“Del escritor Oscar Barros tengo un último
recuerdo, terrible,
poco antes de que lo secuestrara un grupo de tareas”
Entrevista realizada
por Rolando Revagliatti
Raquel Jaduszliwer nació el 19 de mayo de
1946 en la ciudad de San Fernando, provincia de Buenos Aires, la Argentina, y
reside en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Es Licenciada en Psicología por
la Universidad de Buenos Aires. Forma parte del equipo de la revista-e de cultura
“Refugios”. Obtuvo Mención Única en el Premio Hydra de Ciencia Ficción y
Fantasía por su novela inédita “En el
palacio de aguas corrientes” (La Habana, Cuba, 2013). El volumen 20 de la
Colección Poetas Argentinas de la Biblioteca de las Grandes Naciones, está
conformado por su “Selección de poemas”
(digital, México, 2015). En soporte papel integra la “Antología del cuento fantástico argentino contemporáneo”
(Ediciones La Página y el diario “Página 12”, Buenos Aires, 2005), así como la
antología “En los ojos de todos” (2º
Premio en Poesía en el 5º Concurso Literario “Paco Urondo”, Villa María,
Córdoba, 2015) y la “Antología de
homenaje a Juan L. Ortiz” (Ediciones Bruma, Mendoza, 2015). Poemarios
publicados: “Los panes y los peces”
(Primer Premio de Poesía Editorial de los Cuatro Vientos, 2012), “La noche con su lámpara” (Primer Premio
de Poesía Fundación Victoria Ocampo, 2014), “Persistencia
de lo imposible” (Premio Edición de Poesía Ediciones Ruinas Circulares,
2015).
1 — ¿Cómo trasmitir algo acerca de vos
misma por esta vía…?
RJ — Encarar esta propuesta me obliga a aceptar
desde el vamos que no podría hacerlo a mano alzada, menos aún de un solo trazo,
pero cómo me gustaría que así fuera. Eso me ocurre en general en relación a la escritura:
cómo soslayar la diacronía, como lograr la inmediatez, la flecha al blanco,
cómo lograr con el puente de palabras un efecto de simultaneidad entre el estado que llevó a la emisión
del poema y a su recepción. Bueno, pero aquí estamos lidiando con las
palabras, ahora se trata de mi pequeña historia, y todo se presenta de a
fragmentos, con vacilaciones, rupturas, quiebres y rodeos, así como lo pide la
memoria y así como el lenguaje lo posibilita.
Seguramente operó desde mis padres la
voluntad de que así fuera: nido y fortaleza. Los dos habían venido de Polonia
antes de la guerra. Mi mamá, de nena, con toda su familia. Mi padre unos pocos años más tarde, en
el treinta, justo al filo de la hecatombe del nazismo, con veinte años
cumplidos. Se vino solo, harto del antisemitismo, ya habiendo iniciado su
militancia en la izquierda y con el anhelo de cambiar el mundo donde quiera que
fuera. Mis padres se conocieron en su pueblito, en su aldea, el “shtetl”, aquí
se reencontraron y se eligieron.
Muchas veces, haciendo el cálculo en
años, pienso que para cuando yo nací mis padres estarían enterándose de cómo
fueron realmente las cosas en Europa, qué pasó con los judíos como ellos, como nosotros, que quedaron
en el continente. Toda la familia de mi papá, todos sus vecinos, la aldea entera,
a todos los mataron, salvo uno que otro que sobrevivió al exterminio. En el
caso de mis abuelos y mis tíos, habían tomado la decisión de escaparse por los
bosques y unirse a los partisanos, pero fueron interceptados y muertos,
seguramente bajo la misma fronda que inspiró a toda la corriente del romanticismo
en una Europa previa. Soy consciente de las marcas de época que signaron mi
nacimiento y el de mi hermano y el de mis queridos y numerosos primos por parte
de la familia de mi madre, con los que mucho compartí. Recién en la adultez
pude hacer la conexión y llamar abuelos a los padres de mi padre, y llamar tíos
a sus hermanos. Supongo que esta
desconexión fue en parte un recurso psíquico para enfrentar lo
inabordable, excesivo por donde se lo mirase. Y creo que esta forma de
reaccionar se instauró en mí como uno de los mecanismos a mano en momentos críticos, para bien y para mal. Mi infancia
fue incubada por corrientes alternas: el dolor de lo extremo y del desgarro, y
la fuerza y la voluntad de seguir adelante. Pienso (y el pensamiento se
sostiene en la convicción dada por las vivencias) de que nosotros, sus hijos,
fuimos en esos años motor y brújula, fuimos sus talismanes.
