viernes, 21 de diciembre de 2012


JULIO SOSA, EL POETA




                                                                                                                    Hebert  Abimorad


Los pocos transeúntes y conductores que transitaban esa calurosa madrugada del 25 de noviembre de 1964, cercanos a la esquina de la avenida Figueroa Alcorta y Mariscal Castilla, en la populosa Buenos Aires, se vieron sorprendidos por un auto que se desplazaba a excesiva velocidad llevándose por delante una baliza luminosa; el conductor del DKW modelo Fissore, víctima del accidente, era el cantante uruguayo de tangos Julio Sosa Venturini, de 38 años de edad.
Su vida y su obra son leyenda para los amantes de la música ciudadana, pero su legado no es sólo su voz, sino también un libro de poesías, Dos horas antes del alba, que apareció en el año 1960. Mi intención de presentarlo no es de crítico literario sino tratar de entregar al público la herencia poética de un cantor de tangos.
Abro el libro con un presentimiento que confirmo en la primera página a modo de presentación, “Palabras del autor”, Sosa no se cree poeta y por eso se excusa escribiendo: “Dos horas antes del albano ha nacido para desafiar a la crítica... pero puedo jurar, en cambio, que es un libro sincero”. El cantor desafía y entiende que todo ser es un artista y nos regala un sentimiento en su voz que es el mismo que el de su poesía, el poeta no se divide.
El primer poema, “A ti”, es el presagio de lo que serán los próximos: “...mi corazón cansado es un niño que espera”, el poeta espera, el cantante espera, la cultura tanguera espera, una espera sin ofrecer nada, “Sólo puedo ofrecerte / de la noche más triste / su neblina”. El escepticismo gana sobre el amor, “Otra vez el inútil intento / por creer que el amor está cerca”, nos dice en otro de sus poemas.
Avanzando en el libro me llega el recuerdo de aquellos textos de los grandes poetas del tango, H. Manzi, C. Flores, E. S. Discépolo y otros, que marcan las vivencias de un mundo de hombres marginados que lucharon por su lugar físico y existencial sin comprender más allá de sus limitaciones, es entonces que decido leer el libro como un tango largo más, cantado por su autor; lo digo, porque los 23 poemas que contienen este libro me llevan a reflexionar sobre la buena y mala poesía sin llegar a ninguna conclusión.
Este hombre que ha hecho del tango su vida refleja su niñez, la pobreza, el maltrato y su ciudad natal, Las Piedras; el oriental no olvida, se desquita, quiere tomar todo y es entonces que se expone al peligro, coches deportivos últimos modelos, mujeres pasajeras en busca de su fama, y es por eso, por no entender la vida, llega siempre tarde a lo que su interior prefiere, “Qué agonía espantosa / fue saber que mis labios / no fueron los primeros que tus labios besaron...”. Otra vez Julio responde a su ambiente arrabalero, es el tango mismo con sus sentimientos que afloran a todo momento, para bien o para mal, sin el consentimiento de la razón.
En su poema “Error”, que es análogo al texto de C. Flores que tan bien interpreta Julio Sosa en su comparsita, “...el erótico error de mis padres / me dio luz, yo me llamo Fracaso... / es mentira que tenga otro nombre...”.
Y siempre la madre, el amor por la madre, dudoso amor, la madre sacrificada, la madona, la única que perdona, es parte de este mundo marginado, y en sus dos últimos poemas, “Tres amores” e “Himno a la Virgen María”, el autor la recuerda; sus amores son su madre, su perro y sus sueños, y dice: “Y te fuiste, ¡oh madre!, en silencio... sin quejas / y me has dejado solo, aturdido y cobarde / ... / donde aprendí a quererte ya demasiado tarde”.
La mala conciencia persigue a Sosa, no ha atendido a su madre como es debido y sólo le causó infortunios. Trágico final de un libro donde nunca asoma la esperanza con su promisorio título; cuando su auto se estrella a dos horas del alba.



Fuente: www.letralia.com

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