viernes, 20 de abril de 2012

¿Cual es la diferencia entre un muerto y un millón?



Ángel Juárez Masares


"Dios sabe lo que hace, por qué lo hace y para qué lo hace. Yo acepto la voluntad de Dios. Creo que Dios nunca me soltó la mano". Jorge Rafael Videla.

Quizá muchos de quienes pasamos nuestra adolescencia en dictadura continuemos estando adolescentes de capacidad de asombro, lo que no significa que adolezcamos de capacidad de indignación. Hoy seguimos con expectativa el trabajo del equipo de investigación forense que hace poco nos “devolvió” lo que quedaba del Maestro Julio Castro, y esta semana la sociedad toda se conmueve ante el hallazgo de los restos de Ricardo Blanco Valiente, también en terrenos del Batallón 14. Pero la vecindad geográfica y cultural con la República Argentina nos trae también noticias de lo que ocurre allá -sobre todo a quienes vivimos en el litoral oeste- donde la información llega mezclada y abundante, y entre la estatización de YPF, el enojo de Rajoy, y los chismes faranduleros, aparece Jorge Rafael Videla, admitiendo por primera vez que su dictadura mató a "siete mil u ocho mil personas" que estaban detenidas o secuestradas y que hizo desaparecer sus restos "para no provocar protestas dentro y fuera del país”.
Todo un símbolo de la represión y el
terrosimo de Estado: el dictador
argentino Jorge Rafael Videla y su
par uruguayo, Aparicio Méndez, en la
inauguración del Puente Fray Bentos
-Puerto Unzué. Atrás el canciller de la
dictadura, Juan Carlos Blanco. 
(16/setiembre/1976)
Foto: Nelson Difilippo.
Ceferino Reato se confiesa como un “periodista eventual”, porque dice “hacer otras cosas”, pero fue el hombre que entrevistó a Videla durante veinte horas entre octubre de 2011 y marzo de 2012 en la celda número 5 de la prisión federal de Campo de Mayo para su libro “Disposición final”, y que al solicitársele la impresión que la causó el entrevistado, lo describe como un “abuelo muy educado” que reza el rosario todas las noches y que antes iba a misa todos los domingos.
El libro incluye testimonios de otros jefes militares, guerrilleros, políticos, funcionarios y sindicalistas que permiten reconstruir el contexto histórico en el que Videla y sus tropas decidieron tomar el poder, el 24 de marzo de 1976, y matar y hacer desaparecer los restos de las miles de personas a las que consideraban "irrecuperables".
"No había otra solución –asegura- en la cúpula militar estábamos de acuerdo en que era el precio a pagar para ganar la guerra contra la subversión y necesitábamos que no fuera evidente para que la sociedad no se diera cuenta. Había que eliminar a un conjunto grande de personas que no podían ser llevadas a la justicia ni tampoco fusiladas", señaló Videla en parte de esa entrevista.
Además, explica que el país fue dividido en cinco "zonas" ya antes del golpe del 24 de marzo de 1976, y que el jefe de cada uno de esos territorios ordenó entre enero y febrero de aquel año la confección de las listas de personas que debían ser detenidas inmediatamente después del derrocamiento de la presidenta Isabel Martínez de Perón.
En otro punto del libro, Videla afirma: "No hay listas con el destino final de los desaparecidos. Podría haber listas parciales, pero desprolijas. Nuestro objetivo era disciplinar a una sociedad anarquizada. Con respecto al peronismo, salir de una visión populista, demagógica; con relación a la economía, ir a una economía de mercado, liberal. Queríamos también disciplinar al sindicalismo y al capitalismo prebendario".
"Dios sabe lo que hace, por qué lo hace y para qué lo hace. Yo acepto la voluntad de Dios. Creo que Dios nunca me soltó la mano", le dijo a Reato el ex dictador, agregando que “la frase Solución Final nunca se usó. "Disposición Final" fue la frase más utilizada; son dos palabras muy militares y significan sacar de servicio una cosa por inservible. Cuando, por ejemplo, se habla de una ropa que ya no se usa o no sirve porque está gastada, pasa a Disposición Final".
Y uno lee estas cosas y no puede evitar que el pensamiento se dispare a los genocidios conocidos a los largo de la historia. Pasan como imágenes de una absurda película los campos de exterminio de judíos a manos del nazismo; la devastación de los Armenios, el garrote vil que mató al Inca, el salvajismo de Pinochet, la desaparición de los aborígenes desde América del Norte a la Patagonia, y los miles de muertos por el hambre en África. Si, todo mezclado, porque ¿Cuál es la diferencia entre un muerto y un millón? ¿Y cual es la diferencia entre tirarlos de un avión o matarlos de hambre?
Detengámonos por un momento en una frase de Videla, y veremos cuán relativa es para él la importancia de matar, dice: “siete u ocho mil personas”, como si mil de diferencia no significaran nada.
Y el abuelo educado relata cómo a veces algunos militares llevaban a sus hijos a los cuarteles. Cómo les daban juguetes en una habitación para entretenerlos mientras ellos torturaban un hombre en la pieza de al lado; claro… antes de hacerlo se calzaban guantes, quizá para que  esas manos no fueran las mismas que acababan de acariciar un hijo.

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