RAFAEL ALBERTI, POETA
COMPROMETIDO CON LA LIBERTAD
Rafael
Alberti Merello nació en Puerto de Santa María el 16 de diciembre de 1902 y
murió el 28 de octubre de 1999. Sus padres pertenecían a familias de origen
italiano asentadas en la región y dedicadas al negocio vinícola. Las frecuentes
ausencias del padre por razones de trabajo le permitieron crecer libre de toda
tutela, correteando por las dunas y las salinas a orillas del mar en compañía
de su fiel perra Centella. Una infancia despreocupada, abierta al sol y a la
luz, que se ensombrecerá cuando tenga que ingresar en el colegio San Luis
Gonzaga de El Puerto, dirigido por los jesuitas de una forma estrictamente
tradicional.
Alberti se asfixiaba en las aulas de aquel establecimiento
donde la enseñanza no era algo vivo y estimulante sino un conjunto de rígidas y
monótonas normas a las que había que someterse. Se interesaba por la historia y
el dibujo, pero parecía totalmente negado para las demás materias y era incapaz
de soportar la disciplina del centro. A las faltas de asistencia siguieron las
reprimendas por parte de los profesores y de su propia familia. Quien muchos
años después recibiría el Premio Cervantes de Literatura no acabó el cuarto año
de bachillerato y en 1916 fue expulsado por mala conducta.
En 1917 la familia Alberti se trasladó a Madrid, donde el
padre veía la posibilidad de acrecentar sus negocios. Rafael había decidido
seguir su vocación de pintor, y el descubrimiento del Museo del Prado fue para
él decisivo. Los dibujos que hace en esta época el adolescente Alberti
demuestran ya su talento para captar la estética del vanguardismo más avanzado,
hasta el punto de que no tardará en conseguir que algunas de sus obras sean
expuestas, primero en el Salón de Otoño y luego en el Ateneo de Madrid.
No obstante, cuando la carrera del nuevo artista empieza
a despuntar, un acontecimiento triste le abrirá las puertas de otra forma de
creación. Una noche de 1920, ante el cadáver de su padre, Alberti escribió sus
primeros versos. El poeta había despertado y ya nada detendría el torrente de
su voz. Una afección pulmonar le llevó a guardar obligado reposo en un pequeño
hotel de la sierra de Guadarrama. Allí, entre los pinos y los límpidos montes,
comenzará a trabajar en lo que luego será su primer libro, Marinero en
tierra, muy influido por los cancioneros musicales españoles de los siglos
XV y XVI. Comprende entonces que los versos le llenan más que la pintura, y en
adelante ya nunca volverá a dudar sobre su auténtica vocación.
Al descubrimiento de la poesía sigue el encuentro con los
poetas. De regreso a Madrid se rodeará de sus nuevos amigos de la Residencia de
Estudiantes. Conoce a Federico García Lorca, Pedro Salinas, Jorge Guillén,
Vicente Aleixandre, Gerardo Diego y otros jóvenes autores que van a constituir
el más brillante grupo poético del siglo. Cuando en 1925 su Marinero en
tierra reciba el Premio Nacional de Literatura, el que algunos
conocidos llamaban "delgado pintorcillo medio tuberculoso que distrae sus
horas haciendo versos" se convierte en una figura descollante de la
lírica.
De aquel grupo de poetas hechizados por el surrealismo,
que escribían entre risas juveniles versos intencionadamente disparatados o
sublimes, surgió en 1927 la idea de rendir homenaje, con ocasión del
tricentenario de su muerte, al maestro del barroco español Luis de Góngora,
olvidado por la cultura oficial. Con el entusiasmo que les caracterizaba
organizaron un sinfín de actos que culminaron en el Ateneo de Sevilla, donde
Salinas, Lorca y el propio Alberti, entre otros, recitaron sus poemas en honor
del insigne cordobés. Aquella hermosa iniciativa reforzó sus lazos de amistad y
supuso la definitiva consolidación de la llamada Generación del 27,
protagonista de la segunda edad de oro de la poesía española.