Raquel Jaduszliwer con su hermano, antes de 1950 |
Me referí de entrada al paraíso
perdido. Siempre suele haber alguno cuando las cosas van más o menos bien en la
dirección del amor, el cuidado y la tibieza; más tarde o más temprano todos perdemos
retrospectivamente un paraíso que ubicamos en la infancia. En mi caso la
pérdida se produjo de manera neta en lo real, con su espacio y su momento bien
delimitados, cuando mamá enfermó de cáncer y murió cuando yo estaba por cumplir
mis catorce años. La enfermedad se declaró al poco tiempo de mudarnos a la
capital, meses o algo así. Todo era paradojal: mi padre había proyectado hacer
ese cambio por intentar remediar lo irremediable, acercarnos a donde vivía el
resto de la familia materna para que mamá aliviara la tristeza por la muerte de
dos de sus hermanos, una que había sido muy reciente y la otra de años atrás,
la muerte jovencísima de un hermano en las cárceles de José Félix Uriburu, el
presidente golpista.
Raquel Jaduszliwer con sus padres y hermano en 1953 |
Con la pérdida de mi madre se precipitó
la desgracia. Todo el dolor del mundo que se había tratado de mantener a raya
para que a nosotros, los vástagos, no nos inundara, cayó sobre mi cabeza. No
puedo decir que mi padre se haya desmoronado, sería imposible tratándose de
alguien tan fuerte, pero su expresión, sus inflexiones y sus gestos lo
volvieron otro, lejano, tenso, reconcentrado, me parecía tan severo, me hacía sentir en falta. Todo
cambió, dejé de ser el talismán de nadie, me volví huérfana. En general, nunca
me dieron la edad que tengo; supongo que se debe a la década perdida que siguió
a la enfermedad de mamá, con la irrupción de la conciencia del cuerpo como sede
de dolor, sufrimiento y ausencia definitiva.
Diez años de ultramundo, de ser un fantasmita huidizo replegada en mí misma,
vagando en mi propio interior. La vida seguía a pasos rápidos, a golpes de
timón. Tres años después papá se volvió a casar, el triunfo de la voluntad se
mantenía incólume después de todo. La extraña que irrumpió en mi vida hoy es mi
mamá segunda, querida, admirable, vital. Pero lo que ahora entiendo como una
bendición y un reparo, en su momento fue ruptura y estrépito, sensación de
naufragio.
Raquel Jaduszliwer antes de 1950 |
Años más tarde, con veinticinco cumplidos, mi hermano,
recibido poco antes de físico, se fue a hacer el doctorado con una beca a
Toronto, y de ahí a Nueva York, y de ahí a California. Y allí se quedaría,
ciudadano de Estados Unidos, muy lejos. Él había seguido en mucho los pasos de
mi padre. En 1966, con el golpe de ese otro general y dictador, Juan Carlos Onganía,
tenía la entrada prohibida a la facultad, no podía acercarse siquiera a pisar
el césped de los alrededores. De alguna manera, irse en el 69 fue un exilio a
tiempo, salvador, si pienso en la pesadilla que se cernió después sobre nuestro
pueblo. A esa altura, ya nada quedaba en torno mío de la fortaleza y del nido
de la infancia. A veces pienso que si hubiera sido por mí, no me habría movido
nunca del nido, soy de aquerenciarme demasiado. Pero ese desmantelamiento me
arrojó a hacer mi vida, una vida propia. Para cuando mi hermano se fue del país
yo me estaba recibiendo de psicóloga, en un clima de época que también incitaba
a poner las cosas en movimiento. Pero suelo verme a mí misma con los procederes
de una hormiga. Metódica, una hojita por vez. Para ese entonces, mi primo, el
poeta Rubén Reches, hermano de Nicolás, me llevó al Taller de Escritura Mario
Jorge de Lellis (se llamaba Aníbal Ponce en ese momento, en el 69; también
concurrían Daniel Freidemberg, Marcelo Cohen, Lucina Álvarez, Jorge Aulicino,
Oscar Barros, Irene Gruss, Jorge Asís, entre otros). Yo ya había cumplido con
la misión de recibirme; después de haber trabajado en una galería de arte,
ahora sí, tocaba disponerme para el ejercicio de una profesión, pero por fin
con un cierto margen de libertad merecido. En realidad, esa podría haber sido
la coyuntura
óptima para habilitarme a escribir, cosa que no había vuelto a hacer
desde los días de mi adolescencia, días en que llenaba con mis poemas los
