viernes, 9 de septiembre de 2011

Aparicio Saravia y los juegos con la muerte

·         Hace 107 moría el caudillo blanco.



Aldo Roque Difilippo


No fue una bala perdida que impactó en el cuerpo de Saravia. El balazo que se alojó en su cuerpo -más que a una baja- apuntaba a la sicología del Ejército revolucionario que no contaba con la figura de recambio que encauzara la lucha. La muerte del caudillo pautó el final de una revolución de donde habían nacido las claves de las dos tradicionales divisas, y que tiñó todo el Siglo XX.

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El Gral. Aparicio Saravia pasó frente a la división 9 dando ánimo a la tropa: "¡Vamos, muchachos, firmes!", exhortando a los tiradores.
"¡Viva el General Saravia!", "¡Viva el Cabo Viejo!" le contestaron.
Inconfundible, con su sombrero y poncho blanco, montando un caballo tostado, Saravia era seguido a pocos metros por su abanderado Germán Ponce de León, el oficial brasilero Eustaquio Vargas, y los ayudantes Juan Gualberto Urtiaga, y Mauro Saravia, su hijo, de tan sólo 16 años.
Su caballo escarceó, una bala lo había herido en la paleta, y tras pocos pasos recibió otro balazo. Un tercer proyectil lo alcanzó en la cintura, traspasándole el vientre de izquierda a derecha.
Se inclina sobre la cruz del caballo y procura seguir la marcha: -"No es nada -dijo. Que no se den cuenta los compañeros que estoy herido".
Entre Urtiaga y su hijo lo desmontaron y lo acostaron en el suelo. Nepomuceno Saravia, que había visto lo sucedido, llega hasta el lugar, en tanto un grupo de soldados lo rodean.
Saravia trataba de sonreír, pero comenzaba a ponerse terriblemente pálido por la abultada hemorragia, que comenzó a teñir el cojinillo en el que estaba reclinado con la espalda apoyada sobre el pecho de un oficial que lo sujetaba, sentado detrás suyo.
Casi de inmediato llega el doctor Alejo Martínez, con el practicante Francisco Trotta. Junto a ellos viene el Coronel Lamas. Saravia al verlo ordena a Urtiaga que lo incorpore, y ante la objeción le reprocha: -"¡Cómo! ¿Usted también me desobedece? ¿Cómo voy a recibir acostado al jefe del Estado Mayor? Ayúdeme a ponerme de pie".
Lamas, impecablemente uniformado, lo observa desde el caballo.
-"El enemigo está en derrota. Releve las divisiones que han combatido municionándolas de nuevo y cubra la línea con las que han estado de reserva. Allá hay buenas pasturas para las caballadas" -dijo Saravia.
-"¿Qué haremos con usted General?"
-"Llévenme en el ejército".
El Dr. Martínez le practicó las primeras curas cuando todavía estaba de pie, después, sobre un par de ponchos extendidos fue llevado por cuatro hombres en dirección a las carretas del parque. A las veinte cuadras, notando los sufrimientos del herido, improvisaron una camilla con dos lanzas, unos maneadores y un cojinillo.  Ya había entrado la noche, y en el campo el ejército comenzaba a sufrir los rigores de la helada.

