sábado, 21 de mayo de 2011

El cuentito medieval

Reflexiones de un señor feudal que siente que poco a poco sus acólitos lo van abandonando



Ángel Juárez Masares

Es la hora de los rezos matutinos. Desde una de las ventanas de Palacio he visto pasar a los aldeanos que van hacia los campos, y a otros que bajan rumbo al lago.
Mujeres presurosas subieron por la calle rumbo al Santo Oficio en busca del perdón de sus pecados, y algunos perros se acurrucan en el portal donde antes me esperaban los aldeanos.
He pasado la noche aquí en el scriptorium, tratando de reflexionar sobre mis decisiones, y un cúmulo de dudas invade hoy mi espíritu. Siento que debo separar los actos en que he sido demasiado benévolo de los que he actuado con dureza, porque ese equilibrio se llama justicia, pero no estoy seguro de saber hacerlo. Todavía falta algún tiempo para entregar mi cetro, pero ya los ambiciosos apoyan escaleras en mis muros y trepan en procura de mi silla. Quienes ayer cobijé bajo mi capa se retiran en puntillas como si yo no viera que lo hacen, y los más fieles seguidores traman y conspiran en los rincones más oscuros de Palacio.
Sé que el perro de la traición está siempre echado a los pies del poderoso; que el palafrenero un día aflojará la montura del Señor, que el lacayo que hoy me trajo una jarra de agua fresca mañana le pondrá dentro unos granos de sal, y que el decidor de bandos en la plaza pública ya empezó a gritar que todo lo hago mal.
Esta noche de meditación e insomnio ha permitido además que arribe a algunas conclusiones y haga en base a ellas un mea culpa:
Aceptar debo que dejé a los mejores en el llano.
Que esta tierra no es sólo fértil en su suelo; que moran sobre ella aldeanos más capaces que los infelices de los que me he rodeado.
Que debí calzar mis botas de montar y patear varios traseros en nombre de la dignidad, y no lo hice.
Que tomé por enemigos a quienes me dijeron la verdad, y por amigos a quienes servilmente me adularon.
Que perdí la oportunidad de hacer historia sólo con haber sido ecuánime y justo.
Que delegué graciosamente responsabilidades que eran de mi estricta competencia, permitiendo a los mediocres encumbrarse en el mezquino trono del halago.
Que mañana volveré a mis propiedades y nadie esperará por mi, pues todos estarán poniendo su capa al paso del nuevo Señor”.

El sol ha salido e ilumina a pleno el coqueto y antiguo Palacio.
El Señor Feudal ya no está en la ventana. Ha ingresado a sus aposentos y sonríe tras los cortinados. Ha tomado una decisión: cuando llegue el momento cargará sus bártulos en un carruaje y se irá lejos. En la corte del Rey tendrá un lugar donde aplicar lo que aprendió en su pequeña y lejana comarca.
Que lo haga o no…es otra historia medieval…



Moraleja:
             Cuando pueda el hombre aprender a respetarse los honores, no andará sólo por el mundo, ni  cargando en sus alforjas sus errores.

1 comentario:

Alfredo Saez Santos (Charo) dijo...

¡Qué crónica desde las alturas sobre la brevedad!...de abrazos falsos y mazazos serpentarios.
Me conmovió como la incisividad de un literato goliardo transformó su pluma en un desván de psicólogo individual y social.
Y me pregunto,¿tienen o no pecado y redenciones los oscuros plebeyos, siervos de la gleba?