sábado, 21 de mayo de 2011

EL CUENTITO MEDIEVAL II

Un día cualquiera de otoño apareció en el feudo un joven aprendiz de escriba que comenzó a contar historias.
Pintaba los avatares de la aldea con la intención de convertirse en relator oficial de la comarca, y desplazar así al viejo y cansado escriba cuyo ciclo intelectual (y biológico) no estaba lejos del final.


De cómo los aldeanos comenzaron a vender por tres monedas sus burros y sus carros para pagar los impuestos comarcanos


Luis Rodríguez
 

 Érase una vez -porque todos los cuentos comienzan así- en Villa Vieja, poblado erigido a la vera de caudaloso arroyo, gobernada por un soberano muy noble y de vieja estirpe; jinete por demás avezado, de ojos claros y rubia cabellera (como todo príncipe ) de buen talante y muy adepto a brindar  a sus aldeanos todo tipo de diversiones gratuitas. Es así que se rodeó de Caballeros venidos a menos de su comarca y encomendó a ellos realizar eventos, competencias y festivales para que los plebeyos disfrutaran de momentos de solaz esparcimiento. Encomendóle entonces al Sr. De las Perezas que realizara una gira por las comarcas para traer viajeros a conocer las bondades de nuestros paisajes y su historia. Incluida la  diosa Lurdes del Hum, que regía los destinos de las letras y artesanos de la aldea. Diosa que no solo protegía a nuestros artistas y filósofos sino que además defendía los feudos del Señor, del propio Rey.  Cada comienzo de solsticio anual comenzaban a sonar citaras y laúdes en la manzana más musical del cajón del frutero. En su arroyo caudaloso realizábanse competencias de sus más veloces barcos para regocijo de los aldeanos y algún visitante. Al mes siguiente, los aldeanos se pintaban sus rostros y se vestían con sus mejores disfraces en una gran carnestolenga; por supuesto todo gratis….¿gratis..?...Pero para Villa vieja esto era muy poco, y es así que su Señor dispuso la construcción de un coliseo donde los carros más veloces de la región pudieran dar rienda suelta a sus corceles en reñidas competencias.  También dispuso la construcción de un bergantín llamado “Villa I”  para que  los visitantes gozaran de los paisajes naturales de nuestra campiña.
Pero las arcas de Palacio lenta e inexorablemente se quedaron sin monedas, y el Señor ordenó a su más fiel seguidor y cuidador del Castillo -el paje Gon- que reuniera a sus fieles Caballeros para compartir ideas de cómo recaudar mas impuestos para sus arcas. Y llegó así Tito el Grande, un Caballero conocedor de las leyes, y encargado de mantener el orden en los caminos de la villa. El Abad del templo mayor San Cholo;  la Dama del Fardo, encargada de los enseres espirituales y domésticos de los habitantes de la villa, y los encargados del tesoro venido a menos.
¿Cual fue el resultado de esa “junta”?...los fieles seguidores de Tito el Grande salieron por los caminos de la comarca a recaudar impuestos y peajes a los empobrecidos  conductores de carruajes de dos y cuatro ruedas, y al que se atrasare en el pago de sus impuestos ….multa…

Conclusión:
                  Preguntáronse entonces los aldeanos: si no podemos pagar nuestros impuestos, ¿vendemos nuestros burros y los carros? ¿O pagaremos la deuda con semanas de prisión en el Palacio?

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