En los años siguientes Rafael Alberti atraviesa una
profunda crisis existencial. A su precaria salud se unirá la falta de recursos
económicos y la pérdida de la fe. La evolución de este conflicto interior puede
rastrearse en sus libros, desde los versos futuristas e innovadores de Cal
y canto hasta las insondables tinieblas de Sobre los ángeles.
El poeta muestra de pronto su rostro más pesimista y asegura encontrarse
"sin luz para siempre". Su alegría desbordante y su ilusionada visión
del mundo quedan atrás, dejando paso a un espíritu torturado y doliente que se
interroga sobre su misión y su lugar en el mundo. Se trata de una prueba de
fuego de la que renacerá con más fuerza, provisto de nuevas convicciones y
nuevos ideales.
En adelante, la pluma de Alberti se propondrá sacudir la
conciencia dormida de un país que está a punto de vivir uno de los episodios
más sangrientos de su historia: la Guerra Civil. Ha llegado el momento del
compromiso político, que el poeta asume sin reservas, con toda la vehemencia de
que es capaz. Participa activamente en las revueltas estudiantiles, apoya el
advenimiento de la República y se afilia al Partido Comunista, lo que le
acarreará graves enemistades. Para Alberti, la poesía se ha convertido en una
forma de cambiar el mundo, en un arma necesaria para el combate.
En 1930 conocerá a María Teresa León, la mujer que más
honda huella dejó en él y con la que compartió los momentos más importantes de
su vida. Dotada de claridad política y talento literario, esta infatigable luchadora
por la igualdad femenina dispersó con su fuerza y su valentía todas las dudas
del poeta. Con ella fundó la revista revolucionaria Octubre y
viajó por primera vez a la Unión Soviética para asistir a una reunión de
escritores antifascistas.
El dramático estallido de la Guerra Civil en 1936 reforzó
si cabe su compromiso con el pueblo. Enfundado en el mono azul de los
milicianos, colaboró en salvar de los bombardeos los cuadros del Museo del
Prado, acogió a intelectuales de todo el mundo que se unían a la luch
a en favor
de la República y llamó a la resistencia en el Madrid asediado, recitando
versos urgentes que desde la capital del país llegaron a los campos de batalla
más lejanos.
Al terminar la contienda, como tantos españoles que se
veían abocados a un incierto destino, Rafael Alberti y María Teresa León
abandonaron su patria y se trasladaron a París. Allí residieron hasta que el
gobierno de Pétain, que les consideraba peligrosos militantes comunistas, les
retiró el permiso de trabajo. Ante la amenaza de las tropas alemanas, en 1940
decidieron cruzar el Atlántico rumbo a Chile, acompañados por su amigo Pablo
Neruda.
El exilio de Rafael Alberti fue largo. No regresó a
España hasta 1977, después de haber vivido en Buenos Aires y Roma. Esperó a que
el general Franco estuviese muerto para reencontrarse con algunos viejos amigos
y descubrir que en su tierra no sólo le recordaban, sino que las nuevas
generaciones leían ávidamente su poesía. Su corazón no albergaba rencor:
"Me fui con el puño cerrado y vuelvo con la mano abierta". El mismo
año de su llegada el Congreso de los Diputados le abrió sus puertas, tras haber
sido elegido por las listas del Partido Comunista, pero no tardó en renunciar
al escaño porque ante todo quería estar en contacto con el pueblo al que había
cantado tantas veces.
Perplejo y regocijado, asistió a recitales, conferencias
y homenajes multitudinarios en los que se ensalzaba su figura de poeta
comprometido con la causa de la libertad. Fue distinguido con todos los premios
literarios que un escritor vivo puede recibir en España, pero renunció al
Príncipe de Asturias por sus convicciones republicanas. En la madrugada del 28
de octubre de 1999 murió plácidamente en su casa de El Puerto de Santa María,
junto a las playas de su infancia, y en aquel mar que le pertenecía fueron
esparcidas sus cenizas de marinero que hubo de vivir anclado en la tierra.
