La tragedia de Horacio Quiroga
El maleficio de barranca Yaco
Aldo Roque Difilippo
Un hombre barbado y huesudo camina por las calles de
Buenos Aires, sabe que padece de cáncer gástrico, y que su enfermedad es
terminal. Antes de volver a su cuarto en el Hospital de Clínicas compra una
dosis de cianuro. En la madrugada del 19 de febrero de 1937 lo encuentran muerto.
No se trata de una tragedia más en la capital porteña, sino de Horacio Quiroga,
el gran escritor nacido en Salto, hoy venerado por lectores, escritores, biógrafos
e intelectuales, figura preponderante en
las letras rioplatenses y americanas, que moría en la más
inaudita soledad, y con su economía en ruinas.
"Todo lo demás es pura conversación. Si; un Parador
en Salto Grande, nada menos que un Parador, perpetúa el nombre de Horacio
Quiroga.
Y -oh, sarcasmo- el escritor muere con la cuenta del almacén
cerrada. (...) Era un escritor. Eso que, a pesar de tantas alharacas, sigue
siendo una nada en el país en que estas líneas escribo. En Salto, Rodó tiene un
obelisco. 'El obelisco a Rodó'. La gente
paisana cree que allí deber de haber rodado alguien, porque antes ese lugar fue
la plaza de las carretas. Si se intentase levantar un panteón para nuestros
ilustres muertos de las letras, no alcanzarían los derechos de autor de muchos
de ellos para pagar la lápida de mármol", expresa Enrique Amorim.
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El destino trágico de los Quiroga parece unido
inevitablemente a sus existencias. Quizá ese maleficio comience en febrero de 1835,
en Barranca Yaco, cuando fue asesinado el caudillo riojano Facundo Quiroga. El
padre de Horacio Quiroga, se enorgullecía de su linaje entroncado
colateralmente con el "Tigre de los llanos".
Horacio Silvestre Quiroga Forteza nace en Salto, el 31 de
diciembre de 1878. Cuarto hijo del matrimonio entre Prudencio Quiroga (vicecónsul argentino en Salto) y
Juana Petrona Forteza, a quien familiares y amigos llamaban Pastora. Cuando solo
tenía dos meses y medio de vida (14/3/1879) se padre muere al disparársele accidentalmente la
escopeta de caza que llevaba en la mano, aunque el crítico Emir Rodríguez Monegal -sin dar mucho crédito a la hipótesis-
maneja la posibilidad que se hubiera suicidado. En 1891, su madre contrae
matrimonio con Ascensio Barcos. En 1896, su padrastro, semi-paral¡tico por una
hemorragia cerebral, elige la muerte de un balazo de escopeta. En 1901, ya en
Montevideo y convertido en uno de los puntales del Consistorio del Gay Saber,
publica "Los Arrecifes de coral", un libro de poemas, que según
afirma Alberto Zum Felde "fue el primer libro de versos simbolistas que
apareció en el Uruguay, y el segundo en el Plata, si tenemos en cuenta que solo
le es anterior 'Prosas Profanas' de (Rubén) Darío, aparecido en Buenos Aires en
el 97". En este año mueren también
dos de sus hermanos: Pastora y Prudencio.
Un nuevo y desgraciado hecho marcar la vida de Horacio Quiroga. Su amigo Federico Ferrando
(poeta salteño integrante del Consistorio del Gay Saber) se aprestaba a batirse
a duelo con el poeta Guzmán Papini. Quiroga examina el arma de Ferrando, y
sorpresivamente se le escapa un disparo que hiere de muerte a su amigo, y junto a él moriría
también el Consistorio del Gay Saber.
"Horacio Quiroga [...] tuvo que ser retenido a la
fuerza porque se quería eliminar tirándose a un aljibe que existía en la
vivienda", recuerda Anastacia Albín, testigo presencial del hecho. Fue
detenido por algunos días, pero su abogado Manuel Herrera y Reissig (hermano del poeta) logra demostrar su inocencia.
Por esos años comenzaban a rodar las versiones del maleficio de Quiroga.
"¿Qué me dice de Quiroga y su sombra sangrienta?",
comentó con malicia Julio Herrera y Reissig en una carta.