JUGAR CON LA MUERTE
Desde que se conoció la noticia comenzaron a rodar diversas versiones, unas fantasiosas y otras más ajustadas a la verdad. Con su sombrero y poncho blanco, cabalgando al frente de la tropa, o recorriendo la línea de fuego, Saravia era un blanco fácil para los tiradores enemigos. Más de una vez le habían reprochado esa actitud. Luis Alberto de Herrera, Diego Lamas, y el resto de los jefes habían firmado una desusada solicitud: "más prudencia personal en los hechos de armas que se sucedan", a lo que Saravia contestó con una carcajada: "¡Pero si a mí no me pegan!". Alardeando de esa invulnerabilidad, y dando el ejemplo a sus subalternos, se lo vio a veces a pie, fusil en mano en las avanzadas, cargar la lanza, o utilizar el revólver, y hasta  las boleadoras.
Estas actitudes eran conocidas por el enemigo, al igual de su invariable atuendo que lo diferenciaba del resto, haciéndolo fácilmente identificable.
De esas versiones que circularon, una puede darse por cierta. No fue una bala perdida que impacto en el cuerpo de Saravia, ya que hubo gente que vivó aquel tercer disparo, además supuestos campeones argentinos de tiro afirmaban haber recibido ofertas del gobierno uruguayo para desempeñar "misiones especiales". Otras versiones apuntan a elementos colorados que se infiltraron en las filas saravistas para herir a mansalva a los jefes.
A tan sólo 200 metros de distancia, no era difícil identificarlo y hacer fuego sobre el jinete de poncho y gorro blanco, y eso explicaría por qué el resto de la comitiva que lo acompañaba saliera ilesa  de aquel tiroteo.
Tanto en las filas coloradas como en las blancas era conocida la atracción que ejercía Saravia en su ejército. Diego Lamas había expresado: "Mire, teniente, que si perdemos a ese hombre estamos mal". Saravia era la figura que agrupaba a "los indios" como gustaba llamar a su tropa, y los revolucionarios provenientes de la capital, desacostumbrados a los rigores de las inclemencias de la revolución.
Tras la revolución de 1897 alguien interrogó a Diego Lamas cómo un militar de su prestigio aceptaba subordinarse a "un gaucho". La respuesta de Lamas fue contundente: "Porque ese gaucho puede enseñarnos mucho a los militares". Lo que Saravia podía enseñar era el conocimiento de la topografía; de la sicología de los hombres que lo seguían, y la intuición en el campo de batalla, a lo que sumaba el Carisma de caudillo que lo hacía un personaje respetado por su entrega en el campo de batalla, y en todos los aspectos que componían los rigores del ejército revolucionario.
En 1897 le dio su poncho a un centinela del campamento, que medio desnudo, tiritaba en una noche invernal, diciéndole: "Tome, compañero; es injusto que vea temblar de frío a los que nunca he visto temblar de miedo". A veces organizó colectas entre los oficiales cuando el dinero faltaba para financiar la revolución. Dejó boquiabiertos a sus oficiales adivinando los movimientos del enemigo. Cierta vez con las tropas enemigas a la vista anunció: "Ahora nomás van a hacer alto y a sacar los frenos para dar de comer a los caballos", y momentos después los caballos de los colorados pastaban mansamente.
Atracción que Saravia supo aprovechar para mantener unido su ejército, notoriamente inferior en armamento, vestimenta, y recursos económicos. Ese carisma llegó a un paroxismo inexplicable: Teófilo De Armas lo siguió en sus campañas con el solo hecho de cuidarle los caballos, por pura adhesión personal, ya que era colorado.
Cuando el caudillo cayó herido de muerte, su ejército comenzó a disgregarse, pese a que el triunfo estaba próximo. Una comunicación telegráfica incautada en Tranqueras, remitida al Presidente de la República, pauta la crítica situación que atravesaba el ejército colorado:  "Peleamos a tres mil hombres de las fuerzas insurrectas; enemigo nos tomó tres posiciones. Muchísimas bajas. Municiones se agotan. Si mañana nos atacan tendremos que retirarnos. Saludos. Vázquez".
Lo dicho: el balazo que impactó en el cuerpo de Saravia, más que a una baja, apuntaba a la sicología del ejército revolucionario que no contaba con la figura de recambio que encauzara la lucha.