La poesía de Rafael Alberti
Sus primeras poesías quedaron recogidas bajo el título
de Marinero en tierra, libro que obtuvo el Premio Nacional de
Literatura (1924-25), otorgado por un jurado que integraban Antonio Machado,
Menéndez Pidal y Gabriel Miró. A Marinero en tierra siguieron La
Amante (1925) y El alba de alhelí (1925-26). En estos
sus primeros libros, Rafael Alberti se revela como un virtuoso de la forma con
influjos de Gil Vicente, los anónimos del Cancionero y Romancero españoles,
Garcilaso, Góngora, Lope, Bécquer, Baudelaire, Juan Ramón Jiménez y Antonio
Machado. La suya es una poesía "popular" -como explicó Juan Ramón
Jiménez-, "pero sin acarreo fácil; personalísima; de tradición española,
pero sin retorno innecesario; nueva; fresca y acabada a la vez; rendida, ágil,
graciosa, parpadeante: andalucísima".
La etapa neogongorista y humorista de Cal y canto
(1926-1927) marca la transición de este autor a la fase surrealista
de Sobre los ángeles (1927-1928). Ésta última supone en su
obra la irrupción violenta del verso libre y de un lenguaje simbólico y
onírico, rotas ya las ataduras con la tradición anterior. Los ángeles aparecen
como representaciones de las fuerzas del espíritu, íntimamente relacionadas con
los ángeles del Antiguo Testamento.
A partir de entonces su obra deriva al tono político al
afiliarse nuestro poeta al partido comunista. Esta actitud le lleva a
considerar su obra anterior como un cielo cerrado y una contribución
irremediable a la poesía burguesa. "Antes -escribió Alberti- mi poesía
estaba al servicio de mí mismo y unos pocos. Hoy no. Lo que me impulsa a ello
es la misma razón que mueve a los obreros y a los campesinos: o sea una razón
revolucionaria."
La poesía de Alberti cobra así cada vez más un tono
irónico y desgarrado con frecuentes caídas en el prosaísmo y el mal gusto. Así
los poemas burlescos Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos
tontos (1929), Sermones y moradas (1929-1930) y la
elegía cívica Con los zapatos puestos tengo que morir (1930). A
partir de 1931 abordó el teatro, estrenandoEl hombre deshabitado y El
adefesio. Recorrió luego con su esposa María Teresa León varios países de
Europa, pensionado por la Junta de Ampliación de Estudios, para estudiar las
nuevas tendencias del teatro. En 1933 escribió Consignas y Un
fantasma recorre Europa, y en 1935, 13 bandas y 48 estrellas.
Tras la guerra civil, ya en el exilio, publicó en Buenos
Aires A la pintura: Poema del color y la línea (1945) y un
volumen que abarca la casi totalidad de su obra lírica, Poesía. La
última voz de Alberti de esa época (reincidente en el primer tono neopopular)
aparece henchida de nostalgia por la patria, como se aprecia especialmente
en Retornos de lo vivo lejano (1952). Otros títulos de esta etapa
son Baladas y canciones del Paraná (1953), Abierto a
todas horas (1964), Roma, peligro para caminantes (1968), Los
ocho nombres de Picasso (1970) y Canciones del alto valle del
Aniene (1972).
Después de su regreso a España en 1977, su producción
poética continuó con la misma intensidad, prolongándose sin fisuras hasta muy
avanzada edad. De entre los muy numerosos libros publicados cabe
mencionar Fustigada luz (1980), Lo que canté y dije de
Picasso (1981), Versos sueltos de cada día (1982),Golfo
de sombras (1986), Accidente. Poemas del hospital (1987)
y Canciones de Altair (1988). En los años ochenta publicó una
continuación a su autobiografía, iniciada en 1942, La arboleda perdida.
Memorias.
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