En 1915, su primer esposa, Ana María Cirés, se suicida ingiriendo
una fuerte dosis de sublimado. "Los ocho días que duró el proceso de
intoxicación fueron pavorosos". Escriben Alberto Delgado y José M. Brignole, amigos y biógrafos del escritor.
"Pasado el estupor inicial, cayó Quiroga en un confuso estado de espíritu,
a un tiempo colérico contra su esposa, hasta no querer verla más, y anheloso de
que se revolviera el cielo y la tierra
para salvarla".
Tras la muerte del escritor en 1937, la secuela maldita no
terminó. En 1939, Eglé, su hija, se suicida.
Años después su hijo Darío, también se suicida. Alfonsina Storni, amiga de Quiroga y con quien se dice mantuvo un romance, se arroja al mar en 1938. Leopoldo Lugones, su guía y maestro, también se suicida ese año. Su novia salteña María Ester Jurkowski, también pone fin a su vida.
Años después su hijo Darío, también se suicida. Alfonsina Storni, amiga de Quiroga y con quien se dice mantuvo un romance, se arroja al mar en 1938. Leopoldo Lugones, su guía y maestro, también se suicida ese año. Su novia salteña María Ester Jurkowski, también pone fin a su vida.
En 1988, María Ester,
a quien llamaban Pitoca, hija del
segundo matrimonio del escritor, se suicida. "El destino no es ciego
-reflexiona el escritor-. Sus
resoluciones obedecen a una armonía
inaccesible para nosotros, a una felicidad superior oculta en las
sombras..."
Travesuras de niño mimado
El cuerpo de Horacio Quiroga fue cremado y depositado en una urna para su
traslado definitivo a Salto.
"Escribió cuentos que perdurarán. Creó un modo, una técnica.
Era un maestro. Más todas estas posturas que señaló como la doctoral del Decálogo
eran posturas de Quiroga que no tienen mucha raigambre. Y menos aún la tiene su
trágica trayectoria, que se hizo famosa.
Tan famosa, que aún
reducido a cenizas, cuando ya venía a su ciudad natal -comenta su amigo Enrique
Amorim-, esa trayectoria era motivo de
exaltación y disparate. Voy a contar un hecho nimio: El furgón que portaba la
urna iba a la cabeza del grupo de automóviles, desde Colonia a Montevideo.
Porque el chofer tomó una calle menos frecuentada por vehículos para llegar al
Parque Rodó, se suscitaron varios comentarios.
Desde luego que se tejía la aureola misteriosa del
escritor.
(...) Mi intención es terminar con ellas y explicar las
cosas con claridad quirogiana, porque su
memoria se lo merece.
Estábamos en el Parque Urbano, donde íbamos a velar los
restos de Quiroga, y la urna no aparecía. Nuestro automóvil aceleró la marcha
para alcanzarla, y este apresuramiento sobrepasó la velocidad del furgón.
Llegamos mucho antes que éste. A su vez, el que conducía la urna bajó la
velocidad para no desconectarse de nosotros. El total desencuentro tuvo como corolario
un nuevo motivo para tejer la madeja de misterios y de equivocaciones sobre
Quiroga. Para colmo, ya en el motocar, a pocos quilómetros de Montevideo, se
cruza en las vías un caballo, y el
motocar debe frenar de golpe. Gran sorpresa de todos por el fragor de unos cristales hechos añicos.
La urna de Erzia había sido inclinada hacia adelante con la brusca frenada, y la nariz del Quiroga de Erzia rompió
los cristales de la ventanilla delantera. En el motocar cundió el pánico. Si digo
que al copiar las cartas de Quiroga para regalárselas a Emir Rodríguez Monegal -su crítico especialista- se me cayó
la máquina de escribir de sobre la mesa a un piso de piedra, se tendrá una idea cabal de ese maleficio estúpido
con el que algunos quisimos rodear al Quiroga, quizás para confundir a los
tontos o por espíritu malsano. Quiroga parecía continuar después de muerto haciéndonos
travesuras de niño mimado. (...)
El cementerio de
Salto -excepcional acontecimiento- recibió las cenizas en la alta noche, en una
jornada de la semana de Carnaval. Creo
que nunca se ha dado sepultura en la noche a personaje alguno.