SIGAN PELEANDO NOMAS
El Dr. Arturo Lussich examinó a Saravia y su dictamen fue terminante: el caudillo no podía seguir en el ejército.
-"Yo me voy para el Brasil y mañana los sentiré pelear", dijo Saravia despidiéndose de los jefes. Lo subieron a una jardinera, para emprender una marcha lenta rumbo a una casa situada a un par de kilómetros fuera de la línea de lucha. El Dr. Lussich junto a una pequeña escolta, cabalgaron acompañando la jardinera. Cuando faltaba poco para llegar recibieron la noticia que en la casa estaban velando a Yarza y a Mena. Temiendo que la noticia de los amigos muertos minara el ánimo del caudillo decidieron hacer un rodeo para encaminarse a la estancia de doña Luisa Pereira de Sousa, madre del caudillo riograndense João Francisco, que creían cerca. Las horas fueron pasando mientras el frío se intensificaba, en tanto el traqueteo producto del terreno pedregoso con cuestas pronuncias y declives, mortificaba al herido. Le subía la fiebre haciéndolo delirar: "Aguántense ... Sigan peleando no más... No le aflojen a los churrinches, que el triunfo está cerca...".
Habían salido a la una de la madrugada, arribando a las once de la mañana.
En tanto las tropas coloradas, sin esperanzas de victoria, veían con asombro como los blancos se retiraban rumbo al arroyo de la Invernada y comenzaban a ingresar al Brasil. Al saber la noticia Saravia ordena a Abelardo Márquez el mismo 2 de setiembre, que tratara de salvar todo lo que pudiera, y que influyera para que los coroneles eligieran otro jefe. Abelardo Márquez llamó a João Francisco, y gracias a su mediación se designó un triunvirato formado por Basilio Muñoz, Juan José Muñoz y José González. El ejército revolucionario volvió a entrar hacia Rivera, pero imperó el desorden, disgregándose en varios puntos.
La herida padecida por Saravia lo arrastró a la peritonitis, agravando su situación. El 5 de setiembre sobre las diez de la noche el Dr. Lussich creyó notar una mejoría, dentro de la extrema gravedad del herido: el mal parecía haberse estacionado. Horas después notó que solo se trataba de una tregua. Sobrevino la bronco neumonía. Saravia se negaba a exhibir su padecimiento al grupo que lo rodeaba, desobedeciendo las indicaciones del médico. A estas alturas su estado de salud le impedía ingerir cualquier alimento.
El delirio, provocado por la fiebre, se hizo prolongado, y el herido agitaba las manos dando órdenes en un combate imaginario, o recordaba con ternura a su familia.
El 9 de setiembre tuvo varias horas de lucidez, percibiendo el inevitable final. Hizo llamar a su hijo Mauro para despedirse pidiéndole que lo afeitara y perfumara. A la noche entró en coma, en una agonía que se prolongó durante larguísimas horas, muriendo a la 13:35hs del 10 de setiembre, rodeado del Dr. Lussich, Juan Gualberto Urtiaga, Abel Sierra, João Francisco, su hermano Bernardino, y dos oficiales brasileños.

