El hombre como animal
Ángel Juárez Masares
La
muerte de una perra a manos de cuatro adolescentes ocurrida días atrás en la
ciudad de Nueva Palmira provocó repercusiones de todo tipo y color, y el
episodio dividió las opiniones de la gente básicamente en dos sectores: quienes
se pusieron radicalmente del lado de los animales, y quienes -sin estar en
contra- entendieron que las manifestaciones de repudio fueron exageradas.
Además
para algunos de nuestros lectores no pasó desapercibido que también quienes hacemos
Hum Bral teníamos posiciones diferentes,
asunto que dilucidamos con una nota de opinión de cada uno.
Como
nuestros lectores continuaron con el tema
a través de Facebook, uno de esos comentarios nos llevó a un extenso
artículo escrito por el filósofo y docente Sandino Nuñez, del cual extractamos
lo siguiente:
“El
animal no es un otro que se educa y con quien se transfieren símbolos y
lenguaje. Es simplemente aquello que se domestica. Me muerde y me ataca o se
somete calladamente. El animal tolera cualquier identificación en bloque sin
exigir devolución, sin ofrecer resistencia alguna, sin obligarnos a
problematizar nuestro vínculo. Y por lo tanto nos condena a una relación
imaginaria absoluta, la más infantil, elemental e hiperrealista. Absolutamente
tierna (le hablamos como a un niño, dialogamos con él sin esperar más respuesta
que su carita: en el fondo sabemos que su corazón escucha) o absolutamente
cruel y destructiva (lo metemos en una bolsa y lo molemos a palos). Lo mismo
da. Son meras variaciones del mismo tema”.
Tras
una lectura cuidadosa del artículo de marras, decidimos recordar que “sólo se
que no se nada”, y que por lo tanto no podíamos cuestionar el análisis de un
erudito.
Sin
embargo, y en procura de aprovechar la circunstancia para adquirir un poco más
de conocimiento, desempolvamos de nuestra biblioteca “El mono desnudo” (Un
estudio del animal humano) del zoólogo Desmond Morris*.
Leídas
(y no por primera vez) las 201 páginas de la obra, extractamos de ella:
“…si
los hombres se tomaran el trabajo de estudiar la manera en que realmente se
comportan los animales salvajes adultos,
descubrirían que los animales salvajes son ellos.
Más
adelante Morris dice: “…el desarrollo cultural nos ha proporcionado crecientes
e impresionantes mejoras tecnológicas, pero cuando éstas chocan con nuestras
cualidades biológicas fundamentales tropiezan con fuerte resistencia. Las
normas básicas de comportamiento establecidas en nuestros tiempos de monos
cazadores siguen manifestándose en todos nuestros asuntos por muy elevados que
sean. Si la organización de nuestras actividades terrestres –alimentación,
miedo, agresión, sexo, cuidados paternales- se hubiesen producido únicamente
por medios culturales, no cabe duda que actualmente la controlaríamos mejor y
podríamos desviarla en uno u otro sentido, adaptándola a las crecientes y
extraordinarias exigencias de nuestros avances tecnológicos. Pero no hemos
hecho nada de esto. Hemos inclinado la cabeza ante nuestra naturaleza animal, y
admitido tácitamente la existencia de la
bestia compleja que se agita en nuestro interior. Si somos sinceros,
tendremos que confesar que se necesitarán millones de años, y el mismo proceso
genético de selección natural que nos originó, para cambiarla.
Mientras
tanto, nuestras civilizaciones podrán prosperar únicamente si las orientamos de
manera que no choquen con nuestras básicas exigencias animales, ni tiendan a
suprimirlas. Desgraciadamente, nuestro cerebro pensante no está siempre de
acuerdo con nuestro cerebro sensitivo. Hay muchos ejemplos que muestran el
punto en que se han extraviado las cosas y en que las sociedades humanas se han
estrellado o se han embrutecido”.
Naturalmente
es imposible resumir una obra de la dimensión de “El mono desnudo” en el
espacio con que contamos, pero como nuestra intención es simplemente invitar a
la reflexión sobre los dichos del Señor Sandino, recordemos que él asegura: “El
animal no es un otro que se educa y con quien se transfieren símbolos y
lenguaje. Es simplemente aquello que se
domestica. Me muerde y me ataca o se
somete calladamente…”
Por su
parte, Morris dice: “Hemos inclinado la cabeza ante nuestra naturaleza animal,
y admitido tácitamente la existencia de la bestia compleja que se agita en
nuestro interior”.
La
obligada síntesis dejará fuera un cúmulo de reflexiones interesantes sobre el
tema, pero creemos que –remitiéndonos a los conceptos del zoólogo- igualmente
queda claro que el hombre no puede mirar a los animales desde una perspectiva
ajena a su propia naturaleza.
En ese
contexto no nos afiliamos a la teoría de que “el animal tolera cualquier
identificación en bloque sin exigir devolución, sin ofrecer resistencia alguna,
sin obligarnos a problematizar nuestro vínculo”.
Sí
creemos que “el animal” ofrece resistencia y nos obliga a problematizar nuestro
vínculo, porque de no hacerlo estaríamos ubicándonos fuera de la especie a la
que pertenecemos.
En ese
sentido no nos parece que desde nuestra posición en la escala zoológica podamos
asegurar que la relación con nuestros congéneres sea “imaginaria absoluta, infantil, elemental e
hiperrealista”.
Finalmente
estimamos oportuno señalar que no pretendemos adoptar una postura radical con
respecto al resto de las especies que habitan el planeta. Mataremos el cordero
para alimentarnos, y la serpiente nos morderá para defenderse cuando la pisemos
entre los pastos -lo que también puede matarnos- porque ambos actos están en la
naturaleza animal.
Aplastaremos
la rata para defender nuestra camada de cachorros de la peste, y los ejemplos
podrían continuar enumerándose hasta el aburrimiento, pero que los logros
tecnológicos humanos no nos hagan perder de vista que –como dice Desmond
Morris- “el mono desnudo aún necesita orinar”.
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