El escribir con el solo fin de disfrutar
de la lectura
Ángel Juárez Masares
Quienes tratamos de escribir mas o menos
correctamente, nos enfrentamos permanentemente a las dificultades que eso
significa, y una de las mayores encrucijadas está centrada en el objetivo que
se persigue al hacerlo.
Naturalmente dejamos fuera el abordaje
de crónicas, ensayos, o temas técnicos cuya exposición no admite
subjetividades. Hablamos de la escritura de ficción, donde –mas allá del
necesario hilo conductor, quien relata puede –y debe- instrumentar la prosa
para hacerla amena y atractiva.
Recordemos que el arte de novelar
generalmente pasa por el ser y estar de los personajes, en su conjunto y el
ambiente en que se mueven; nos interesa mas la descripción, pero aún así desviamos
la atención de los objetos que nos ponen por delante para atender el modo como
están representados. Como en este género el paisaje y la fauna que se ofrecen
son imaginarios, hace falta que el autor disponga de elementos que despierten
en el lector algún interés imaginario.
Para ejemplificar la importancia del
escribir atractivo; solo para que para el lector disfrute cada línea sin
preocupaciones por lo que mas adelante pueda acontecer, nos remitiremos a un
trozo de Gustavo Adolfo Bécquer, y veremos como utiliza la prosa con un vuelo
poético que nada envidia a sus famosas “Rimas”: “Por los tenebrosos rincones de
mi cerebro, acurrucados y desnudos, duermen los extravagantes hijos de mi
fantasía, esperando en silencio que el arte los vista de la palabra para
poderse presentar decentemente en la escena del mundo.
Fecunda, como el lecho de amor de la
miseria, y parecida esos padres que engendran mas hijos de los pueden
alimentar, mi musa concibe y pare en el misterioso santuario de la cabeza,
poblándola de creaciones sin número, a las cuales ni mi actividad ni todos los
años que me restan de vida serían suficientes a dar forma.
Y aquí adentro, desnudos y deformes,
revueltos y barajados en indescriptible confusión, los siento a veces agitarse
y vivir con una vida oscura y extraña, semejante a la de esas miríadas de
gérmenes que hierven y se estremecen en una eterna incubación dentro de las
entrañas de la tierra, sin encontrar fuerzas para salir a la superficie y
convertirse al beso del sol en flores y frutos.
Conmigo van, destinados a morir conmigo,
sin que de ellos quede otro rastro que el que deja un sueño de la medianoche,
que a la mañana no puede recordarse.
En algunas ocasiones, y ante esta idea
terrible, se subleva en ellos el instinto de la vida, y agitándose en
formidable aunque silencioso tumulto, buscan en tropel por dónde salir a la luz
de entre las tinieblas en que viven. Pero ¡ay, que entre el mundo de la idea y
el de la forma existe un abismo, que solo puede salvar la palabra; y la
palabra, tímida y perezosa, se niega a secundar sus esfuerzos! Mudos, sombríos
e impotentes después de la inútil lucha vuelven a caer en su antiguo marasmo.
¡Tal caen inertes en los surcos de las sendas, si cesa el viento, las hojas
amarillas que levantó el remolino.
Estas sediciones de los rebeldes, hijos
de la imaginación, explican algunas de mis fiebres: ellas son la causa,
desconocida para la ciencia, de mis exaltaciones y mis abatimientos. Y así,
aunque mal, vengo viviendo hasta aquí, paseando por entre la indiferente multitud
esta silenciosa tempestad de mi cabeza. Así vengo viviendo; pero todas las
cosas tienen un término, y a éstas hay que ponerles punto.
¡Andad pues! Andad y vivid con la única
vida que puedo daros. Mi inteligencia os nutrirá lo suficiente para que seáis
palpables; os vestirá, aunque sea de harapos, lo bastante para que no
avergüence vuestra desnudez. Yo quisiera forjar para cada uno de vosotros una
maravillosa estrofa tejida de frases exquisitas, en las que os pudierais
envolver con orgullo, como en un manto de púrpura.”
Queda claro entonces a través de esta
prosa de Bécquer, que muchas veces la peripecia puede remitirse a lo que pasa
por el interior de quien escribe, sin necesidad de relatar una historia
“externa”.
Sin embargo debemos reconocer que para
descubrir “los hijos de la fantasía” que habitan dentro de cada uno, darles
vida propia, ponerlos en movimiento, y hacer de esa idea un brillante trozo
literario como éste, tendríamos que ser poseedores del genio del autor.
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