márgenes secretos de las hojas de carpeta del colegio. Pero no fue así. Aquello
siguió pospuesto, proscripto, vaya a saber por qué tuvo que pasar tanto tiempo
para que se levantara la veda, la auto-restricción. Así que en aquella
oportunidad, tomé por el otro camino: el día que fui por primera vez al taller,
que funcionaba en el Teatro IFT, conocí ahí nomás en la puerta, antes de entrar,
a Leonardo Moledo, que se acercó a pedirme fuego. Ahí me dije qué cosa, pensar
que éste que se me cruza ahora
jamás se me volverá a cruzar, teniendo tanto en común conmigo…; si me
preguntan por qué tuve esa ocurrencia no podría dar cuenta precisa, fue una
sensación muy fuerte de familiaridad, de infancia compartida. Si lo pienso
ahora suena un poco endogámico, pero bueno, así fue, transmitido a través de
esa mirada y esa voz inolvidable. Al rato lo encontré arriba, en el taller;
compartimos ese espacio, y un tiempo después nos casamos. Tuvimos dos hijos y
toda una vida juntos, con momentos de felicidad y momentos desesperados, pero
de permanente riqueza y de vuelo, de intensidad. Leonardo murió en el 2014.
Otro desmantelamiento, una nueva orfandad, todo el dolor de nuevo. Pero ahora
sí con el amparo y la energía que irradia la escritura que ya había empezado a
desplegarse, desde el 2011 en poesía y con un paseo preliminar por la narrativa
pocos años antes como rodeo y práctica dilatoria, para por fin dar lugar al
Leonardo Moledo |
Y calando hondo, ahora sí se
manifiesta el trabajo que hace sobre mí la escritura. Está instaurado ese
querer decir puesto en acto, motor primero y último, eso que hace del poema un
poema, eso que le permite acontecer y darnos algo de felicidad mayor.
2
— He quedado conmovido, Raquel, por tanto que trasmitís. Y sorprendido, no sólo
al enterarme de que sos prima de dos poetas, sino de que has estado casada con
alguien que yo admiré en su condición de periodista científico (del que, por
ejemplo, he sido su radioescucha). No he leído sus novelas y no recuerdo si he
visto representadas sus piezas teatrales. Hablemos de ellas, ¿te parece?
Raquel Jaduszliwer con Alejandro Méndez Casariego, Rubén Reches, Eduardo Mileo, Cristina García Oliver y Teresa Orbegoso |
3 — Tres primeros premios tus tres
poemarios. Contanos de ellos y de los por venir.
RJ — En 2006 me acerqué nuevamente a la escritura. Pero empecé
por un rodeo previo antes de decidirme por la poesía. Primero algunos pocos
cuentos, y después dos novelas cortas. La narrativa pone un referente como
pantalla entre el autor y el lector; en poesía podríamos decir que el referente
está perdido, o por lo menos que allí donde se produce efecto poético, no hay
referente que valga. Hay entonces mayor exposición, no hay intermediación
argumental, no hay personajes. Está el alma muy a la vista; está la necesidad de
decir que se pone en absoluta evidencia y están los modos de afectación
producida por esa necesidad y bueno, no me fue fácil asumirlo. Pero el caso es
que en un determinado momento me resultó menos fácil aún seguir coartando esa
necesidad, entonces aparecieron seis poemas de una serie, “Ventanas”, muy
visuales, con mucha música. Lucrecia Ércole, amiga de toda la vida desde la
adolescencia en adelante, me impulsó a que los mandara a un concurso que
organizaba la Editorial de los Cuatro Vientos: de allí salió el premio y la
edición de “Los panes y los peces”,
en 2012. Cuando lo gané, en un par de meses tuve que ponerme a escribir para
poder armar el libro, yo no tenía obra escrita y el poemario debía publicarse
en el verano. Así que después de tanta dilación, de buenas a primeras me vi
compelida a escribir un libro. Bueno, así salió, desparejo, con evidencias de
falta de oficio, pero también con mucha intensidad y mucha inspiración. Hay
poemas de ese libro que los sigo sosteniendo con la misma convicción de entonces.
Otros que no. A otros los corregiría, y a algunos los dejaría afuera, pero son
los menos. Agradecida a la editorial que supo encontrarme y de algún modo
ayudarme a salir del exilio interior. Y a Lucrecia, por eso y por tantas cosas.
