Cuando Papá Noel
le ganó a los Reyes Magos
Ángel Juárez Masares
Como ocurre cada año por estas fechas,
la gente invadió los comercios en busca de regalos. Las ofertas del último MP5
en cuotas al alcance de todos los bolsillos estuvieron a la orden, y los
celulares volaron de los escaparates.
Papá Noel ha ido ganando terreno y
parece haberse instalado con sus renos, su nieve, y su risa tonta en estas
latitudes, siendo un verdadero milagro que sobreviva enfundado en un traje
adecuado para diez grados bajo cero en regiones de treinta. Pero nosotros igual
rociamos con espuma sintética “el arbolito” y nos atiborramos de comida para diez
grados bajo cero.
Sin embargo quienes pasamos el medio
siglo de vida no podemos evitar añorar los Reyes Magos. Aquellos que venían de
Oriente montados en sus fantásticos camellos, que invariablemente nos volcaban
el agua y desparramaban el pasto que les habíamos dejado la noche anterior.
Melchor, Gaspar, y Baltasar -quien sabe
por qué razón siempre en ese orden- llenaron la noche de enero de misterio y
ansiedad, pues era muy difícil que “olvidaran” alguna casa por humilde que
fuera. Siempre dejaban caer algo -por pequeño que fuera- en las alpargatas
desflecadas.
Y al otro día… ¡ah!... al otro día
salíamos temprano todos a la calle, y aquello era una fiesta.
El “patrullero” de chapa con el policía
pintado y un número… el 37 por qué no, estampado en rojo a cada lado. Claro, la
sirena corría por cuenta de cada uno, y el ruido del motor también.
Tiempos de chapa y madera… lejos aún del
plástico contaminante e insípido. Aquellos juguetes sí que tenían vida… ¡no te
sientes encima de la muñeca de Clarita!... ¡Mira esta guitarra!... tiene solo
cuatro cuerdas… pero suena bien… parece de verdad.
Pero por suerte esos juguetes no duraban
demasiado. La “de goma” se pinchaba antes que cayera el sol en las cina-cinas
de lo Núñez, la muñeca de Clarita era decapitada en una puja con la más chica
de los González, y el patrullero terminaba aplastado por el monopatín de
Cabrerita (el que estaba en 5to). La guitarra ya sin cuerdas oficiaba de “palo”
de uno de los arcos, porque se armaba partido en plena calle –con el gordo Acevedo
al arco- y “la de trapo” recuperaba su reinado. Sitial que en realidad nunca
había perdido, solo esperaba pacientemente tirada por ahí en cualquier parte,
segura que pronto acudiríamos a ella.
Por qué –se habrán preguntado ustedes- “por suerte esos juguetes no duraban
demasiado”, porque entonces teníamos que apelar a la imaginación. Pequeños
tacos de madera se trocaban como por arte de magia en camiones que llevaban
ganado y trigo de un lugar a otro, transitando extensas carreteras dibujadas en
los patios con una tenaza abierta.
La cabeza de la muñeca de Clarita
envuelta en trapos cobraba vida nuevamente, y el resto del cuerpo rellenaba
otra “de trapo”.
Hoy los gurises mandan “mensajitos” con
sus nuevos celu, que pronto abandonarán pidiendo el modelo más nuevo. Los
aparatos electrónicos tendrán un poco mas de vida, aunque sin exagerar, porque
en algún lado estará instalado ese circuito, chip, o como se llame, que lo hará
dejar de funcionar para que haya que comprar otro, porque esas cosas no se
reparan para que la cinta transportadora del consumo no se detenga.
Claro que lo antes dicho no significa
renegar de la tecnología. Son las leyes del juego de la modernidad, y hay que
jugar a eso o dejamos de existir. Pero si nos sinceramos con nosotros mismos
descubriremos que –sin aferrarnos a que “todo tiempo pasado fue mejor”- un
cachito de nostalgia nos seca la garganta cuando recordamos a los cada vez más
ignorados Melchor, Gaspar, y Baltasar, y otro cachito de bronca nos invade
cuando desde alguna publicidad oímos la risa tonta del gordo pro yanqui.
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