¿Cual es la
diferencia entre un muerto y un millón?
Ángel Juárez Masares
"Dios sabe lo
que hace, por qué lo hace y para qué lo hace. Yo acepto la voluntad de Dios.
Creo que Dios nunca me soltó la mano". Jorge Rafael Videla.
Quizá muchos de quienes pasamos nuestra adolescencia en
dictadura continuemos estando adolescentes de capacidad de asombro, lo que no
significa que adolezcamos de capacidad de indignación. Hoy seguimos con
expectativa el trabajo del equipo de investigación forense que hace poco nos
“devolvió” lo que quedaba del Maestro Julio Castro, y esta semana la sociedad
toda se conmueve ante el hallazgo de los restos de Ricardo Blanco Valiente,
también en terrenos del Batallón 14. Pero la vecindad geográfica y cultural con
la República
Argentina nos trae también noticias de lo que ocurre allá
-sobre todo a quienes vivimos en el litoral oeste- donde la información llega
mezclada y abundante, y entre la estatización de YPF, el enojo de Rajoy, y los
chismes faranduleros, aparece Jorge Rafael Videla, admitiendo por primera vez
que su dictadura mató a "siete mil u ocho mil personas" que estaban
detenidas o secuestradas y que hizo desaparecer sus restos "para no
provocar protestas dentro y fuera del país”.
Ceferino Reato se confiesa como un “periodista eventual”,
porque dice “hacer otras cosas”, pero fue el hombre que entrevistó a Videla
durante veinte horas entre octubre de 2011 y marzo de 2012 en la celda número 5
de la prisión federal de Campo de Mayo para su libro “Disposición final”, y que
al solicitársele la impresión que la causó el entrevistado, lo describe como un
“abuelo muy educado” que reza el rosario todas las noches y que antes iba a
misa todos los domingos.
El libro incluye testimonios de otros jefes militares,
guerrilleros, políticos, funcionarios y sindicalistas que permiten reconstruir
el contexto histórico en el que Videla y sus tropas decidieron tomar el poder,
el 24 de marzo de 1976, y matar y hacer desaparecer los restos de las miles de
personas a las que consideraban "irrecuperables".
"No había otra solución –asegura- en la cúpula
militar estábamos de acuerdo en que era el precio a pagar para ganar la guerra
contra la subversión y necesitábamos que no fuera evidente para que la sociedad
no se diera cuenta. Había que eliminar a un conjunto grande de personas que no
podían ser llevadas a la justicia ni tampoco fusiladas", señaló Videla en
parte de esa entrevista.
Además, explica que el país fue dividido en cinco
"zonas" ya antes del golpe del 24 de marzo de 1976, y que el jefe de
cada uno de esos territorios ordenó entre enero y febrero de aquel año la
confección de las listas de personas que debían ser detenidas inmediatamente
después del derrocamiento de la presidenta Isabel Martínez de Perón.
En otro punto del libro, Videla afirma: "No hay
listas con el destino final de los desaparecidos. Podría haber listas parciales,
pero desprolijas. Nuestro objetivo era disciplinar a una sociedad anarquizada.
Con respecto al peronismo, salir de una visión populista, demagógica; con
relación a la economía, ir a una economía de mercado, liberal. Queríamos
también disciplinar al sindicalismo y al capitalismo prebendario".
"Dios sabe lo que hace, por qué lo hace y para qué lo
hace. Yo acepto la voluntad de Dios. Creo que Dios nunca me soltó la
mano", le dijo a Reato el ex dictador, agregando que “la frase Solución
Final nunca se usó. "Disposición Final" fue la frase más utilizada;
son dos palabras muy militares y significan sacar de servicio una cosa por
inservible. Cuando, por ejemplo, se habla de una ropa que ya no se usa o no
sirve porque está gastada, pasa a Disposición Final".
Y uno lee estas cosas y no puede evitar que el pensamiento
se dispare a los genocidios conocidos a los largo de la historia. Pasan como
imágenes de una absurda película los campos de exterminio de judíos a manos del
nazismo; la devastación de los Armenios, el garrote vil que mató al Inca, el
salvajismo de Pinochet, la desaparición de los aborígenes desde América del
Norte a la Patagonia ,
y los miles de muertos por el hambre en África. Si, todo mezclado, porque ¿Cuál
es la diferencia entre un muerto y un millón? ¿Y cual es la diferencia entre
tirarlos de un avión o matarlos de hambre?
Detengámonos por un momento en una frase de Videla, y
veremos cuán relativa es para él la importancia de matar, dice: “siete u ocho
mil personas”, como si mil de diferencia no significaran nada.
Y el abuelo educado relata cómo a veces algunos militares
llevaban a sus hijos a los cuarteles. Cómo les daban juguetes en una habitación
para entretenerlos mientras ellos torturaban un hombre en la pieza de al lado;
claro… antes de hacerlo se calzaban guantes, quizá para que esas manos no fueran las mismas que acababan
de acariciar un hijo.
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