“Los niños mendigos
de Onetti”
Mirtana López
“Quedamos al sol,
frente a los ladrillos del Mercado Viejo. Los vagos sesteaban o se mataban
pulgas…(…) Un montón de muchachitos salió corriendo, hizo un círculo y entró de
nuevo en la sombra del mercado. (…) Crucé lentamente hasta el portón del
mercado. Hendí la fila derrumbada de miserables, tiré unas monedas al centro
del lánguido clamor, sobre cabezas y brazos. Adentro, (…) el olor interminable,
reforzado cada día, de verduras fermentadas, humedad y pescado. Los niños
mendigos corrían persiguiéndose bajo la claridad que llovía de los tragaluces
en el fondo distante. En una mesa, frente al bar, estaba un hombre joven,
gordo, sonriendo inmóvil hacia el estrépito de los muchachitos. (…) Tenía
cerrada la mano izquierda y continuaba sonriendo y sudando hacia el fondo
luminoso del Mercado, donde los niños viboreaban entre los puestos vacíos.
Junto a la botella había un puñado de caramelos. (…) Los niños mendigos
corrieron velozmente hacia el norte y el líder dobló de pronto, desconcertando
a la columna. Zigzaguearon entre los hierros y las maderas, resbalaron sobre
las placas de tierra y porquería. El muchacho de la mesa había abierto y
estirado la mano izquierda, llena de caramelos. Pasaron corriendo y gritando, cada
uno trató de robar sin detenerse, la mano se cerró atrapando la de una
chiquilina flaca, con cara de rata, con un pelo duro y grasiento hasta los
hombros. Los demás siguieron. (…) El muchacho gordo atrajo a la chiquilina, le
besó una oreja, mientras la palmeaba, en un remedo de castigo, murmurando
amenazas. Después la soltó; la chica se puso un caramelo en la boca y corrió
para alcanzar a la banda que describía ya un semicírculo sobre el sol de la
calle y volvió a entrar luego aullando…
Entonces el muchacho gordo alzó la cabeza llena de un
esponjado pelo negro y se puso a reir hacia el techo averiado, sin
participación de su cuerpo, con la más pura, ejemplar risa histérica que yo
haya oído nunca.”
(…)
“El estrépito de criaturas volvió a pasar junto a la mesa
y se reprodujeron las palmadas, el beso, la cabezada hacia el techo y la risa
insoportable, agotada de pronto.”
Estos fragmentos pertenecen al capítulo V de “Para una
tumba sin nombre”, de Juan Carlos Onetti. El impacto de su lectura es
insustituíble. Porque no hay forma de describir mejor un lugar y las nacientes
relaciones sociales de degradación para los niños que en la zona viven. El
grupo humano al que pertenecen va a estar condenado a las relaciones humanas
que su entorno les está enseñando bajo la forma de una exigencia de
supervivencia. De esa generación en ese barrio montevideano, difícilmente uno
de esos chiquilines deje de usar durante toda su vida los modelos de
comportamiento que le están sirviendo –en aquel hoy - para comer caramelos. Mañana,
para todas sus necesidades, que serán mínimas.
Se podrá decir que la escena es ficción. Naturalmente.
¿Pero cómo negar su raíz en las interminables horas de café y en los detenidos
recorridos por toda la zona portuaria como experiencias que nutrían la memoria
de Onetti? De estas aproximaciones tenemos que deducir que el episodio - los
episodios - recreados en el relato, quizá puedan ubicarse en la década del
cuarenta del siglo pasado.
Más de setenta años los separan de hoy, en que la prensa
titula *: “Fiscal pide mantener los antecedentes a tres menores”. Luego,
informa: “Por primera vez en Montevideo, un fiscal de Menores solicitó a la
Justicia que, en las sentencias de tres homicidios distintos, establezca el
mantenimiento de los antecedentes de esos adolescentes hasta que alcancen los
21 años edad. El fiscal de Menores, Gilberto Rodríguez pidió el mantenimiento
de los antecedentes hasta los 21 años en caso de infracciones gravísimas. Ya
hay un antecedente en un juzgado del interior del país. En caso de que el juez
de esas causas haga lugar al pedido, esos adolescentes no serán juzgados como
primarios por la Justicia de adultos si cometen un delito entre los 18 y los 21
años. Estos antecedentes agravan pena. El artículo 2 de la Ley 18.778, aprobada
el 11 de agosto del 2011, establece: "los antecedentes judiciales y
administrativos de los niños o adolescentes que hayan estado en conflicto con
la ley se deberán destruir en forma inmediata al cumplir los dieciocho años o
al cese de la medida. No obstante, cuando el adolescente en conflicto con la
ley haya sido penado por el delito de violación (artículo 272 del Código
Penal), rapiña (artículo 344 del Código Penal), copamiento (artículo 344 bis
del Código Penal), secuestro (artículo 346 del Código Penal) o las diferentes
variantes del homicidio intencional (artículos 310, 310 bis, 311 y 312 del
Código Penal), el Juez, en el momento de dictar sentencia, podrá imponer -como
pena accesoria- la conservación de los antecedentes a los efectos que, una vez
alcanzada la mayoría de edad; si volviera a cometer otro delito doloso o
ultraintencional no pueda ser considerado primario".
En el relato de Onetti, todavía nos queda un pasaje
magistral que sugiere otro final para
estos niños. Y todos los niños:
“Caminé despacio, dando tiempo a los chiquilines para que
se acercaran a la mesa. Cuando cinco o seis robaron caramelos de la palma
abierta y él sujetó la mano de la muchachita, le toqué la espalda y estuve
esperando sus ojos con una sonrisa inocente. Me miró con algo más de susto que
de rabia. De la mano se le escaparon la niña y los caramelos; acercó el montón
a la banda que hizo una sola vuelta alrededor de nosotros. Estuvo contemplando
inquieto, infantil, la carrera victoriosa hacia el portón y el sol. Alzó la cabeza
para reír pero solo rió en silencio, por un segundo. Yo estaba ahí, mi mano
continuaba sobre su hombro. Se puso de pie y me saludó.”
*Eduardo Barreneche El País 09/08/12
Artículo extraído de Periódico Centenario.
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