viernes, 25 de noviembre de 2011


 El hombre como animal



Ángel Juárez Masares



La muerte de una perra a manos de cuatro adolescentes ocurrida días atrás en la ciudad de Nueva Palmira provocó repercusiones de todo tipo y color, y el episodio dividió las opiniones de la gente básicamente en dos sectores: quienes se pusieron radicalmente del lado de los animales, y quienes -sin estar en contra- entendieron que las manifestaciones de repudio fueron exageradas.
Además para algunos de nuestros lectores no pasó desapercibido que también quienes hacemos Hum Bral teníamos posiciones  diferentes, asunto que dilucidamos con una nota de opinión de cada uno.
Como nuestros lectores continuaron con el tema  a través de Facebook, uno de esos comentarios nos llevó a un extenso artículo escrito por el filósofo y docente Sandino Nuñez, del cual extractamos lo siguiente:
“El animal no es un otro que se educa y con quien se transfieren símbolos y lenguaje. Es simplemente aquello que se domestica. Me muerde y me ataca o se somete calladamente. El animal tolera cualquier identificación en bloque sin exigir devolución, sin ofrecer resistencia alguna, sin obligarnos a problematizar nuestro vínculo. Y por lo tanto nos condena a una relación imaginaria absoluta, la más infantil, elemental e hiperrealista. Absolutamente tierna (le hablamos como a un niño, dialogamos con él sin esperar más respuesta que su carita: en el fondo sabemos que su corazón escucha) o absolutamente cruel y destructiva (lo metemos en una bolsa y lo molemos a palos). Lo mismo da. Son meras variaciones del mismo tema”.
Tras una lectura cuidadosa del artículo de marras, decidimos recordar que “sólo se que no se nada”, y que por lo tanto no podíamos cuestionar el análisis de un erudito.
Sin embargo, y en procura de aprovechar la circunstancia para adquirir un poco más de conocimiento, desempolvamos de nuestra biblioteca “El mono desnudo” (Un estudio del animal humano) del zoólogo Desmond Morris*.
Leídas (y no por primera vez) las 201 páginas de la obra, extractamos de ella:
“…si los hombres se tomaran el trabajo de estudiar la manera en que realmente se comportan los animales salvajes adultos,  descubrirían que los animales salvajes son ellos.
Más adelante Morris dice: “…el desarrollo cultural nos ha proporcionado crecientes e impresionantes mejoras tecnológicas, pero cuando éstas chocan con nuestras cualidades biológicas fundamentales tropiezan con fuerte resistencia. Las normas básicas de comportamiento establecidas en nuestros tiempos de monos cazadores siguen manifestándose en todos nuestros asuntos por muy elevados que sean. Si la organización de nuestras actividades terrestres –alimentación, miedo, agresión, sexo, cuidados paternales- se hubiesen producido únicamente por medios culturales, no cabe duda que actualmente la controlaríamos mejor y podríamos desviarla en uno u otro sentido, adaptándola a las crecientes y extraordinarias exigencias de nuestros avances tecnológicos. Pero no hemos hecho nada de esto. Hemos inclinado la cabeza ante nuestra naturaleza animal, y admitido tácitamente la existencia de la bestia compleja que se agita en nuestro interior. Si somos sinceros, tendremos que confesar que se necesitarán millones de años, y el mismo proceso genético de selección natural que nos originó, para cambiarla.
Mientras tanto, nuestras civilizaciones podrán prosperar únicamente si las orientamos de manera que no choquen con nuestras básicas exigencias animales, ni tiendan a suprimirlas. Desgraciadamente, nuestro cerebro pensante no está siempre de acuerdo con nuestro cerebro sensitivo. Hay muchos ejemplos que muestran el punto en que se han extraviado las cosas y en que las sociedades humanas se han estrellado o se han embrutecido”.
Naturalmente es imposible resumir una obra de la dimensión de “El mono desnudo” en el espacio con que contamos, pero como nuestra intención es simplemente invitar a la reflexión sobre los dichos del Señor Sandino, recordemos que él asegura: “El animal no es un otro que se educa y con quien se transfieren símbolos y lenguaje. Es simplemente aquello que se domestica. Me muerde y me ataca o se somete calladamente…”
Por su parte, Morris dice: “Hemos inclinado la cabeza ante nuestra naturaleza animal, y admitido tácitamente la existencia de la bestia compleja que se agita en nuestro interior”.
La obligada síntesis dejará fuera un cúmulo de reflexiones interesantes sobre el tema, pero creemos que –remitiéndonos a los conceptos del zoólogo- igualmente queda claro que el hombre no puede mirar a los animales desde una perspectiva ajena a su propia naturaleza.
En ese contexto no nos afiliamos a la teoría de que “el animal tolera cualquier identificación en bloque sin exigir devolución, sin ofrecer resistencia alguna, sin obligarnos a problematizar nuestro vínculo”.
Sí creemos que “el animal” ofrece resistencia y nos obliga a problematizar nuestro vínculo, porque de no hacerlo estaríamos ubicándonos fuera de la especie a la que pertenecemos.
En ese sentido no nos parece que desde nuestra posición en la escala zoológica podamos asegurar que la relación con nuestros congéneres sea  “imaginaria absoluta, infantil, elemental e hiperrealista”.
Finalmente estimamos oportuno señalar que no pretendemos adoptar una postura radical con respecto al resto de las especies que habitan el planeta. Mataremos el cordero para alimentarnos, y la serpiente nos morderá para defenderse cuando la pisemos entre los pastos -lo que también puede matarnos- porque ambos actos están en la naturaleza animal.
Aplastaremos la rata para defender nuestra camada de cachorros de la peste, y los ejemplos podrían continuar enumerándose hasta el aburrimiento, pero que los logros tecnológicos humanos no nos hagan perder de vista que –como dice Desmond Morris- “el mono desnudo aún necesita orinar”. 

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