INDIOS Y CAJETILLAS
El "Ejército Nacional" comandado por Aparicio Saravia es básicamente popular. Heredero de las montoneras artiguistas que atravesaban la Banda Oriental; peones, esquiladores, domadores, no faltan los mulatos, indios, y negros. Provenientes de "los pueblos de las ratas" donde proliferaba la desocupación y el hambre. "La miseria predispuso al pobrerío a la violencia y la divisa le dio el empujón para que ésta subiera al rango de revolución política" comentan José P. Barrán y Benjamín Nahum, agregando "era la guerra privada del pobrerío (...) tomar con su propia mano lo que les era negado en épocas  de paz: libertad y alimento (...) una vez más el pobrerío era llamado para combatir a sus hermanos, y lo hizo; comió y se hartó de carne vacuna; rompió y quemó los alambrados; lanceó las reses por puro placer y asaltó estancias y pulperías; pero también fue degollado y ametrallado en las cuchillas por sus propios compañeros de miseria". Lo que en su rudimentaria sicología definiera magistralmente el Comisario don Segundo Menchaca cuando decide cerrar la comisaría para incorporarse a las filas coloradas en la revolución de 1897. "Mañana sin falta, cuando pasen por estas silbestres latitudes campechanas las fuerzas del General Pellejero, que asegún tengo entendido bienen reclutando jente y caballada para haser frente a la sulebasión inlegal que amenaza los bitalisios fueros del Superior Gobierno, serraré la comisaría a mi cargo y me encorporaré boluntariamente a las susodichas fuerzas, (...) en hara de la betusta dibisa de nuestros amores, para que naides tenga que desir, cuando en los inotos tiempos benideros se escriban las pájinas de oro de la historia de la atual patriada, que estos osecuentes serbidores del Estado les andubieron esquibando el bulto a las lanzas albersarias. Estoy seguro que Usía, como buen oriental y beterano en esta clase de rellertas fratisidas, no tardará en proseder de igual manera, serrando la Gefatura y saliendo también a las cuchillas, pues sabe por esperiensia propia que no esiste en el uniberso entero nada más lindo que señirse la dibisa para ir a difrutar de la guerra, que es la mallor de las fiestas tradisionales para los bástagos de nuestro suelo natibo, ya que en ella se pueden carnear bacas gordas y montar cualisquier caballo ajeno sin que le bengan a uno con reclamasiones los dañificados, como acontese por desgrasia en épocas de paz".
Siguen también a Saravia los caudillos regionales, todos estancieros, y veteranos del levantamiento de 1870. El español Amilivia luchó con Oribe y cuando se alista con Saravia tiene 83 años: "está al frente de la infantería, y para hacerla avanzar, se quita su boina de vasco, la arroja hacia adelante y grita: hasta la boina!, agregando alguna interjección", comenta Manuel Gálvez. Agustín Urtubey "reseco, hecho una pasita" ya pasó los 80 años "y está muy sordo" y por eso no siente las balas. Basilio Muñoz tiene 83 años, Fortunato Jara 78 años, Celestino Alonso ya perdió la cuenta, Nicasio Trías pasa los 70 años, Manuel Rivas tiene 80 años, Pedro Francia tampoco se acuerda cuantos años tiene ni las veces que combatió "lo que sé decir es que siempre he servido contra los gobiernos", Bernardo Berro (hijo del presidente asesinado) tiene 63 años. A los que se le suman Doctores, y Periodistas sin la costumbre de los rigores a campo abierto. Se acostumbraron a dormir sobre el recado, a veces a dormitar en la marcha, incluso algunos aprendieron a escribir a lomo de caballo. En 1897 un mozo de facciones aindiadas de 22 años, Florencio Sánchez, redactaba un periódico manuscrito "El Combate. Diario político, noticioso, social", fechado en "Campamento en Marcha" que circulaba de mano en mano. Luis Alberto de Herrera redactaba "La Revolución Oriental" que se imprimía en Jaguarão. En 1904 Vicente Ponce de León lleva una imprenta volante donde se publicarán algunas proclamas y órdenes del día. Algunos de esos "maturrangos" como apodaban los paisanos a los llegados de la capital, se amedrentaron ante el rigor del combate al cual tampoco estaban acostumbrados. En Cerros Blancos, al presenciar la huida del batallón "Patria" formado por jóvenes montevideanos, Saravia les grita "¡No disparen, jodidos, den vuelta!", increpándolos: "¡Flojos!". Florencio Sánchez asumirá el calificativo, y más tarde publicará en el "El Sol", "Cartas de un flojo", contestándole indirectamente al caudillo. En ellas el joven anarquista expresa su desilusión por el sistema político, denostando su participación en la revolución: "...observa el espectáculo: Cuestas gobernando con blancos y colorados; blancos contra Cuestas, colorados contra los blancos y contra Cuestas, blancos con los colorados y contra los blancos, colorados contra los colorados. Cuestas contra los blancos, contra los colorados y... con Cuestas; colorados herreristas, tajistas, simonistas y blancos de Saravia, de Aguirre, de Tajes y de Acevedo; constitucionalistas sueltos, constitucionalistas con o contra Cuestas, los blancos y los colorados, todos hablando, hablando a la vez o gritando o vociferando; aquí o allá, ojos que centellean, puños en alto, garrotes que amagan, boleadoras que zumban; los rencores explotando a la vez en todas las partes, todos los hígados en plena y perpetua erupción.... (...) De una manera más sintética, aunque un tanto campechana, le definía hace algunos años a Carlos María Ramírez, el espíritu burgués más sano y más equilibrado que haya producido la cepa oriental, la situación de los partidos políticos de esa tierra. 'Los blancos -le decía- son una bolsa de gatos, los colorados otra bolsa de gatos y los constitucionales cuatro gatos en una bolsa...' Y él aprobaba con una sonrisa melancólica. Es que a ello era realidad pura. Y lo es". Para culminar: "No creo en ustedes, patriotas, guapos, y politiqueros".
En aquel ejército no faltaban los personajes excéntricos como José Villamil y Casas, hombre muy rico que transportaba consigo hasta champaña. Hay también sacerdotes que actúan como capellanes, como el capuchino fray Generoso Pérez, o el padre Miguel Urzainqui. A excepción de Delfina Mena, enfermera o combatiente cuando hiciera falta, el ejército saravista carece de mujeres, en tanto el ejército gubernista es seguido por las chinas, comúnmente compañeras de los soldados, que cumplían funciones de cocineras y lavanderas.

