De como un señor feudal decidió educar
a los plebeyos; de las sabias
decisiones adoptadas, y de las
razones
que adujo para ello
Ángel Juárez Masares
Había una vez en
una pequeña y lejana comarca un Señor feudal que reinaba sobre su pueblo desde
un coqueto y antiguo palacio. La búsqueda constante de documentos que permitan
conocer vida y costumbres de la
Aldea que levantábase a orillas del gran Lago negro, llevó a este escriba a indagar en torno a la educación
que recibían sus habitantes, y también los servidores de palacio.
Las quejas de los aldeanos por el
maltrato de muchos, promovió en el Amo la inquietud de enseñar a sus servidores
las buenas costumbres, y a sus contadores las exactitudes que la matemática
exigía al manejo de las finanzas públicas.
No es novedad para vuesas mercedes que
la mala educación imperaba en la comarca de nuestros desvelos allá por 1512.
Pocos eran los lugares de ventas donde los hombres respondían cuando un aldeano
entraba diciendo: Buenos días, buenas tardes, o buenas noches. Tampoco os
soprenderé al recordaros que muchas veces las gentes debían esperar largo rato
antes que los venteros o funcionarios se dignaran atender las necesidades del
vulgo. Sobre todo al comienzo de cada semana, cuando éstos dedicaban buena
parte de la jornada a comentar los pormenores del último Torneo de Caballeros.
Verdad es que la culpa de estos asuntos en gran parte era del propio pueblo por
tolerarla, pero según se supo –en este caso a través de la tradición oral- el
maltrato imperaba por aquellos tiempos.
Quizá una de las causas de esa
tolerancia estuviera dada por la costumbre a ser maltratados. Este escriba pudo
establecer la diferencia porque supo viajar por otras comarcas, donde las
gentes eran afables y educadas en el trato al viajero, asunto que quizá no
podían hacer quienes no conocían otra forma de relación.
Fue entonces que Guillerme Del Campo
Vesozzo y Arroz Cena de los Smoll Horses se dio a la tarea de encontrar –por lo
menos- un maestro que educara a sus acólitos, y otro que lo hiciera con el
pueblo.
Sin embargo la iniciativa no estuvo
ligera de dificultades. El inefable Alex Unvago tuvo que ser silenciado con
violencia al postularse él mismo para esos trabajos, argumentando su capacidad
de liderazgo, y su experiencia en disciplinas militares, lo cual –aseguraba-
haría marcar el paso a más de un aldeano descarriado.
Os recuerdo, estimados Cofrades, que
este tipo de actitudes tenía antiguos precedentes en la comarca. Basta remontarse
a las épocas de Sir Esteban –por ese tiempo ya retirado ( y socialmente
re-tirado)- lector de bandos públicos que estuvo más de 40 años encima de una
tarima leyendo servilmente lo que el Poder de turno le encargaba que leyera, y
que jamás permitió crecer a nadie a su lado (¡caramba…que coincidencia!).
Otro personaje que se postuló al cargo
fue Pietro “El Ralo”, quien adujo poseer enorme poder de seducción hacia las
masas, pero fue descartado de inmediato por su insoportable costumbre de
organizar Marchas de Caballería, pero sobre todo por gritar: ¡Viva el feudo!,
unas 456 veces al día, en vano intento por demostrar un amor comarcano en el
que ya nadie creía.
Algunos relatos llegados a nuestros
días, aseguran que el Señor Feudal estuvo a punto de asignar esa tarea
educativa a Lady Mariángeles, pero sus asesores lo convencieron que no lo
hiciera, en virtud que dicha dama era idónea en esas lides, lo cual iría
–dijeron- contra los principios más caros del sistema palaciego.
-¡Como os ocurre mi Señor –sentenció Sir
Andrews Ramiz retocándose discretamente
el maquillaje- poner a alguien en el lugar que corresponde!.. ¡Nada más alejado
de las normas que vos mismo has impuesto en esta comarca! Acá el carpintero
funge de arquitecto, el médico de Contador, el arquitecto de carpintero, y el
Contador de médico!
Y esa es la manera en que has conservado
el Poder, no lo olvidéis-
-Manuelita vivía en Pehuajó- prorrumpió
Alex al ver que perdía protagonismo.
- ¡Cállate que me desesperas!- dijo
Pietro que permanecía en un rincón de la Sala abrazado a un retrato de su amado Caballero
Alfred Estrósner.
Finalmente, y tras horas de un extenso
debate que tuvo puntos culminantes con berrinches variopintos por parte de
algunos asesores del Amo, éste decidió nombrar como “Embajador Plenipotenciario
para la Educación
de su Pueblo”, al Mozo de Navarra. Sí…ese que todas las tardes lo puteaba desde
una tarima pública, y a la cual él mismo corría a dar explicaciones toda vez
que el mozo le requería.
El designado Comendador anunció que dejaría
el serrucho de lado y asumiría la ardua tarea de educar al pueblo, siempre y
cuando pudiera contar con dos de sus asesores: el sagaz y brillante erudito Oskar
de Baharía, pro hombre que honraba a la aldea de Nuestra Señora de los
Suplicios sólo por el hecho de haber nacido en ella; y con el gran Gütt y
Erres, conocido en la comarca por “El gauderio”, hombre tan versátil y sapiente
que era capaz de amansar el más bravo corcel árabe, o recetar una pócima a una anciana enferma
(era este hombre además, un ser bendecido por los Dioses al poseer una
capacidad de comunicación oral digna de Sir Joseph Mary San Guinetti).
Los relatos orales surgidos a partir de
la sabia decisión del amo no dan demasiados detalles de la gestión del equipo.
Sí se supo que fue denominado MEC (Menesterosos En Conocimientos), y que
intentaron contactarse con el Gestor Oficial en la Cultura del Reino, Sir
Monic Del Áquila, pero no lo pudieron
ubicar al estar haciendo la plancha en el Lago Negro (del cual emergía solo
cada treinta días para ir a cobrar sus casi 36 mil maravedíes).
Moraleja:
Para ejercer el Poder es ideal,
el hacer de tu pueblo un hato de
baturros.
Ponles entonces sin dudar, como
ejemplo a seguir…a los más burros.
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