De la vez que
este escriba encontró un intruso en el sótano
Amados Cofrades: como suele ocurrir algunas
veces, esta semana el humilde pasó varios días garabateando papiros y
lanzándolos al fuego. Fueron largas noches subiendo escaleras hasta el ático
del scriptorium para consultar a los grandes Maestros de la literatura en busca
de historias para contaros, pero todo me fue negado. Hubo noches en que,
sentado junto al fuego procurando ordenar las ideas, percibí en las sombras la
presencia de Séneca, riendo por lo bajo y burlándose de mi incapacidad para
poner en tinta una frase coherente. Recuerdo que -sin buscarlo en la oscuridad-
le dije – no hagas mofa de mi escaso intelecto, Lucius. No poseo yo herencia de
mi padre como tu de Marco Anneo, quien te legó su genio.
Otra vez en la alta noche y casi en la oscuridad, el viejo Sócrates
ocupó el lugar de Séneca.
Os recuerdo que desde muy joven llamó la atención de los que lo
rodeaban por la agudeza de sus razonamientos y
su facilidad de palabra, además de la fina ironía con
la que salpicaba sus tertulias con los ciudadanos jóvenes de Atenas.
Él fue quien me dijo:
-Tiene el hombre la tendencia a buscar en el cielo la respuesta a
los asuntos que ignora. Lo hace cuando requiere la felicidad; cuando pretende
consuelo, cuando destina su enojo a quien le ha hecho daño. ¿Por qué no buscas
en los huecos de la tierra las respuestas que pretendes?-
La luz del sol entrando por los ventanales despertóme al otro día.
En el alféizar, varias palomas se acicalaban las plumas de sus alas esperando
el cereal que sabían les daría. El macho “Ad-inet” se pavoneaba ostentando sus
anillos con mensajes ante el resto de las hembras, mientras el atrevido
“gemail” buscaba los favores de su paloma favorita.
Y fue en la pata de éste que encontré la misiva de mi noble Amigo
Damián, el pintor de las anchas pinceladas y color avasallante.
“Extraño vuestras historias –rezaba la minúscula misiva- si estás
ayuno de ideas, atiende cualquier señal de tu pensamiento sin descartar
ninguna”.
Tales palabras trajéronme a la memoria la “presencia” de los viejos
filósofos que había intuído noches pasadas, y tomé la decisión de “buscar
abajo”, aún sin tener claro lo que eso significaba.
Y fue a la hora nona cuando -candil en mano y con el pretexto de
buscar un botijo de vino- me dirigí a los sótanos de mi morada, donde hacía
mucho tiempo no bajaba.
Grande fue mi sorpresa al encontrar abierta la pesada puerta de
madera y hierro, y un fuerte olor a vino “volcado” que hirió mi nariz. Pero mas
grande aún fue mi asombro cuando allá, al fondo del húmedo recinto, vi una
figura cuasi humana que se movía entre trapos mugrosos y odres vacíos.
-No tengáis aprensión por mi- dijo ese ser mientras encendía un
farol solo con un movimiento de su mano- tu me conoces, aunque no me estimes, y
daño no te causaré porque tal industria no está en mi naturaleza-
-Sube entonces, y hablaremos-
La noche llegó y avanzó sobre la pequeña y lejana comarca, y la
madrugada encontróme charlando con el astroso intruso que –sin saberlo- hacía
ya un tiempo que pernoctaba en mi morada, bebiéndose mi vino y comiéndose mi
queso.
Cuando la luz del sol se hizo potente el hombre aprovechó que yo
dormía y desapareció en alguna parte. Cuando esa noche lo busqué, allá en la
cava, ya no estaba. Sin embargo aún recuerdo claramente algunas de las cosas
que me dijo. Habló de la vastedad del pensamiento, y de los límites que uno
mismo le pone a la imaginación. Dijo que no siempre hay que buscar la verdad en
las alturas, porque muchas veces está en lo cotidiano.
“Cuando huérfano estés de ideas para poner en escritura –aseguró-
mira a la araña que teje en el fondo de tu sótano, siempre estará mas cerca de
vos que la luna a la que frecuentemente acuden los poetas”.
El mugroso dijo llamarse Diógenes, pero nunca sabré si en realidad
estuvo o fue un producto de mi fantasía. De cualquier modo no me preocupare por
eso. Esta noche tomaré mi pluma y escribiré palabras sin fronteras; ni de
tiempo, espacio, o geografía, porque siempre habrá en el mundo alguien
hambriento de escuchar ese cuento que no le contaron en su infancia…
Moraleja:
Si no encuentras en lo alto
motivos para tus historias sobre el hombre, la paz, o la Guerra , viste tu ropaje mas
humilde y búscalas debajo de la tierra.
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