¿Un cuento de Quiroga? ¿Designio? No es bueno especular
con estos temas. No resulta de la mejor literatura. Es, acaso, mero
entretenimiento de la burguesía, que se divierte con los artistas o que quiere
eludir lo fundamental".
Sordo y firme en su trabajo
Enrique Amorim
recuerda su estadía en casa de Quiroga
en Buenos Aires. "La pobreza, que llevaba Quiroga con una dignidad
muy grande, mantenía encendidas en él la soberbia y la altanería del
anarco-sindicalista".
"Trabaja
tenazmente porque ha nacido para ello, mal vestidos él y su mujer, mal comidos
sus hijos, confiando al futuro el bienestar que casi siempre la obra lenta y
fatigosa de los años suele conceder. No hay ironía que este hombre no haya soportado en su vida, por el género de su
actividad mental; no hay denuesto que no haya sufrido, por su incapacidad para
proporcionar a su esposa el desahogo que el almacenero o el tendero de su
cuadra consiguen sin tantos aspavientos. El escritor, sordo y firme en su
trabajo, prosigue luchando con la pobreza".
"Yo comencé a escribir en 1901. En ese año La Alborada de Montevideo me
pagó tres pesos por una colaboración. Desde ese instante, pues, he pretendido
ganarme la vida escribiendo. Al año siguiente y ya en Buenos Aires, El
Gladiador me retribuía con quince pesos un trabajo, para alcanzar con Caras y
Caretas, en 1906, a
veinte pesos. (...) Durante los veintiséis años que corren desde 1901 hasta la
fecha yo he ganado con mi profesión doce mil cuatrocientos pesos. Esa cantidad
en tal plazo de tiempo corresponde a un pago o sueldo de treinta y nueve pesos
y cinco centavos por mes (...) Vale decir que si yo -escritor dotado de ciertas
condiciones y de quien es presumible creer que ha nacido para escribir, por
constituir el arte literario su notoria actividad mental- debiera haberme
ganado la vida exclusivamente con aquella, habría muerto a los siete días de
iniciarme en mi vocación, con las entrañas roídas. El arte es, pues, un don del
cielo; pero su profesión no lo es".
Esta visión crítica,
inconformista, huraña, caracterizó
la impresionante creación literaria de Horacio Quirga. La relación de Quiroga
con el dinero no fue un hecho menor, desde esos inicios como escritor, hasta su
vida en Misiones donde explotar
cultivos de yerba mate, la venta de naranjas, la producción de zumos, la
destilación de aceites esenciales, la fabricación de vino de naranja, o la
destilación de leña al comienzo de la Gran Guerra (1914-1918) ante la merma de las
importaciones de carbón inglés y la escasez de acetato y metileno. Estas, entre
otras aventuras comerciales sucumben casi irremediablemente, siendo numerosas
las tentativas
empresariales impulsadas por Quiroga: fabricación de dulce
de yateí, macetas putrescibles, aparatos para matar hormigas, tintura de
lapacho, etc; destinadas a un final catastrófico.
Carlos Giambiaggi recordaba a comienzos de la década del
40: "Una vez Horacio Quiroga me propuso un gran negocio: la fabricación de
macetas putrescibles para trasplante de la yerba. Era la época del furor de las
plantaciones y tales macetas iban a servir para que la plantita de vivero
desarrollada en ella no sufriera en el trasplante al lugar definitivo",
fabricaron muchas de estas macetas pero la venta no alcanzó para cubrir los
gastos.
De amor, de locura y de muerte
En 1917 Quiroga publica "Cuentos de amor, de locura y
de muerte", volumen que contiene
relatos fundamentales para sintetizar su creación. Como lo apunta el crítico
Rubén Cotelo. Allí Quiroga "usurpa esas visiones, abusa de sus temas y con
ellos extorsiona sádicamente -lo espeluznante, lo espantoso- a sus lectores: excesos
sexuales, zoofilia, locura, crimen, abulia, necrofilia, vampirismo".
En este libro, el primero "realmente logrado"
como manifiesta Arturo S. Visca Horacio
Quiroga compila relatos tales como "La gallina degollada", "El
almohadón de plumas", "A la deriva", y "La menigitis y su
sombra", entre otros. Revelando al cuentista nato y la concentrada
tensión impuesta a la trama, que mantiene en vilo al lector desde la primera a
la última palabra. "En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen
casi la importancia de las tres últimas",
expresa Quiroga en su "Decálogo
del perfecto cuentista".