DESENCUENTROS FILIALES
Familias divididas por las divisas: "Cabo Corto", un gurí de once años hijo de "colorado y colorada" se coló a escondidas en el ejército saravista y siguió al caudillo hasta el final. La propia familia de Aparicio Saravia se dividió en esta guerra de divisas, su hermano Basilicio Saravia combatió en el bando  colorado como Comandante de Guardias Nacionales. Los hermanos se cambiaron seis cartas, sintetizando esa división que enfrentó al Uruguay. "No pretendo hacerte un cargo por sus opiniones políticas -escribió Aparicio-. Cada cual es dueño de pensar a ese respecto como le parezca más conveniente a los intereses públicos, pero sí te lo hago, y muy fundado, por tu actitud en la actual contienda civil. Desde la guerra de 1870 permaneciste retirado y sin ocuparte de otra cosa que de tu trabajo; sumiendo al país en la anarquía y en el caos para edificar sobre sus ruinas? ¿Esa es, por ventura, la escuela que nos legaron nuestros buenos padres al dedicarse constantemente a acumular los medios de precavernos de la pobreza...? Estás empobreciendo al país, lanzando la riqueza pública y privada a una ruina fatal".
Afiche promocional editado por
la presidencia de la República
 anunciando el fin de la guerra civil
Aparicio replicó desde Caraguatá: "Mientras Bernardo Berro, mientras Giró, mientras el probo Atanasio Aguirre, mientras los presidentes del partido que hoy está en armas cuidaban la hacienda pública... los gobiernos a que tu refieres han hecho lo contrario... sube hoy a 130 millones lo que debe el país, cuando en tiempos de Berro el país debía tan sólo 2 millones... Es por eso, hermano, que estoy en donde estoy, y aquí estaré al morir. En el bando de los administradores de buena fe, en el partido de las probidades presidenciales, junto a aquellos que suben y bajan pobres al poder... ¿Tú crees servir a la patria en el puesto que ocupas? Pues no la sirves, sirves tan sólo a un círculo... una camarilla sin ley ni patria (...) No soy yo, hermano, no es mi partido, los que hemos convertido en sistema el fraude electoral; los que hemos saqueado la riqueza pública... los que hemos engendrado el pretorianismo en el cuartel y el utilitarismo (...) Tú me dices que eres soldado de un gobierno constituido, olvidando que lo fue mal. Y te preferiría soldado de la nación, del derecho, de la libertad, de la honradez administrativa". Basilisio apenas atinó a aconsejarlo: "¡No aspires a presentarte como inspirado! ¡Acuérdate del Justo, del Redentor del mundo!".
Otro de los hermanos del caudillo blanco pelea en el ejército gubernista. "Es coloradísimo. Tiene pintada la estancia de colorado rabioso: desde las puertas hasta el gallinero. Los peones deben llevar boina y golilla coloradas. El usa golilla y pañuelo de manos rojos". Mantiene una escuela donde no se admitían niños de padres blancos. Monta un caballo colorado. "Si le nace un ternero blanco se lo regala a Aparicio".
Pablo Galarza, comandando las filas coloradas "parece un Mefistófeles de ópera: gorro colorado, chaquetilla colorada y botas coloradas". Tres décadas después, convertido en
latifundista afincado en Montevideo en la zona de Pocitos, se pasea en un Dodge rojo. En épocas de Santos ya lo distinguían por su indumentaria totalmente roja. "Santos y el francés Courtín solían llevarlo al teatro, donde... se constituía en un espectáculo fuera del programa", comenta el historiador Washington Lockhart. Estos personajes del Uruguay finisecular, y principios de siglo, poco podían saber sobre la cultura de la imagen, muy de moda en este nuevo fin de siglo pero la utilizaban de una forma ostentosa. Costumbre que aún perdura en los dirigentes políticos, y que ha sido analizado por los semióticos y politólogos.
Todavía hoy los dirigentes colorados suelen lucir desafiantes corbatas  coloradas, el actual senador y ex presidente Luis A. Lacalle suele usar pañuelos blancos, o ponchos paisanos, sobre el riguroso traje y corbata con los que participa de los actos partidarios. El ex diputado  por Soriano Luis Andriolo  suele usar indumentaria gaucha y totalmente blanca en algunas celebraciones criollas realizadas en Dolores. Y como contrapartida el actual diputado  colorado José Amy (también de Soriano) a la corbata colorada suele sumar en épocas invernales una boina colorada.


