sábado, 1 de junio de 2013

VARGAS LLOSA RINDE HOMENAJE EN LA SORBONA
Merecido homenaje


Una evocación de las lecturas que lo formaron llevó al Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, a rendir un emocionado homenaje a las letras francesas y a los escritores que le mostraron el camino y afianzaron su vocación.
Haciendo gala de su gran talento de transmisor de la palabra y de imágenes, convocadas y construidas en un francés elegante y fluido, el escritor peruano encandiló al público que llenaba el prestigioso anfiteatro Descartes en la universidad de La Sorbona.

El primer escritor que lo impresionó, niño aún, fue Alejandro Dumas y afirmó que nunca había podido olvidar el momento en que D'Artagnan muere, en el sitio de La Rochelle, poco antes de la llegada del enviado del rey que le llevaba el bastón de mariscal.
Recordó también su lectura inicial de "Los miserables", de Victor Hugo, y dijo que tenía un recuerdo más nítido de sus personajes que de muchos de sus compañeros de clase. Subrayó que el escritor, de las vidas comunes y corrientes de la gente que poblaba esa novela, había hecho paradigmas para la humanidad entera.
Estas lecturas, reflexionó, le dieron tal vez, temprano, cierta conciencia de que en una novela el factor de cantidad es también parte de la calidad de la obra.
"Entre dos novelas, la que acumule más experiencias intensas, la que evoque más aspectos de la vida, será la más impactante", señaló, y afirmó que esto era lo que tenían en común "Los miserables", "Guerra y paz", de Tolstoi, "El Quijote", de Cervantes, y "La comedia humana", de Balzac, o "Moby Dick", de Melville.
Muy joven aún, en Lima, leyó a André Malraux, un autor que sigue apreciando y que es víctima de una gran injusticia actualmente, en Francia, donde se le desdeña, consideró.
En su opinión, "La condición humana" es una de las grandes novelas del siglo XX. Y es de una gran actualidad, por lo demás, con su exploración de la mentalidad del terrorista Cheng. "La he leído varias veces y nunca me ha decepcionado", afirmó.
Con este bagaje, el joven Vargas Llosa llegó a Francia en 1959 y se encontró con una sociedad donde todo enviaba a la cultura, lo que lo encandiló, a él que venía del Perú y que se sentía como "un bárbaro en medio de la civilización", como a otros jóvenes latinoamericanos que por entonces llegaban a Francia buscando luces y cultivar una vocación.
Su mayor héroe intelectual por entonces era Jean-Paul Sartre, que en medio de sus dudas con respecto a la vida y a su voluntad de ser escritor le dio las respuestas que necesitaba. La literatura era un compromiso y la escritura un instrumento para mejorar la sociedad.
En esos años se dio la famosa polémica entre Sartre y Marcel Camus, quien hablaba de política, de libertad y de moral. Él persistió en su fidelidad a Sartre y lo siguió en sus vaivenes ideológicos y políticos hasta que éste dio una entrevista, en 1967, en la que dijo que "frente a un niño africano que muere de hambre, 'La náusea' (libro del propio Sartre) no valía gran cosa".
"Me había hecho creer que la literatura era el instrumento capaz de mejorar y transformar el mundo y ahora me decía que tenía que renunciar. Para mí era ya tarde para renunciar a la literatura, por lo que renuncié a Sartre", afirmó.
El Premio Nobel evocó las deudas de América Latina con Francia, todas en el terreno cultural, al punto que en algún momento, en esos años, Octavio Paz escribió un artículo que tituló: "París, capital literaria latinoamericana".
En mi caso, dijo, "con mi formación, yo llegué a Francia para ser un escritor francés, y en París descubrí que yo era un escritor latinoamericano y que había otros como yo". En efecto, "por entonces, vivían, o habían vivido, en París, Carpentier, Cortázar, García Márquez".
"Aquí descubrí que América Latina no sólo era un mundo lleno de conflictos sociales y políticos, del que surgían dictaduras y tiranos, sino también un mundo literario que comencé a leer, a conocer", casi de primera mano. Así, fue testigo de la consagración de Jorge Luis Borges en París con ocasión de una visita a la capital francesa del argentino.
Frente a los elogios coloridos y casi ditirámbicos con que el crítico Roger Caillaux lo recibió, Vargas tuvo luego la experiencia de oírlo y gozarlo en un acto en La Sorbona, donde Borges deslumbró con su tono quedo y sus conocimientos literarios oceánicos.
Aquel día, él y otros latinoamericanos, así como los franceses Raymond Queneau, Claude Simon y Alain Robbe-Grillet, descubrieron que América Latina tenía un genio, y puesto que París lo descubrió, el mundo también lo hizo. París por entonces consagraba.
Vargas Llosa, con cierta emoción, subrayó la gran amistad y fraternidad que hubo en aquellos años entre algunos escritores latinoamericanos. "Luego vinieron las divergencias de opinión, la política, las discrepancias, la enemistad".
Tocó luego sus simpatías primero y su distanciamiento y ruptura, luego, con Cuba, y sus lecturas de pensadores liberales franceses como Raymond Aron y Jean-François Revel, quien "nunca aceptó que América Latina podía ser el territorio de la revolución con pachanga".
También su partida de París y su establecimiento en Londres, donde halló otra cultura, otra política, "que no tenía nada que ver con el juego de ideas que se daba en Francia, un mundo de jóvenes, de música, de moda y de libertad, pero donde la literatura estaba ausente".
Por entonces, constató, la particular relación de Francia con la literatura comenzaba a disiparse en el mundo. Los escritores, desconfiando de la literatura comprometida, poco a poco optaron por la complacencia, "comenzaron a escribir lo que la gente quería leer".
En este punto, Vargas Llosa se tornó grave y ofreció una reflexión final llamando la atención sobre los efectos de esta tendencia si se desarrolla. Si la literatura deja de ser "un instrumento de la conciencia crítica, tal vez no será muy visible al comienzo, pero los efectos serán catastróficos para la cultura de la libertad y para las instituciones de la libertad".
Esta convicción sobre el poder de la ficción "como motor poderoso de la conciencia se la debo a la literatura francesa", dijo, antes de rematar con una sorprendente y sonriente confesión: "Como verán, terminó acercándome de algún modo a Sartre, de quien me distancié hace tanto".



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