Raquel Jaduszliwer con Alfredo Luna, etc |
El tercer libro, publicado gracias al Premio Edición otorgado por la
Editorial Ruinas Circulares en 2014 y editado al año siguiente, estuvo signado
por la eclosión de la enfermedad y la muerte de Leonardo; todo lo que pueda
decir o pensar al respecto tiene que ver con eso. Sé que esos poemas llegan
mucho, y entiendo que hay fuertes razones para que sea así. Se produce una
transmisión intensa, de alguna manera bajo el signo de las condiciones
tristemente “privilegiadas” de producción, que han compelido a ir a través del
rodeo de las palabras a cuestiones nucleares de la existencia.
Respecto a lo porvenir, pienso publicar este año otro poemario, estoy en
eso, ya me está haciendo falta.
4 — ¿Qué sucede “En el palacio de aguas corrientes”?... ¿Y en “El salón de los objetos perdidos”?: descubrí que esta sería otra
novela breve tuya. Y además:
¿no volviste a
incursionar en el cuento?
RJ — Como te decía, lo que costó fue asumir mi
consustanciación con la poesía, lo de las novelas fue un rodeo, una previa, lo
que hice no partió de una estructura narrativa, de un armado exhaustivo
preliminar, la estructura fue emergiendo del cuerpo mismo de la escritura y del
trabajo con ella. En los hechos se trató más bien de una manera de ablandar la
mano para lo que vendría después. Como me dijo una vez Mariano Ducrós —poeta,
narrador y profesor universitario de literatura, a quien conocí como director
del Departamento de Extensión del Centro Cultural Borges y que leyó con
verdadero cuidado (y me atrevo a agregar con entusiasmo) “El salón de los objetos perdidos”—: “Se nota que es la novela de una poeta”. Entre paréntesis, el
título fue después cambiado, en parte porque me enteré de que ya había algo
escrito bajo ese nombre, pero en parte también para ser más justa con lo que
acontece a lo largo de la trama y para que el título resulte más representativo
de la parábola trazada por el argumento, que integra sub-géneros que van desde
el absurdo al wuxia (novelas de samuráis made in Hong Kong). Así quedó como “La venganza del clan de las banderas de
acero”. La pasé muy bien escribiéndola, no me costó nada, todo lo
contrario, entré en ese mundo que se iba desplegando, me divertí muchísimo, quizás
también fue una manera de adentrarme en mi mundo; bordea el fantástico pero
como dimensión intoxicante de lo cotidiano, angustiante pero tomado con humor y
apertura. Está muy trabajada y me hace muy bien haberla escrito. Pero bueno, ya
está, no movería más nada para hacer algo más con eso. Aunque también es cierto
que si un día me despierto y descubro que alguna fuerza sobrenatural la publicó
sin mi permiso, no tendría nada en contra, todo lo contrario. No sucede así con
la primera, “En el palacio de aguas corrientes”;
muy jugada en este caso al género fantástico, me resulta hoy demasiado
arquetípica, con un tono profético con el que ya no me hallo cómoda ni me
identifico, quizás con demasiado Viejo Testamento por detrás. De todas formas,
tengo que reconocer que quizás necesité objetivar todo eso para ponerlo afuera
y desactivarlo, por lo menos en lo que hace a mi relación con la escritura, y
quizás también con la vida misma y sus alrededores.
Raquel Jaduszliwer con Alicia Nora Perusín y Alicia Pastore |
Siguiendo
en la línea de lo que te contaba —y no se podrá decir que no hay coherencia en
el planteo—, por nada, por nada del mundo escribiría cuentos. Escribí un par al
principio cuando volví a la escritura, como quien dice vi luz y entré, pero no,
no tengo ni tendré cuentos escritos. Y así como no necesito decir “nunca” en
relación a la posibilidad de novelizar, reconozco que ese trabajo de entrar y
salir rápidamente de un argumento en pocas hojas como lo requiere el cuento… no,
jamás de los jamases, los argumentos me molestan, me distraen de lo principal.
5 — No cualquiera participa de una
experiencia de taller itinerante.
Raquel Jaduszliwer con Anamaría Mayol en Villa María, Córdoba |
6 — ¿Participaste en algún otro taller de escritura?
RJ — Sí, claro que sin la mística del Aníbal Ponce, por
el solo hecho de que en aquel entonces tenía veintitrés años y todo por hacer.