NO NIEGUE USTED SU CONCURSO
El dinero, como no podía ser de otra manera, jugó un papel determinante en el éxito la revolución saravista. No bastaba sólo con congregar a "la indiada" para enfrentar a las tropas gubernistas, había que proporcionarles caballos, armas, municiones, ropa, y alimentos. Provenientes de los estratos sociales económicamente más bajos, mucho de los combatientes se sumaban al General Saravia prácticamente con lo puesto, muchas veces descalzos y desarmados. En 1904 pese a las compras de armas hay miles de hombres totalmente desarmados. Una de las divisiones mejor pertrechadas es la 4ª de Juan José Muñoz, quien antes de Tupambaé contaba con 1.823 hombres con un total de 781 fusiles y carabinas. La 2ª al mando de Basilio Muñoz contaba con  434 hombres con armas de fuego, 53 lanceros y 965 con las manos vacías. "Me hacen un bulto enorme, me revientan los caballos, me atrasan la marcha, pero ¿cómo les digo que se vayan?", comentó Aparicio Saravia.
En tanto el ejército gubernista además de llevar su arma de reglamento, solían llevar lanzas, y en contadas ocasiones bayonetas, espadas y sables. Los gubernistas usaron poco el arma blanca, en tanto los blancos recurrieron a armas ya utilizadas por las tropas artiguistas: cuchillos enastados, o medias tijeras de esquilar, algunos utilizaban limas aguzadas y hasta clavos.
La carencia de adiestramiento de la mayoría de los combatientes reducía la efectividad del combate. "Había hombres de barba que no sabía ni desarmar un Remington", comenta Ramón Galain, y a falta de aceite para su mantenimiento, muchos engrasaban sus armas con caracú derretido.
Las tropas gubernistas estaban armadas con fusil Mauser de 3000 metros de alcance, en cambio los revolucionarios sólo con algunos fusiles Remington y Winchester de corto alcance. En 1897 la consigna establecida era no hacer fuego hasta que el enemigo se acercara a 200 metros. Las tropas de Idiarte Borda en 1897 utilizaban cañones Krupp, pero en Cerros Blancos "la inexperta oficialidad, llegó a disparar 191 tiros, solo consiguió matar un caballo dejando ileso al jinete". Melitón Muñoz, caudillo gubernista protestaba: "puros resortes y tornillos y en cuantito se enllenan de tierra... ni p'atras ni p'adelante".
El Gobierno de Idiarte Borda invirtió, en 1895, $ 2.500.000 en cañones y fusiles, y gasta durante la revolución de 1897 $ 1.000.000 por mes. El Gobierno de José Batlle Ordoñez gastó en 1904, en total $ 8.000.000. Un lujo que los revolucionarios no podían darse.
El dinero apenas si salía en cuentagotas de los bolsillos de los blancos ricos. Diego Lamas exhibió una vez un puñado de cobres y exclamó: -"Nuestros hombres sacan el dinero del bolsillo, lo contemplan detenidamente y lo vuelven a guardar, pensando: ¡esto vale más que la sangre de todos los orientales!". Un agente del Directorio nacionalista durante la guerra de 1904 reunió a tres "platudos" blancos, y solo pudo conseguir $ 50.- entre los tres; siendo que el más pobre de aquel trío tenía $ 300.000.
Durante el período de paz entre 1897 y 1903 se procuró captar ingresos para el Partido Nacional, destinado a la organización militar. El Directorio, con aprobación de Saravia, emitió  en 1900, un empréstito por $ 100.000 en títulos sin interés, de $ 100 y $ 250, rescatables por sorteo. El resultado fue desfavorable, y entre los que no quisieron suscribirlo figuraron connotados nacionalistas que ocupaban cargos electivos gracias a la revolución anterior.
El dinero que financió la revolución salió del bolsillo de los mismos caudillos que combatieron, y del modesto aporte que podían hacer aquella gente que los acompañaba. En 1896 circularon en el Uruguay "bonos al portador" impresos con un valor máximo de $ 10. Los mismos que morían lanceados o ametrallados en las cuchillas, los que padecían hambre, frío, que se entumecían sobre los caballos o en el barro, aportaban sus modestos cobres para financiar la revolución. En El Cordobés "se conserva un bolso de terciopelo azul donde se lee:
"Lo que entre aquí va al Tesoro
de nuestra causa bendita.
Se compra así honor con oro...
¡La Patria lo necesita!
No niegue usted su concurso
si es un blanco convencido,
que el tesoro del Partido
necesita este recurso".

