225
años de la ciudad
El Padre Ramón Montero y Brown la
llamó “Mercedes ciudad de las flores”. Popularmente suele denominársela como
“la coqueta del Hum”. Hoy cumple 225 años y le proponemos tres miradas sobre la
ciudad y su gente.
Aldo Roque Difilippo
La ciudad
de Mercedes cumplió 225 años. Fue la
culminación de un largo proceso de mudanzas desde que los primeros habitantes
de este suelo decidieron afincarse en la margen sur del río Negro. En 1788 fue
“fecha digna de conmemorarse, pues en ese año se depositó la piedra fundamental
de la Capilla” expresa el Prof. Washington Lockhart (Album Revista del
Bicentenario de Mercedes, 1988).
Desde aquel
caserío en torno a la capilla erigida por
el Presbítero Manuel Antonio de Castro y Careaga a la fecha, la ciudad de ha transformado. En principios a
impulso del puerto, con el correr de las décadas en base a otros medios de
comunicación, los caminos, el ferrocarril, las actuales carreteras, mientras
lentamente la evolución demográfica de Mercedes fue desplazando en importancia a las otras
ciudades del departamento, al punto que hoy vivimos en ella el 50,8% de los
sorianenses , de acuerdo al último censo de población y vivienda.
Al
forastero suele llamarle la atención algunas características de su paisaje.
Principalmente la rambla y las calles angostas
en las que transitamos.
Les
proponemos tres miradas sobre la ciudad.
La primera del presbítero Dámaso Antonio
Larrañaga (1781-1848) que en pleno apogeo de la revolución artiguista
llegó a estas tierras en su paso hacia Paysandú. El segundo una semblanza de J.
Sienra y Cabranza que nos pinta la sociedad mercedaria del mil ochocientos. La
última, una mirada crítica sobre la sociedad mercedaria, realizada nada menos
que por Florencio Sánchez, que por algún
tiempo vivió aquí. Nuestro principal dramaturgo en 1898, luego de
participar de la revolución saravista, dirigió en Mercedes el diario “El
Teléfono”. Tenía apenas 22 años, y en su
columna "Callejeos y divagaciones" realizaba una semblanza de la
ciudad y sus personajes.
Casas de
paja y de palo
Dámaso
Antonio Larrañaga escribía en su diario
en 1815, en viaje hacia Paysandú: «...a las dos y media llegamos a Mercedes,
que no se ve sino estando muy cerca, por estar este pueblo fundado sobre la
misma costa del Río Negro. Su situación es de las más bellas: tiene buenos
edificios de ladrillo y azoteas, pero esparcidos por haberse destruido todas
las casas de paja y de palo a pique que componían mucha parte de la población.
Nada ha quedado de los cercos con que se
conformaban las calles a cordel; todos han ido al fuego, no obstante que
el monte y la leña estaban próximos. Aún quedan algunas huertas con naranjos y
granados; es tierr
a muy fértil vegetal y con un poco de arena que tiene
mezclada la hace suelta y propia para hortalizas, que se conoce había en otro
tiempo».
En aquel
caserío devastado, cuatro años antes, José Gervasio Artigas leyó su proclama
instando: «Unión, caros compatriotas, y estad seguros de la victoria», bajo la
consigna «vencer o morir».
Señoritas
cultas
J. Sienra y Cabranza escribe unos ligeros apuntes que forman parte
de una serie de artículos que, con el título de «Divagaciones con motivo de un
viaje», publicó 1884 en
los Anales del Ateneo. Allí describe: «La prosperidad
de Mercedes no es una improvisación ni una sorpresa. Veinte y cinco o treinta
años hace que corre el anuncio de una segunda Montevideo en formación sobre la
margen del Río Negro. Está auxiliada con las mejores circunstancias de la
naturaleza, no obstante las depresiones del terreno en que se encuentra su
planta primitiva y el centro actual de la población. Los nuevos barrios crecen
avanzando sobre elevaciones del suelo que concluyen por desenvolverse en las
colinas de los alrededores, desde las cuales aprecian con una sola mirada la
importancia de la ciudad y su belleza, y la de los panoramas que la rodean, las
cuchillas pintorescas del Departamento de Río Negro, la faja de plata del mismo
río ondulado entre los bordes de frondoso bosque, y ofreciendo su ancho cauce a
las exigencias mercantiles, sirviendo al incremento y al desarrollo del
comercio alimentado por la rica y extensa campaña que se dilata hacia el sur,
hacia el oriente y el ocaso, con los terrenos más fértiles y mejor aprovechados
para la ganadería en la República.