Y si bien en lo que hace a la producción aquella inserción no tuvo en su
momento ningún efecto en mí porque yo estaba absolutamente ausentada, sí fue un
lugar de encuentro, no sólo del amor, sino de vivencias fuertes, ricas,
importantes. Todo lo poco que hice después tuvo otra modalidad. Predominó el
tanteo, el ensayo y error, el ver luz y entrar, no mucha duración en los
lugares, no mucha participación, y cero disposición a la adhesión, ingrediente
que en general suele formar parte del formato taller. Por eso es que preferí
incluirme en seminarios y en cursos de tiempo acotado; debe ser mi sesgo
fóbico, pero creo que hoy seguiría eligiendo de esa manera. Así tuve
experiencias muy positivas en el Centro Cultural Borges, con Sebastián Olaso,
poeta con quien seguimos intercambiando productivamente a través de las redes y
con Mariano Ducrós.
En
2007 intervine en la Clínica de Novela coordinada por María Sonia Cristoff en
el Centro Cultural Recoleta. Y en 2012 hice un seminario sobre la obra de Paul
Celan con Liliana Díaz Mindurry, a quien conocí en el viaje a la Patagonia,
participando de su taller de narrativa al regresar. La experiencia del
seminario se continuó después en las reuniones de taller al que seguí
concurriendo por un tiempo, en las cuales adquirí herramientas que me dieron
soltura en el manejo del verso libre y en las que me fui interiorizando de
diferentes cuestiones que hacen al campo de lo literario. Recuerdo con mucho
cariño lo que venía después de la reunión, las juntadas en la pizzería con
Liliana, mi primo Rubén Reches, la querida poeta Marily Canoso, a veces también
las presencias del multifacético Eugenio Polisky y la poeta Clelia Bercovich.
Raquel Jaduszliwer con Bruno Di Benedetto, Carlos Dariel, Teresa Orbegoso, Claudio Archubi, María Chapp, Jotaele Andrade, Rubén Reches, Flora Levi, etc. |
7 — Adolfo Bioy Casares sostenía que los mejores escritores son los que
hacen que te den ganas de escribir. ¿Qué escritores te dan ganas de escribir?
RJ — No
tengo una lista armada; la más de las veces es azaroso lo que crea el estado de
necesidad de escribir, ese deseo fuerte, decidido. Lo que sí tengo clarísimo es
que si tuviera que llevarme algo, sólo algo único a una isla desierta, no sería
un libro, sería la música de Leonard Cohen y su voz, por supuesto. Y que si
supiera que su voz y su música siguen resonando después de la vida, no le
tendría tanto miedo a la muerte.
8 — ¿Lemas,
chascarrillos, refranes que más veces te hayas escuchado divulgar?
Raquel Jaduszliwer con Carlos De Pascale, Cristina García Oliver y María Chapp |
RJ — Uy, qué pregunta, lateral pero de tanta puntería en este
caso; nunca fui de apelar a ellos, y sin embargo, sin embargo… qué curioso, en
el último tiempo me encuentro diciendo en diferentes contextos y situaciones: “En el camión los melones se acomodan andando”.
¿Será que algo se está moviendo de verdad en mí? Porque en ese caso el apelar a
la sabiduría cristalizada del dicho sería una manera de reafirmar la confianza
en la sobrevivencia de los melones y de todos los frutos que la vida nos da en
guarda.
9
—
Confidencias de salón: ¿Qué faltas o
defectos te promueven la mayor indulgencia?
RJ — Empiezo por la otra punta. No soporto
la soberbia, el sin fisura del “se la
cree”. Cuando es así, todos los defectos se potencian, la falta se vuelve
exceso. Soy consciente de que hay algo desde mí que suele tender a descompletar
a los que demuestran considerarse completos. En una época era casi una misión
en la vida; ahora no, pero bajo determinadas circunstancias algo de eso sigue
operando de manera sutil. Hecha esta salvedad, creo que las faltas y los
defectos son entendibles y merecedores de ser relativizados.
10 — Va de un colega tuyo (y mío),
psicoanalista, Antonio Godino Cabas, este silogismo (“Uno”, Helguero Editores, 1977): “Si lo esencial es invisible a los ojos / y si los ojos son invisibles
a los ojos / entonces, lo esencial son los ojos”.
RJ — Acuerdo con la idea, sí. No sé si en los términos; no sé
si hablaría de “esencia” ni de “lo” esencial. Pero que la mirada es un agujero
negro que se lo engulle todo, sí.
