Confieso
que he leído
Por Luis Benítez
La
poesía de
Marcelo
Dughetti: “decir la muerte”
Con esta frase fuerte
sobre el tema que siempre vuelve en la poesía de Dughetti, uno de los más
interesantes poetas argentinos de las últimas décadas, el crítico y poeta José
Di Marco resume meridianamente el ars poetica de este autor. La muerte
en Dughetti es la sombra que irrumpe en medio del festival de la vida,
partiendo en un antes y un después ese continuo temporal que, con sus miserias
y sus grandezas (más seguidamente, con sus mediocridades reiteradas), termina
persuadiéndose a sí mismo de su perennidad. Entonces, la muerte surge para
ordenar las cosas, antes de destruirlas. En una de sus obras mayores –según mi
opinión-: el poemario “Los Caballos de Isabel” (2009), es donde esta presencia
de la mortalidad de los seres y las cosas se expresa con más acabada maestría y
lenguaje más refinado. Dughetti –pese a su juventud- ya acredita una innegable
madurez expresiva, que resalta la calidad de las formas y los sentidos que le
ha brindado al género en el ámbito local.
Marcelo Dughetti nació en
1970 en Villa María, Provincia de Córdoba, Argentina. Obra literaria: La
joroba de Bronce (Imago Mundi, 2003), Donde cayó esta muerta
(Narvaja Editores, Premio Provincial de Letras, 2003) El monte de los
árboles sogueros (Ed. Recovecos 2007), Los caballos de Isabel (Ed.
Recovecos 2009), Hospital (Ed. Cartografias, 2012) y La
bicicleta roja (nouvelle, 1ra. ed. Ed. Recovecos 2007; 2da. Ed.
Recovecos, 2012).
T
Te
contaré en las puertas de tu sueño
la
historia del mal, cierra los ojos.
Sobre
cristales azules una niña camina dormida.
Trepa
la joroba de la tarde,
un
cerdo le devora los dedos, la niña no llora.
Hay
mirra, incienso, miel
ofrendas
de pederastas arrepentidos.
Hay
poetas que arrastran un campanario entero.
Hay
escarabajos brotando de los ojos de su madre.
Hay
esqueletos de gatos donde las hormigas levantan un
templo.
Hay
un buey que muge desconsolado.
Hay
niños que muerden al buey.
Hay
un ángel soldado, con una espada roja sobre el pesebre
y
en la noche de diciembre
un
coro de abuelos
cantando
villancicos
en
cajitas.
L
Los
cuadernos que supiste leer
para
las fechas especiales.
Las
llaves del infierno junto a las botas.
La
ventana abierta.
El
armario atorado de cadáveres.
El
tiempo y su limosna amarilla
mendigos
de la memoria
el
rostro de la niña,
el
ídolo sobre la repisa
los
cuatro miedos arrodillados
en
plegaria.
F
Fumo,
escucho los troncos que abraza el fuego
como
en la prehistoria de la humanidad
los
caballos pueblan la pared de la escalera.
¿Qué
de todos aquellos hombres ha venido a buscarme?
El
aire de la estufa agita los caballos y sus llanuras,
Isabel
duerme a tu lado en la cama grande, tiene fiebre.
De
la calle los sonidos del tren, risas, sirenas, disparos
pero
es otro tiempo, un cangrejo inalterable.
El
pájaro despierta posado en el respaldar.
Isabel
dibuja en su delirio animales que no veo.
Le
besás la mano y la nombrás como a un fantasma.


No hay comentarios:
Publicar un comentario