Este escritor que pedía "no abuses del lector. Un
cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta,
aunque no lo sea", es reeditado
periódicamente, estudiado y admirado
como pocos, y su casa en Misiones ha perdido su condición huraña, convirtiéndose
en objeto de culto por un sinnúmero de turistas que la visitan.
Las ratas leían a Homero, Dante y Virgilio
Quiroga emprenderá
un largo peregrinaje que lo llevará a Buenos Aires. A los veinte años ya
había realizado un ansiado viaje a París "cuando París era todavía una
palabra mágica" acota Zum Felde "y todo allí le pareció falsificación intelectual".
En 1903 Leopoldo Lugones lo invita a ingresar como fotógrafo
en una expedición de estudio a las ruinas jesuíticas, y de Montmarte a la selva
tropical hay un distanciamiento en edades. La desilusión parisina fue sustituida
por la fascinación de aquel paisaje desolador donde todavía era posible la
aventura. Colabora con la revista porteña "Caras y Caretas" y las exigencias de ésta (escribir cuentos que no
sobrepasen una página) ayuda a que su relato se vuelva conciso y se cargue de una
tensión magistral, naciendo así sus
"Cuentos de monte".
"Con
frecuencia (decía Enrique Espinoza, periodista de Caras y Caretas -2/10/1912-
en una entrevista que le realizara en Misiones)
esas salidas resultan verdaderas excursiones con un programa en moto, río
y subidas al Teyucuaré, erizado de cantiles hasta la altura de ochenta metros
(...) De noche, cuando el huésped ha de dormirse rendido, después de una cena bajo
los naranjos y a la luz de la luna que se asoma entre los bambúes, descubre que
por las vigas del techo las ratas bajan a leer a Homero, Dante y Virgilio en
los anaqueles de una abandonada biblioteca... Entonces confirma que el dueño de
casa es un artista, un gran artista, que se le debe todo a su sensibilidad y a
su experiencia".
Reelaborar la realidad
"La propia fisonomía del autor es ya, en cierto modo,
un signo de su carácter literario"
expresa Zum Felde. Desgarbado, de rostro magro y barbado, no muy querido por sus vecinos de Vicente López,
pues alborotaba al barrio con su estrepitosa motocicleta y su Ford T. A eso se
le agregaba el pequeño zoológico que mantenía en los fondos de la casa, y para
colmo de males aquel ogro barbudo era
escritor. Algo no muy bien visto por sus vecinos, casi todos bancarios o
funcionarios públicos. En cambio para las nuevas generaciones se había
convertido en una leyenda viva, un ser kiplingesco.
"También como Kipling, creo que el hombre de acción
ocupa en mi ser un lugar importante como escritor. En Kipling la acción fue la política y turística. En mí,
de pioneer agrícola". (Carta de
Quiroga a Julio Payró, San Ignacio, 4/IV/1936).
"Un cuento de Quiroga se reconocer¡a aún cuando no
llevara su firma", expresa Zum Felde
en el Estudio Preliminar de "Mas Allá", para culminar
afirmando en forma categórica: "Si, por adversidad histórica, esta América
del Sur no viviera tan al margen de la
atención europea, un cuentista como Quiroga sería famoso; y sus ediciones,
traducidas a otros idiomas, se sucederían por millares. Pero esta América es aún
un arrabal del mundo; y la gloria de sus personalidades está tristemente
limitada por el desconocimiento. No agravemos el aislamiento de fuera con la
apatía de dentro: rindámosle nuestro
pleno homenaje".
Horacio Quiroga no es solo el referente obligado de los críticos
a la hora de hacer un balance de nuestra literatura, sino también una visión lúcida
de los sentimientos humanos. Autor de las obras los cuentos más importantes de
nuestra literatura, por su visión descarnada y cruda de la realidad, como de
las obras más tiernas, despertando sentimientos de solidaridad en sus cuentos
para niños como "El loro pelado" o "La tortuga gigante".
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FUENTES CONSULTADAS:
- "El Quiroga que yo conocí", Enrique Amorim, 1983.
- "Horacio Quiroga: Vida y Obra", Rubén Cotelo,
"Capítulo Oriental, historia de la literatura uruguaya".
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