11 — Por lapsos, ¿qué géneros literarios y qué autores te han ido
entusiasmando? Y, ¿cuáles, quiénes han quedado relegados en tu consideración?
Raquel Jaduszliwer con Daniel Adrián Castelao |
Respecto
a la poesía, ya conté cómo se abrieron los surcos en mi infancia. También tuve
mis encuentros propiciatorios en la adultez: Celan, Trakl, Héctor Viel
Temperley, Dylan Thomas; fueron revelaciones. Las lecturas que hago ahora son abiertas,
no digo aleatorias, pero sí abiertas y determinadas por lo que me va sucediendo
y por lo que sucede en torno mío, fluctuantes, acompasadas con la vida. Quizá
deberían ser más sistemáticas, bueno, todo fluye, se verá. Además de las
lecturas de los consagrados me gusta escuchar a los poetas que voy conociendo
(incluyo a los jóvenes y a los muy jóvenes), interactuar con ellos, descubrir y
ser descubierta, considero que nos damos lo que podemos darnos y recibimos los
unos de los otros lo que podemos recibir, que puede llegar a ser mucho. Creo
que en ese sentido me juega a favor, por los años que tengo, haber entrado
tarde a la sociedad de los poetas vivos; soy de ningún lugar, no reporto a la
tradición de ninguna generación porque no tengo trayectoria hecha; si bien por
un lado implica un gran déficit con el que tuve que hacer las paces, también me
permite tener la cabeza muy, muy abierta a todo.
12 —
Legendarios o mitológicos: ¿Apis, Uróboros, Sátiro o Aracne?
RJ — Uróboros me parece el más abarcativo de los cuatro,
posibilita un mayor nivel de abstracción, se presta más al pensamiento, al
despegue de la imagen y su sensorialidad, que en todos los casos citados me
resulta inquietante y me genera algo parecido al pavor.
13 — Un párrafo de la novela “La insoportable levedad del ser” de
Milan Kundera, se inicia con esta frase: “Ser
cirujano significa hender la superficie de las cosas y mirar lo que se oculta
dentro.” Ser novelista o cuentista o poeta o ensayista o dramaturgo… ¿qué
significa?
RJ — Respecto a la definición que da Kundera, me parece
sintomáticamente insuficiente. Coloca al cirujano en posición voyerista, y se
olvida de lo principal, el cirujano opera con eso además de mirar lo que
se oculta adentro. Opera y transforma a fondo. Transforma y puede intervenir en
el destino de manera dramática. Es un mediador ante la vida o la muerte. Por
otro lado, en lo que hace a ser poeta, narrador, ensayista,
dramaturgo, tiendo a pensar más bien en el hacer específico en cada una de
estas áreas. Respecto a los géneros literarios, en principio podría decirse que
se juegan diferentes cuestiones. En términos generales, en narrativa se crean
mundos que de alguna manera recrean en versiones inagotables el
mundo. Algo así también se da en la dramaturgia, con otros recursos. En poesía
se produce el efecto de pérdida de mundo, y en esa creación
de vacío algo pasa con el lenguaje que hace que se desprenda de su función
predominantemente comunicacional y dé lugar a algo muy diferente que producirá
sus consecuencias específicas: golpe al corazón, golpe, flecha, aire; tambor
del llano —como diría Lorca—, orientación a lo real…; pero está claro que
efectos poéticos pueden acontecer en cualquiera de los géneros, nunca se sabe.
Y ahora acabo de darme cuenta de que no dije nada del ensayista. Pondría su
actividad un poco más apartada del conglomerado creativo. Más cerca del trabajo
del investigador, que también crea en cierta medida, trae algo al mundo en
relación al saber que antes no estaba a la vista, pero lo hace bajo reglas de
juego bastante inamovibles. Y volviendo a la comparación con el cirujano…, en
los casos a los que aludimos el cuerpo carnal se ausenta, deja lugar al cuerpo
del lenguaje, pero a su vez en la poesía se hará el camino de regreso al cuerpo
vivo por el rodeo del lenguaje: de vuelta a la carne viva, esa que late y
respira, goza y sufre y que por esta vía resulta hendida de formas varias en su
emocionalidad.
14 — ¿Cuál es tu primer recuerdo de
un cine? ¿Y de un teatro, de una función teatral?
