Cuando no existen
diferencias entre Ian McKellen y un actor del tercer mundo
Angel Juárez Masares
Días atrás viendo una entrevista al
actor Ian McKellen*, el mismo manifestaba la dificultad de actuar para
el cine. Contaba su experiencia en una escena de “El Señor de los Anillos”,
donde –en el papel del Mago Gandal, debía interactuar con un grupo de enanos.
El guión indicaba que visualmente debía aparecer mucho mas alto de su estatura
normal, por lo cual la escena se filmó con él solo en un set sobre un fondo
verde donde los interlocutores estaban representados por luces (para saber a
quién tenía que dirigir el parlamento).
Hombre de teatro –como gran parte, si no
la mayoría de los actores ingleses- dijo sentirse tan incómodo que en un
momento pensó abandonar el set e irse a su casa.
Esto nos trajo recuerdos de algunas
incursiones que supimos hacer por “las tablas” en nuestra juventud. Primero en
el Elenco “Enrique Guarnero”, allá por los ´80, y mas tarde en la Compañía Teatral HUM BRAL, cuando quisimos darle otro
vuelo al primigenio y cuasi tímido proyecto de papel, que luego naufragara a
causa del desgaste que produce el esfuerzo solitario de las cosas que nacen sin
“padrinos”.
Sin embargo esa experiencia en el
desamparado teatro de pueblo dejó mas experiencias positivas que de las otras,
y además permitió que comprendiéramos cabalmente el relato (y la frustración)
de McKellen. Quienes luego conocimos el funcionamiento de la televisión, donde
todo es “editable”, sabemos – y sin duda puede dar fe de ello nuestro
colaborador Enrique Sena- que la adrenalina que produce la actuación en vivo
quizá solo sea comparable a lanzarse en paracaídas desde algunos miles de
metros de altura. ¿Qué es una exageración?... Bueno, puede ser discutible, pero
sin duda que muchos de los que hemos estado “detrás del telón” lo sentimos así.
Pese a los años transcurridos, jamás
olvidé la escena jugada con Elbio Fajardo en el papel de Nicola Sacco -en la
obra “Sacco y Vanzetti”- donde al girar la mirada casi desde el piso, veo su
rostro desencajado, las venas de su cuello hinchadas, y un par de lágrimas
(reales) colgando de sus ojos… por eso entendí las ganas de irse al diablo de
Ian Mckellen, y el esfuerzo que le debe haber costado interactuar con una
docena de “leds” en lugar de otros actores.
Afortunadamente, y pese a la tecnología
de otras disciplinas, el Teatro continúa siendo una experiencia intransferible.
Aún en lugares de poca población, como acá en la ciudad de Fray Bentos, podemos
disfrutar de actores de inmenso talento, como Estela Golovchenko y Danilo Fripp
(solo por mencionar algunos), quienes sin la mas mínima duda podrían actuar en
los mejores teatros del mundo.
La actuación en vivo no tiene vuelta
atrás. Como cada fin de semana los integrantes de la “Brigada de Paracaidistas
Raúl Cardozo” (también de Fray Bentos), pintan el cielo con sus telas nada mas
que para vivir esa experiencia, el actor se lanza al escenario sin retorno.
Sabe que está “jugado”, y que desde ese momento todo depende de su talento y
aplicación al trabajo.
Por otra parte, si pensamos que en las
ciudades pequeñas muchas veces se ensaya una obra durante meses para ponerla en
escena, dos, tres veces, el mérito por hacerlo cobra otra dimensión.
Quizá aquí podamos permitirnos insistir
en algo que solemos repetir; quien aborde cualquier disciplina artística como
pasatiempo, o como “terapia” -asunto que suele suceder frecuentemente- está
cometiendo una grave equivocación. Ensayar una obra implica estar puntualmente
en el lugar indicado, mas allá del frío, del cansancio por las actividades
diarias de cada uno; el mal humor que nos produjo esa discusión “con el Jefe”,
o un disgusto con hijos o pareja.
Tampoco debemos olvidar que –superados
esos inconvenientes- en la medida que se acerca el día del “estreno”, habrá que
procurar recursos económicos (muchas veces del bolsillo de cada uno) para el
montaje de la escenografía, y que el asunto no termina allí, también habrá que
hacerla. Allí es donde se entreveran los papeles, donde no hay “primer actor”,
y quien luego será “protagonista”, empuñará un martillo o un serrucho para
cortar madera codo a codo con quien solo tiene un “bolo” en toda la obra, o
quien hace de “apunte”.
En este rincón del mundo por lo general
es así, y quizá por eso comprendimos lo que debe haber sentido un actor de la
grandeza de Ian Mc Kellen cuando –parido por el teatro- tuvo que hablarle a una
docena de luces.
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