De cómo las
damas de la aldea a orillas del gran
lago negro toleraban las infidelidades de los caballeros en aras de la
comodidad y la posición social
Ángel Juárez Masares
Mucho hemos fablado acerca de las gentes que
gobernaban la pequeña y lejana Comarca desde un coqueto y antiguo palacio.
Conocéis también a todos los personajes que, con el único fin de
recibir favores del Señor, le rodeaban día y noche obedientes y genuflexos
recogiendo con ignominia las migajas que caían de la su mesa.
Sin embargo, algunos documentos que hasta ahora habían permanecidos
ocultos de la luz pública, nos dieron noticia de algunas historias de alcoba
dignas de contar.
Según esos viejos diarios íntimos, muchas damas de la nobleza
mantuvieron amoríos con algún (o algunos) Caballero de su pueblo, así como
muchos Caballeros compartieron alcoba con al alguna (o algunas) Dama de su
pueblo.
Verdad es que este humilde e ignorado escriba está en posesión de
nombres, lugares y fechas de muchos de esos encuentros, pero –estimados
Cofrades- no os refocilés y guardad vuestros colmillos- pues no los revelaré;
solo en atención al pudor propio, y no porque la hipocresía de la nobleza
merezca ello.
Se desprende de la lectura de los textos antes citados, que el
propio Señor feudal tenía su pitonisa personal (pese a que solía orar junto al
Abad Charles las mañanas de domingo). Esta mujer era fuente permanente de consulta,
tanto para los asuntos de palacio, como para “arreglar” encuentros placenteros
(algunos textos aseguran que no siempre eran con féminas).
Se supo además que las aventuras amorosas eran por todos conocidas,
en virtud de la pequeñez de la aldea, y –como hemos anotado- toleradas tanto
por quienes las protagonizaban como por el pueblo.
Así era entonces, que muchas Damas que concurrían asiduamente a los
Santos Oficios, una vez fuera de la abadía levantaban sus faldas para
proporcionar ellas mismas un puntapié en el trasero de los infantes
menesterosos, asunto que aprovechaban además para exhibir sus bellas
pantorrillas, actos ambos que les serían perdonados al siguiente oficio.
Los artilugios puestos en práctica para engañar a los Caballeros
eran variopintos. Algunas solían dejar sus carruajes a la puerta de sus casas,
y mientras los cocheros se dormían escapaban por los fondos con algún amante
ocasional.
Otras –mas afortunadas- aprovechaban la partida de los hombres hacia
los campos –ya sea cuando iban a sus pequeños feudos o a entrenamientos de
batalla- para recibir en su propia alcoba a los destinatarios de sus favores.
También los Caballeros practicaban como moneda corriente las visitas
a otras camas, dejando en más de una ocasión descendencia clandestina en otros
vientres.
Pese a todo, las reglas que regían la sociedad medieval indicaban
que las uniones entre Nobles debían mantenerse. Así era posible ver en las
grandes fiestas palaciegas, ingresar con la frente alta a los salones a Lady X
del brazo de Lord N, y a Don I sonreír melosamente a Sir H (con cuya consorte
había amanecido esa mañana).
Queda claro entonces que
nadie ignoraba esos cambios de pareja nacidos de la naturaleza humana (o
de humanas pasiones), pero la comodidad y el sostén de las posiciones sociales
propiciaba que todos aceptaran tal comercio.
Bueno es señalar –como un
acto de justicia- que las infidelidades no solo eran atribuibles a la
nobleza, también algunos lacayos fueron protagonistas de escenas muy graciosas
vinculadas a los amoríos. Se conoció que algunos que solían pregonar a viva voz
los ideales familiares heredados de sus antepasados, fueron descubiertos más de
una vez en pleno estado de celo dentro de sus carruajes. También que muchos de
esos debieron beber de su propia medicina, yendo a recoger a su mujer de entre
las sábanas del lecho del vecino (tal el caso de un inefable personaje muy
aferrado a la tradición comarcana).
Se supo de un Curandero de la aldea que tuvo que dormir varias
semanas en el cobertizo de los cerdos antes que su mujer decidiera que lo mejor
era hacer como que no había pasado nada. Tiempo después – y para borrarlo todo-
ambos habían viajado a lejanas comarcas prodigándose arrumacos, y enviando
tiernos y dulces retratos a través de la red de mensajeros a caballo (siglos
después utilizarían Facebook, pero eso estaba a siglos de distancia).
Como la cantidad de documentación en poder de este escriba es
abrumadora, no os relataré más de estos asuntos. Tan claro como una gota de
agua ha quedado todo para los habitantes de la aldea, y fácil de inferir serán
entonces estas relaciones amorosas, tan oscuras y barrosas como las aguas del
Gran Lago negro.
Moraleja:
Si tu Caballero cría tus hijos
y vestida como Dama te mantiene, ignorar sus visitas a otras camas te conviene.
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