RJ — Del cine, recuerdo de nena los dibujitos animados, pero
lo más nítido y vibrante que me queda de todo aquello es el entusiasmo de mis
padres para hacer su transmisión de mundo a nosotros, sus hijos. Ya en esa
primera experiencia perdura la huella de ir llevada de la mano de
descubrimiento en descubrimiento. Pienso en las primeras películas pero siempre
aparecen mis padres como figura-fondo, y
la figura son ellos; el entusiasmo de mi papá con “Fantasía”, de Walt Disney,
porque había música visualizada para darnos a conocer: “El aprendiz de brujo”,
las escobas y los baldes bailando…; claro que para esa época no podía faltar el
cine soviético, la comparación de los dibujitos en uno y otro campo del mundo,
y por supuesto, era indiscutible la ventaja del campo socialista sobre las
miserias del capitalismo…; bueno, pero más allá de la caída estrepitosa del
gran relato y de su duelo imposible, recuerdo la maravilla de una película rusa
de 1946 que se llamaba “La flor de piedra”. La vi de muy chica, pero aún tengo
la imagen de una flor enorme esculpida en piedra, la sensación de ingravidez
que surge de lo más pesado, la insoportable levedad del ser adviniendo de
aquella paradoja ante mis ojos por entonces recientes. Eso queda.
Respecto al teatro, no puedo hablar del primer recuerdo
sino del más fuerte, porque es el que se impuso hacia atrás y hacia adelante
sobre el resto: fue en 1984, con la visita del realizador teatral polaco Tadeuz
Kantor a Buenos Aires, para poner en escena “Wielopole-Wielopole”, enmarcado
dentro de los postulados de su Manifiesto sobre el Teatro de la Muerte,
propuesta escénica exorcizante de su historia personal y la de su pueblo; cruce
de expresionismo desesperado, arte visionario, música, plástica, cinética, todo
mezclado, todo cruzado como en los sueños. Y él siempre presente, subido al
escenario en un costado de la escena como un demiurgo. Pienso que daría
cualquier cosa por volver a ese momento de revelación. En el ‘87 estuvo de
nuevo, con otra puesta, “Que revienten los artistas” y reviví la liturgia. Es
lo más poderoso que vi en un escenario, el efecto perdura hasta hoy.
15 — Mencionaste a los escritores
Lucina Álvarez y Oscar Barros, quienes el 7 de mayo de 1976 fueron secuestrados
por un grupo de tareas y desde entonces permanecen desaparecidos. ¿Qué esbozo
de cada uno improvisarías para nosotros?
Raquel Jaduszliwer con Cristina García Oliver, Daniel Adrián Castelao, Fredy Yessed, Rubén Reches, Claudio Archubi, etc. |
16 — ¿Qué de lo siguiente que voy a
encomillar, Raquel, sintoniza mejor con vos?: Jorge Luis Borges: “Sospecho que la poesía está esencialmente en la entonación, en cierta
respiración de la frase.” Graciela Repún: “¿Cuál es el colmo de un poeta?: Ser juzgado por malversación.” Lucas
Soares: “...cuando el poeta se halla en
estado de cordura humana, solo engendra poemas mediocres y perecederos.” Martín
Micharvegas: “En poesía / el orden de los
factores / altera el producto.”
RJ — Me
quedo con la última afirmación, por varias razones. Por su precisión. Por
adoptar el símil-exactitud que hace al lenguaje de la ciencia, en este caso de
manera legítima. Porque alude al orden y a la alteración, eje crucial en mi
modo de subjetivación. Y porque funciona: eso que enuncia, eso es. Sí, sin
dudar, la elijo, y mil gracias por aportarla.
*
Raquel Jaduszliwer selecciona poemas de su autoría para acompañar esta
entrevista:
Imaginar la ausencia
Así
como al vampiro no le es dado reflejarse en los espejos
tampoco
nos está permitido imaginar la ausencia
esto
se debe a que no le ha sido concedida el acceso a la mirada
ni
el don de los sonidos
ni
una tonalidad propia, aunque más no sea para virar hacia lo transparente
para
poder imaginar la ausencia
pienso
en el río inmóvil, pienso en lo que se oculta bajo la superficie
pienso
¿cuánto será todo lo que no emerge?
¿dónde
estará guardado lo que no se da a ver?
pero
esa no es la ausencia
tan sólo son
preguntas
fugan hacia adelante,
porque quién de nosotros querría en verdad enterarse
de lo que pertenece a
los fondos del agua
para
poder imaginar la ausencia
pienso
en largos caminos
en
distancia
pero
esa no es la ausencia
es
tan sólo tristeza
memoria
camposanto
para
poder imaginar la ausencia
pienso
en mi madre que contaba con cuarenta y dos años el día en que murió
ya
no se corresponde con nada para ver o tocar
entonces
cómo
poder imaginar la ausencia de un desvanecimiento
para
poder imaginar la ausencia
me
quiebro estas muñecas, esta frente
caigo
sobre las piedras
siento
el dolor y lloro.
