MÚSICA
Bicentenario de Wagner
Wagner (1813-1883), además de una
figura polémica, es el genio que cambió para siempre la ópera, y la música. Con
motivo del bicentenario de su nacimiento, reflexionamos sobre un legado que ha
influido en toda la cultura occidental, afirma Andrés Ibáñez en el diario
español ABC.
No fue un niño prodigio. No era un
gran instrumentist
a. No tuvo una gran formación. Comenzó como director de
orquesta con pequeñas agrupaciones de provincias. No era un gran director, ni
tampoco destacaba mucho como compositor. Su sueño era triunfar en París, como
su compatriota judío Meyerbeer, escribiendo “gran ópera” al estilo francés. Sus
actividades revolucionarias le convirtieron en un proscrito, pero también sus
deudas.
Tenía que huir constantemente de una
ciudad a otra para no ir a la cárcel, y así viajó a París (1839-1842) a probar
fortuna. Una tormenta sacudió este viaje a través del Mar del Norte: en medio
de la tormenta, los marinos creían ver el barco del holandés errante. Una vez
en París, se encontró con la indiferencia general y una pobreza cada vez más
acuciante. Entonces regresó a Alemania y se convirtió en todo aquello que nunca
había sido: un patriota, un nacionalista y un antisemita. Y escribió otra ópera
más, “El holandés errante” (1843). ¿Quién podría esperar a aquellas alturas que
fuera capaz de tal hazaña? Su primera ópera alemana fue también su primera obra
maestra. Hasta entonces había sido un mediocre, a partir de entonces fue un
genio.
Desde este momento, su evolución
artística es tan perfecta como un dibujo geométrico. Su siguiente ópera,
“Tannhäuser”, entra en el ciclo germánico y nórdico, que ya nunca abandonaría.
Luego escribe “Lohengrin”, cuyo protagonista es el hijo de Parsifal y viene de
Monsalvat, que será el escenario de su última ópera. De esta longitud son sus
proyectos: ve con toda claridad lo que hará en los treinta años siguientes. Lo
proyecta una tarde y luego se pasa treinta años, calmosamente, llevándolo a la
práctica.
Del mundo y de los dioses
El proyecto de su vida, “El anillo
del Nibelungo“, basado en antiguas sagas islandesas, cuenta la historia del
mundo y de los dioses; cuatro óperas, en mitad de las cuales escribe otras dos,
“Tristán”, su obra maestra, y “Los maestros cantores”, su obra cómica. Luego la
última ópera, “Parsifal”: para muchos, la más grande de todas; para otros
(Nietzsche, Adorno), una obra espuria.
Pertenece al grupo de los más
grandes: Bach, Mozart, Beethoven, Schubert. Es el músico más original que jamás
ha existido. No solo porque su estilo es inconfundible, sino porque nunca
escribe nada que pudiera haber escrito otro. Solo Liszt, su suegro, es una
influencia directa y discernible.
Es el ejemplo más asombroso, junto
con Proust, de transformación de las limitaciones en virtudes. Su dificultad
para escribir óperas convencionales se transforma en la “obra de arte del
porvenir” y en la llamada “melodía infinita”, que no significa una melodía que
no acaba nunca, sino un discurso musical carente de transiciones o de pasajes
de relleno. Su manifiesta incapacidad para escribir melodías (le salen
cuadradas, rimbombantes, siempre con forma de marcha) se transforma en el
lenguaje de la ópera moderna, donde la melodía es en realidad un comentario a
la armonía.
Este desgajamiento de la melodía
implica también un desgajamiento de la relación del hombre con el mundo. En la
ópera de Verdi, los personajes cantan sus emociones: en la de Wagner es el
mundo quien canta, pero los personajes no oyen esa música. Es esta difracción
entre individuo y mundo, entre lo que se canta y lo que suena, lo que rompe el
lenguaje de la armonía, no solo una mera evolución técnica del cromatismo. El
mayor genio de la continuidad musical de todos los tiempos no basa sus enormes
desarrollos en formas previas (la sonata, la sinfonía, el rondó, la fuga), ni
en el diseño tonal (no hay diseño tonal en sus grandes óperas, y ni siquiera
Schenker logra encontrarlo), ni en el desarrollo motívico al uso, ni en la
partición en arias y conjuntos de la ópera tradicional. Por esa razón su música
no suena a obra de arte, es decir, a forma estereotipada, sino a realidad, a
acontecimiento.
Su continuidad es la continuidad de
la vida, un acarreo poderoso que nunca cansa, que nunca es artificial, que resulta
tan orgánico e indudable como el curso de un río. Uno no “oye” música de
Wagner, sino que vive dentro de ella. El gran tema de Wagner es el enigma de la
identidad. Sus historias gravitan siempre en torno a personalidades escindidas
en busca de “redención” (el Holandés Errante), personajes que no pueden decir
su nombre (Lohengrin, Tristán), personajes que no saben quiénes son (Siegfried,
Parsifal), personajes que olvidan quiénes son (Siegfried). El dragón Fafnir le
dice a Siegfried, poco antes de morir bajo su espada: “Oh, tú, joven, que no te
conoces a ti mismo”.
El proceso de conocerse a sí mismo y
de construirse a sí mismo es el tema principal de Wagner. El pastor que toca un
caramillo que es un corno inglés dice: “Tristán, despierta”. Se refiere al sueño
físico, pero en ese sueño-dormir Tristán ha tenido un sueño-soñar en el que ha
ido más allá del velo y ha llegado al “País de la noche”, el vasto sustrato del
ser que constituye la totalidad enigmática del yo. Tristán e Isolda no son unos
enamorados clásicos: ellos aceptan la muerte y se lanzan a ella porque saben
que solo en ese país de la noche podrán unirse. Al aceptar la muerte, renacen,
simbólicamente, y pueden estar juntos porque han ido más allá del velo del yo.
Junto con Hegel y Schopenhauer, es uno de los grandes pensadores del
Romanticismo, pero él hace filosofía con la música.
Otro de sus temas es la espera. La
espera (el deseo) es el tema de “Tristán”: en el primer acto, el rey Marke
espera a Tristán e Isolda; en el segundo, Isolda espera a Tristán; en el
tercero, Tristán espera a Isolda. La espera es también la esencia del lenguaje
musical de la tonalidad: espera de algo que va a suceder, del acorde que va a
resolver. En Wagner la espera se prolonga de tal modo que se convierte en un
estado. La espera de lo que jamás llegará. El deseo de lo que jamás se logrará.
Así, la tonalidad comienza a disolverse, afirma el periodista español.
Extraído de:
http://diariolarepublica.net/
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