Aldo Roque Difilippo
Es uno de los grandes escritores uruguayos, pero aún hoy es un autor que pese a la excelencia de su obra sigue sumido en un cono de olvido, siendo casi nulas las reediciones de sus textos.
Hace 111 años, el 25 de julio de 1900, nacía Enrique Amorim. Hijo de un estanciero uruguayo de origen portugués y de una uruguaya de origen vasco, y en cuarenta años de actividad creadora (1920-1960) desarrolló una vastísima producción, destacándose sus novelas, donde puede apreciarse toda la intensidad del creador. En una demoledora producción literaria: 11 libros de poemas, 14 libros de cuentos, 14 novelas, y 5 obras de teatro. Falleciendo el 28 de julio de 1960.
Pasear el espejo
Amorim se definía como “un escritor realista” y “al servicio de la realidad”. Ya que “si la realidad no se deja atravesar por el prisma del artista no es válido el texto, no es literatura. (...) Tener la fortuna de haberse cruzado con algunos bichos raros no es obra de escritor, es más bien trabajo de filatelista, de botánico o de lepidóptero. Pienso que una rata que atraviesa la viga de una isba en una narración de don Fedor Dostoievski es una rata de don Fedor, y nada más y nada menos que suya. Copiar la vida no me da ningún placer. Pasear el espejo por el paisaje, sí, siempre que el espejo tenga marco, sea capaz de deformaciones y al pasaje lo seleccione yo”.
Otear la realidad
“De los novelistas cuyo tema es el campo, ninguno tan verídico y tan intenso como Enrique Amorim”, afirmó Jorge Luis Borges, y al momento de referirse a La carreta, una de sus más recordadas creaciones, expresó que la novela nos envuelve en el hálito áspero de esa tierra “de gauchos contrabandistas, de callejones donde el viento se cansa, de altas carretas que traen un cansancio de leguas. Tierra de estancias que están solas como un barco en el mar y donde la incesante soledad aprieta a los hombres”. Emir Rodríguez Monegal expresa que “si Amorim sólo hubiera mostrado y denunciado, si Amorim sólo hubiera levantado velos, descorrido cortinas sobre nuestra realidad del campo y la ciudad, su obra (aunque valiosa como documento) sólo sería obra de testigo. Serviría a los fines de la historia, no a los de la literatura. Pero Amorim ha sabido trasmutar en las mejores de estas diez novelas (aunque no en todas) esa materia documental en arte”. Serafín J. García resalta las cualidades de Amorim como novelista por sobre sus otras facetas, afirmando en forma categórica que “sólo hemos tenido antes de él dos grandes autores de su alcurnia”, Eduardo Acevedo Díaz y Carlos Reyles. Arturo Sergio Visca puntualiza que Amorim “otea la realidad. Busca raíces. Se empapa de esencias. Y se complace de reelaborar todo eso con poético realismo, sin que la conceptualización estorbe esa reelaboración”. Algo que más allá de algunas discrepancias de estilo le llevó a afirmar a Mario Benedetti que en Amorim “habría que reconocer que esa peculiar correspondencia de su obra con sus intuiciones, de su oficio con su olfato de artista, le han permitido integrar la escasa nómina de los novelistas uruguayos que verdaderamente importan”. Seguramente porque como el mismo Enrique Amorim afirmaba: “Estoy inscripto en la tradición nacional, y los movimientos estéticos extranjeros no son nada más que eso... ‘movimientos’: cambios, modas, paparruchadas al fin”.
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