(Inédito,
2017)
*
Armonía del mundo
Los movimientos
planetarios no son, así, más que una misma polifonía
continua
que progresa a través de tensiones disonantes hasta ciertos
puntos de
consumación.
Johannes Kepler: “La armonía del
mundo” (1619)
Armonía del mundo
ya es hora
se abre un párpado
es el día que avanza, se hace
descifrar
las cosas se disuelven y todo
aguarda y tiembla
arroja su pregunta como un hilo de
agua
¿quién volvió de la noche con su
lámpara?
¿hay alguien que responde? ¿por qué
el sueño retiene
a la presa que somos en su carcasa
inmóvil?
¿y quién en esta hora pregunta por
sus muertos?
¿por qué ninguno de ellos regresa
todavía?
armonía del mundo
dónde estará ese arco perfecto en
que creíamos
a ciegas en la luz comienza el día
la armonía del mundo se pliega y se
despliega
en su limbo de luz, en su
crisálida.
(de
“La noche con su lámpara”)
*
Ocurre en el medio de
la noche
Mi
padre quedó atrás
tan
pequeña la veo a mi madre en la distancia
que
en todo caso soy yo quien debería alzarla
volver
por ella a sus brazos infantes
consolarla
de algo si pudiera
pero
hace tanto que he partido hoy
los
días suceden
se
suceden
y
cuanto más me acerco al medio de la noche
la
noche sale al paso
me
sorprende cada vez en una ciudad extraña
en
cada una de esas ciudades
nunca
he tenido padre
nunca
he tenido madre
nunca
he tenido hermanas ni hermanos
justo
en el medio de la noche
vienen
a saludarme pobladores de los suburbios
abren
los ojos en la tierra
llevan
y traen de lo desconocido
con
recelo murmuran
dicen
otra
huérfana
preguntan
no
se entiende qué escribe la memoria
entonces
ponen los ojos en el cielo
y
me dedican un silencio póstumo.
(de “Los panes y
los peces”)
*
Las Tablas de la Ley
Estaba
colgando ropa en la terraza
el
cielo era del Greco en su versión sombría
o
quién sabe
quizás
era el mismísimo Señor de la Biblia quien cargaba las tintas
cavaba
sus tinieblas por fuera de la tierra
una
hondura violeta
un
pozo de otro mundo incrustado en la altura
la
oscuridad creciente por encima de todo
hacía
que las cosas parecieran pequeñas
y
que el viento sonara como una admonición
y
volaban las toallas
los
manteles
las
sábanas
todo
el ropaje de los escasos días
tenía
que estrellarse y morir contra la cúpula de la eternidad
esa jaula del Ser
ese silencio.
(de “Persistencia de lo imposible”)
*
Visiones
¿Las
ves?
¿las
ves las ramas?
¿las
ves? ¿de allá se ven?
las
vueltas que da el viento en cada rama
¿de
allá se ven?
no
no
mires hacia el tronco
ni
a la raíz perdida y sus terrones
ni
a la rotunda piedra
que
las cubra de olvido
el
blando olvido
y
para vos las ramas
las
más altas de todas
las
más altas
ay
mi difícil
mi
amor difícil de días más extensos
¿lo
ves
¿lo
ves allá?
¿lo
ves al ángel torvo
blandiendo
sus espadas?
(de “Persistencia de lo imposible”)
*
Fugaz
Cuerpo presente
aparecido de las cosas
todo lo quieto
detenido por donde pasa lo fugaz
esa flor con las alas
abiertas en suspenso
y ese aire
y el agua que la
envuelve como un aire más grave
y la taza y la fuente
en equilibrio
sin respirar
todo lo quieto
detenido por donde pasa lo fugaz
cómo duran los restos
de la noche en la mañana
cómo brillan y
ensombrecen todavía con algo de árbol y de antorcha
mientras tanto
las voces que
vinieron de la calle trajeron otra música dentro del pensamiento
y todo
todo se pierde bajo
el aura inolvidable de la luz
que no se deja
asir.
(de “Persistencia de lo imposible”)
*
Entrevista
realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires, Raquel Jaduszliwer y Rolando Revagliatti, junio 2017.
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