Con sus
ocho o nueve mil habitantes, Mercedes es un centro de cultura notablemente
adelantado, que presenta establecimientos comparables con los de la calle del
25 de Mayo de Montevideo, estando su plaza principal diseñada y arreglada tal
vez más artísticamente que la de la Constitución, siendo curioso que su ornato,
incluso la pirámide (se refiere a pirámide de la libertad actualmente ubicada
en la Plaza Rivera) central que conmemora fechas clásicas, locales y
nacionales, se deba a la acción administrativa de aquel tosco y terrible
caudillo que se hizo célebre con sus revueltas de chuzas, y que tuvo el honor
de caer aturdida y desastrosamente en un loco combate contra el militarismo
prepotente (se refiere a Máximo Pérez). Queda así un recuerdo, monumentalmente
incorporado a la tierra que oprimió con su dominación, y que probablemente amó
con el ardor de su naturaleza indómita y agreste.
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En el «Club
Progreso» he encontrado señoritas preparadas para la más culta sociedad; y
caballeros adornados de tal galantería, que no puedo temer sus agravios en
casos de que llegue a su noticia mi imparcial disposición de colocar
exclusivamente a los pies del bello sexo el castillo de mis elogios. Tienen
fama por su belleza las mujeres de Mercedes, y no necesito decir que la
justifican en su conjunto las reuniones del «Club Progreso». He de agregar que
son notables sus dotes de educada urbanidad y de exquisita discreción».
Ciudad de mendigos
«Confesaré con toda franqueza que una de las
cosas, tal vez la única, que me impresionó desagradablemente a mi llegada a
Mercedes, fue la cantidad inmensa de mendigos que vi pululando por las calles.
Caramba que es feo eso de toparse a cada vuelta de la esquina, con un bulto
informe, montón de harapos tan sucios como las carnes que encubren, que sin
darle tiempo a reponerse de la náusea, le dispara un ¡me dá una limosnita, por
el amor de Dios! con voz la mayor parte de las veces mas aguardentosa que
dolorida: -o que se le presente a la vista, un muñón de miembro amputado, o las
asquerosidades de un cáncer, con la estudiada intención de aguijonear los
sentimientos humanitarios!
No
disculpamos nunca la mendicidad en esas condiciones. Nuestra sociedad, es
caritativa por excelencia y en este país nadie se ha muerto de hambre. Los que piden a nombre de
sus mutilaciones repelentes lo hacen por vicio, pues deben tener hermanos, o
padres o alguien que los mantenga si están inutilizados para el trabajo; o por
negocio, provechoso para esas mismas personas que lo explotan.
Hemos
conocido un caso que da la idea mas completa del grado de perversión moral a
que han alcanzado ciertas gentes. El de un sujeto que alquilaba su hijo ciego
por veinte pesos mensuales, a un vecino que lo sacaba a pedir limosna
realizando un negocio de pingües utilidades. Como ese caso hay muchos, aunque
más abundan aquellos en que se comercia sin intervención de tercero, por cuenta
propia.
Mercedes,
se hace insoportable los sábados, mostrando sus miserias y podredumbres, en la
forma repugnante de los cientos de pordioseros, que se encuentran en los
zaguanes, en los cafés, en los almacenes y donde quiera que vaya uno. Cada casa
precisa en esos días un sirviente para atender, pues el desfile es
interminable. Pasan ciegos, entonando la eterna cantinela ¡una limosnita para
este pobre ciego! mancos, rengos, paralíticos, ancianas encorvadas, bajo el
peso de la bolsa llena de pan duro, velas, trapos viejos; mujeres jóvenes, con
dos o tres criaturas descarnadas, amarillas, ojerosas, mostrando en sus
semblantes las huellas repulsivas heredadas de los vicios de la madre;
muchachitas de ocho o diez años, deslavadas e hipócritas, que han aprendido a
poner cara de sufrimiento y cuentan toda una historia conmovedora de las
desgracias de su familia con la misma facilidad con que le roban el felpudo del
zaguán o le lanzan una frase procaz que hará ruborizar al menos pulcro,
revelando sus depravadas precocidades, paisanos fornidos, con robusteces que
claman por una pala o un azadón, disimulan la mendicidad, ofreciendo por unos
cuantos reales, las guascas que han trenzado en una semana o dos de
haraganería, mientras chupaban mate sentados en la puerta del rancho, al calor
del solcito y al lado de la china mas indolente todavía que él, los atorrantes
que no lo son mas que los otros, aunque aquellos no lleven el calificativo; los
borrachos de profesión que piden un vintén para la copa... Nuestras llagas
sociales, palpitando! Envilecimiento y perversión moral más que verdadero
pauperismo!
Tengo
entendido que el Jefe Político Sr. Cuñarro se ha preocupado del asunto,
ordenando que se le apliquen estrictamente los artículos de la guía policial
referentes a la mendicidad. Aplaudiré sin reservas, toda medida que tienda a
concluir con esos espectáculos bochornosos, indignos de la cultura social de
Mercedes».
Maqueta de Mercedes realizada en base al primer plano de la ciudad. |
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