LA POESÍA
DE BLAS
DE OTERO,
Y SU DESOLACIÓN EXISTENCIAL
Blas de Otero nació en Bilbao el 21 de marzo de 1916 y murió en Madrid el 30 de junio de 1979.
Su obra poética parte de la angustia metafísica para desembocar en lo social y
testimonial, es una de las más importantes de la lírica de posguerra, y un
ejemplo del llamado "exilio interior" que caracterizó a buena parte
de la resistencia contra el franquismo ejercida desde la propia España.
Educado con los jesuitas, estudió Derecho en Valladolid y
Filosofía y Letras en Madrid. En 1951, a raíz de un viaje a París, ingresó en
el Partido Comunista. Vivió largos períodos en Francia y en Cuba.
Sus primeros poemarios pusieron de manifiesto sus
inquietudes religiosas. En Cántico
espiritual (1942), la influencia de los místicos españoles se
expresó a través de una fe inquebrantable, pero ya en Ángel fieramente humano (1950)
predominó el conflicto metafísico, con exasperados diálogos con Dios en los que
se alternan la súplica dolorida y un sombrío nihilismo.
A partir de Redoble
de conciencia (1951) el grito de angustia individual se proyectó en
lo universal, y reflejó el horror provocado por los conflictos bélicos
acaecidos en España y Europa. Posteriormente apareció Ancia (1958), título formado con la
primera y la última sílabas, respectivamente, de los dos volúmenes anteriores,
donde se incluyeron bastantes poemas inéditos.
Ancia es quizá la mejor parte de su obra: poesía bronca y
"desarraigada" (en calificación de su prologuista Dámaso Alonso), de
imprecación religiosa y de intensa desolación existencial; expresión asimismo
de una poderosa energía verbal, con predominio de formas clásicas (en especial
el soneto), agresiva imaginería y juegos conceptistas, coexistencia de niveles
léxicos dispares (culto, coloquial), hábil recurso a la armonía imitativa,
empleo del collage. Esta
lengua poética singularizará siempre su poesía, a pesar de los cambios.
Pero fue Pido
la paz y la palabra (1955) el libro que señaló más claramente un
cambio de rumbo en su lírica, que a partir de ese momento puso en segundo plano
su escepticismo existencial para proclamar una nueva fe en la solidaridad
humana y afirmar la necesidad de la esperanza salvadora. La tarea primordial
fue "demostrar hermandad con la tragedia viva", lo que consiguió a
través de un credo poético combativo y comprometido.
En castellano (1960) fue una prolongación de esta preocupación
social, mientras que, frente a la "inmensa minoría" que J. R. Jiménez
declaró como destinataria de sus versos, de Otero se dirigió a la totalidad de
las gentes con libros como Con la
inmensa mayoría (1961) y Hacia la inmensa mayoría (1962), compendio de su producción
anterior. La voz áspera y agitada del autor, que recordaba frecuentemente el
tono crispado de Miguel de Unamuno, continuó pronunciándose en Esto no es un libro (1963), Que trata de España (1964),Mientras (1970) y Poesía con nombres (1977).
Abordó también la prosa autobiográfica en Historias fingidas y verdaderas (1970).
HOMBRE
Luchando, cuerpo a cuerpo, con la muerte,
al borde del abismo, estoy clamando
a Dios. Y su silencio, retumbando,
ahoga mi voz en el vacío inerte.
Oh Dios. Si he de morir, quiero tenerte
despierto. Y, noche a noche, no sé cuándo
oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando
solo. Arañando sombras para verte.
Alzo la mano, y tú me la cercenas.
Abro los ojos: me los sajas vivos.
Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas.
Esto es ser hombre: horror a manos llenas.
Ser —y no ser— eternos, fugitivos.
¡Ángel con grandes alas de cadenas!
«LA TIERRA»
Un mundo como un árbol desgajado.
Una generación desarraigada.
Unos hombres sin más destino que
apuntalar las ruinas.
Romper el mar
en el mar, como un himen inmenso,
mecen los árboles el silencio verde,
las estrellas crepitan, yo las oigo.
Sólo el hombre está solo. Es que se sabe
vivo y mortal. Es que se siente huir
—ese río del tiempo hacia la muerte—.
Es que quiere quedar. Seguir siguiendo,
subir, a contramuerte, hasta lo eterno.
Le da miedo mirar. Cierra los ojos
para dormir el sueño de los vivos.
Pero la muerte, desde dentro, ve.
Pero la muerte, desde dentro, vela.
Pero la muerte, desde dentro, mata.
...El mar —la mar—, como un himen inmenso,
los árboles moviendo el verde aire,
la nieve en llamas de la luz en vilo...
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