viernes, 6 de mayo de 2011

Carta a los jóvenes

Era el año 1995, en pleno furor neoliberal en América Latina y especialmente en Argentina en pleno auge del presidente Carlos Saúl Ménem que iba por la reelección. La recordada revista “La Maga” le encargó al ya octogenario  Sábato, un texto destinado a los jóvenes. Por esa época la figura de Ernesto Sábato había alcanzado una suerte de sitial bien ganado, fundamentalmente por su compromiso político a la salida de la dictadura.
Sábato más que  pararse en esa suerte de pedestal que podría darle los años vividos y la trayectoria acumulada, escribió una carta a los jóvenes, más bien como un abuelo comprensivo. Un interesante texto del cual reproducimos su parte medular:
“(…) yo también supe ser un joven angustiado por la realidad. Por eso, en una de las veces que volviste a mirarme, te hice una seña con la mano para que vinieras, y lo hiciste, llevándote una silla por delante. Te hice sentar y te incité a decirme lo que evidentemente querías preguntarme. Balbuceaste algunas palabras que me confirmaron tu timidez, pero también tu angustia, en un estado muy parecido a los que suelen tener ciertos semidrogados, que pasan de  la euforia a la reconcentración y a la angustia. No me animé a habarte de eso, pero en cambio te hablé de lo que están pasando: la creciente angustia de muchos, provocada por este mundo atroz y despiadado en el que ya es casi  imposible creer en algo; tanta es la mentira ante el desastre general, sobre todo en la gente que ya no tiene ni para comer, mientras que de arriba afirman que nunca el país ha pasado por momentos más positivos: un escarnio  aún más detestable. Los jóvenes, sobre todo los idealistas, han comenzado a descreer de todo, al borde de un mortal peligro, y cada vez más comienzan a entregarse a la droga, para evadirse de esta pesadilla. En mi tiempo, en cambio, ingresábamos en movimientos que intentaban cambiar  el mundo. Pero resultó finalmente tristísimo, porque no han dictaduras infernales –como la nazi- y dictaduras buenas, que prometen el paraíso terrenal: todas terminan torturando y matando, lo que es el colmo de la desacralización del ser humano. Claro que hay crisis de ideologías, lo que a ciertas personas parece autorizarlas a traer más pobreza a la humanidad desvalida, pero nunca podrá haber crisis de ideales: siempre será deseable que no haya chiquitos  que mueran de hambre, siempre será deseable que no haya pueblos oprimidos, ni razas perseguidas. Y siempre será hermoso que haya jóvenes que mantengan la esperanza.
Me dirás que es difícil tener en este tiempo esperanza en  nada, porque estamos algo así como en la noche de la existencia. Es cierto, pero a la noche siempre sucede el día y cuando comienza a amanecer y oímos cantar a los pájaros, esos animalitos tan inocentes, cuando vemos que sale un yuyito ente dos piedras, resurge la esperanza, que siempre resurge de lo peor, desde la basura, desde la más negra desesperación. No es algo  nuevo: siempre fue así. Pensá luego de cuánta devastación, de tantas salvajes invasiones a lo largo de la historia, de cuántas torturas y violaciones volvió a  resurgir la vida. Y, cosa extraña, es el sufrimiento lo que más enseña.
S{i, todo ahora está profanado: mayor motivo para retomar con esperanza  los grandes ideales; mayor es la necesidad de no entristecer a los que nos quieren y padecerán con  nuestro  suicidio o con ese lento y horrendo suicidio de la droga. No olvides que no estamos solos: siempre habrá alguien que sufrirá por nuestra deserción: una madre, un padre, un hermano, un entrañable amigo, hasta un perro fiel que quedará desamparado. No debés pensar sólo en vos, sino en el otro, el que quedará.
También yo en mi juventud tuve la tentación del suicidio, pero terminé salvándome, pensando en todo esto que te acabo de decir, en la mezquindad que cometía. Y seguí luchando por esos ideales inviolables, que me han permitido estar a tu lado en un momento tan triste para tu espíritu. Me besaste al levantarte, sin decirme ni una palabra –pero, qué más hermoso y prometedor que ese beso-, y te fuiste sin darme tu dirección, porque habría querido darte algún libro mío, más útil que estas pocas y precarias palabras” (…)

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