EL DINERO: FACTOR DETERMINANTE
"Con gente bien armada y mal montada nada podemos hacer. En cambio con gente bien montada y armada aunque sólo sea a lanza la revolución marchará adelante", escribió Saravia durante la guerra del Brasil; y en ello radicó la superioridad de su ejército.  En la región fronteriza donde nacieron las revoluciones, las tropillas de equinos eran más abundantes y de mejor calidad. Sobre la marcha se  iba recogiendo caballada de las zonas, en tanto se procuraba arrebatar de las suyas a las tropas gubernistas. En 1904 se despachaban comisiones de hasta 150 hombres para "potrear". Se comprendió la importancia de formar con la reserva, un fondo común, y permitir mudar caballos a las unidades que lo necesitaban. Las marchas se hacían al tranco. En las persecuciones y retiradas se hacían al "trote chasquero" (trote largo), siguiendo los consejos de Martín Fierro: "paso que rinde y que dura". La vida útil de un caballo de la revolución era más prolongada porque el ejército sabía cuidar a sus animales, algo que percibió el presidente Batlle, sugiriendo al General Benavente que estudiara sus métodos. Pero pronto comenzó a escasear la caballada. Con las continuas marchas, hay que mudar de "pingo" constantemente, y para eso se necesita cada vez más caballada. Batlle comprendió que el caballo era el elemento clave de la victoria, y no sólo requisó en el país, desde enero, todas las existencias a su alcance, sino que llegó a realizar importaciones del litoral argentino, y de Río Grande, donde en una sola partida adquirió 12.000 cabezas, a precios hasta cinco veces superiores a las normales; algo con lo cual no podían competir las finanzas revolucionarias. Aquí se pauta el elemento determinante y esencial de la guerra, el factor económico, algo que no pudo compensar ni la picardía ni la intuición del caudillo blanco.


FUENTES CONSULTADAS:
- "Vida de Aparicio Saravia", Manuel Gálvez, Buenos Aires, 1957.
- "El caudillaje criminal en Sud América", Florencio Sánchez, Buenos Aires, 1966.
- "Vida de los caudillos: Los Galarza", Washington Lockhart, Montevideo, 1968.
- "Historia rural del Uruguay moderno", "Historia social de las revoluciones de 1897 y 1904", José Pedro Barrán y Benjamin Nahum, Montevideo, 1972.
- "Aparicio Saravia, las últimas patriadas", C. Enrique Mena Segarra, Montevideo, 1981.
- "Aparicio Saravia: mito y realidad", John Charles Chasteen, revista "Hoy es Historia", Julio-Agosto 1987.
- "Los partes de Don Menchaca", Simplicio Bobadilla, Montevideo, 1991.
- "Historia de los Orientales", Carlos Machado, Montevideo, 1992.

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