Crítica del 45, para explicar el cambio de mentalidad de los intelectuales, considera  la guerra como el detonante de situaciones irreversibles. Uruguay también se fractura, está dentro de esa gran marmita mixturadora de ingredientes socio-políticos internacionales. Ninguna nación queda indemne después de semejante conmoción, ningún estado, ningún hombre escapa a estas determinantes. Encuadrar al escritor Garini, en función del entorno de esa época, quizás sea un  método apropiado para explicar su obra.
Prefiero meterme en su estilo expresivo –partiendo del principio que “el estilo es el hombre”-. Siendo así,  su conformación psíquica e intelectual  se adviene  mejor para explicar –aproximarse– a su discurso expresivo. Ricci, por ejemplo, tratando de explicar este aspecto lo compara con otros escritores de talla con la forma de iniciar un cuento o relato. En el procedimiento del arranque se percibe una diferencia que, a mi juicio, obedece a la contextura cerebro-emocional.  Ricci  atribuye  esta diferencia  al grado de apreciar el contexto, a una virtual diferencia  de modalidad estilística. Dice Ricci: “Con variantes de sensibilidad, unos y otros se mueven dentro de coordenadas semejantes que contrastan con las que configuran el estilo de Garini”.  Esta apreciación está directamente relacionada a sus enfoques temáticos, vinculados a sus intereses emocionales. La manera de presentar, pues, uno u otro de sus temas, no es otra cosa que su conformación psíquica muy personal. “Heterodoxa”, como dice Ricci cuando trata de explicar su “ajenidad o extrañeza, o rareza”. Nos pone en contacto con su visión “sui-generis”, de su particular mundo –que algunos suponen onírico, y nos mete en esa especie de realidad sin emociones, puramente descriptiva, sin adornos adjetivales ni connotaciones sugerentes. Sus personajes, los objetos y alguna referencia locativa o paisajística, se nos antoja alejadas de nuestro mundo cotidiano. Claro, que para explicar estos efectos es preciso, también ubicarle sus artilugios léxicos y sintácticos, como son, por ejemplo, la reiteración de nombres, el abuso de las conjunciones, los etcéteras,  (cuando busca minimizar la importancia de la descripción), y, finalmente, y no es menos llamativo, el gusto por la doble titulación del cuento. No creo que todos estos recursos sean fruto de su especulación estética; ni de su afán por querer ser singular. Apoyándome en la cita mencionada, de  que el estilo es el hombre mismo, me inclino a calificarlo de hombre diferente. De ahí, su originalidad, la ajenidad y la extrañeza que sirven para  calificar a lo que resulta ser tan inexplicable.

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