lunes, 30 de agosto de 2010

Caridad, Dios mediante

Angel Juárez Masares

Son seres humanos a quienes la vida los ha castigado con el más cruel ostracismo: la marginación social. Están allí y existen en la medida que alguien deja caer en su mano (o en su lata) la moneda que –sumada a otra- comprará su pan, y que mucha veces también compra un momento de tranquilidad de conciencia para quien la arroja.
Sin embargo, esos seres humanos que extienden su mano desde las escalinatas de cualquier Iglesia también tienen un pasado. Hijos que se han ido, amores que ya fueron, decepciones que aún persisten, y lo que es peor, una asumida resignación a su destino.
Promediando la tarde de ayer, el teléfono celular sobresaltó al señor de impecable sobretodo gris que decía sus oraciones en una de las tantas Iglesias capitalinas. No obstante ver interrumpido su diálogo con el Señor, atendió la llamada, tomó su portafolios y salió con paso rápido, no sin antes dejar la moneda que avalaría su bondad ante el supremo.
Más tarde, en otro lugar y en las mismas circunstancias, otro señor también depositó algunos metales en una caja que sostenía una anciana, pero no le alcanzaron para el ciego que pocos metros más allá agitaba su lata. Mala suerte para el no vidente. Estaba fuera del radio de acción de la iglesia.

Limosnas de ida y vuelta

En este contexto, sin duda las limosnas otorgadas en las puertas de las iglesias tienen un doble efecto claro y definido: permiten comprar algo a quien las recibe, y a quien las da.
No obstante eso, siempre es bueno pensar que mucha gente cree en el beneficio de la dádiva, y ese convencimiento la transforma en algo válido.
“Yo fui herrero toda la vida, hasta que me “agarré”, primero una hepatitis, y después no sé qué cosa que me dejó así las piernas”, dijo don Luis mostrando sus extremidades tiesas como el mismo palo que usa de bastón.
“Traté de hacer otros trabajos pero no pude…después quedé solo…un día me senté a descansar y una señora me dio una moneda. Recuerdo que cuando abrí la boca para devolvérsela se había perdido entre la gente. Después me acostumbré… total…a los 80 años…

Un coro de fantasmas

“Yo era modista señor, y no sabe la ropa que hacía”, -dijo María (78 años)- después las cosas fueron diferentes. La gente empezó a comprar máquinas de tejer, ¿se acuerda?. En esa época había por todos lados…eran lindas…después, vendieron tantas que todo el mundo tenía y nadie compraba los bucitos que yo hacía”.
María se pasa la mano por el rostro, hace una pausa, convoca algún fantasma, y hablando como para sí relata trozos de una historia que -tan de ella es- que no le preocupa si alguien la entiende o nó.
“Uno de mis hijos se fue lejos…creo que…muy lejos…yo me acordaba del nombre de ese país…pero antes. Ahora me acuerdo más de cuando era chica que las cosas que me pasan algunos días…no sé…
Sin duda recordar cuesta demasiado, en esfuerzo y en dolor, porque María simplemente se calla y nos ignora.
Ninguna de las personas que han entrado o salido del templo han dejado limosna. Sólo cuando nos retiramos oímos el choque del metal contra la lata.

Con trapos por sábanas

¿Para qué quiere saber cuanta plata nos dan? ¿Usted se va a poner aquí?, dice una mujer que sostiene en sus brazos un niño al que los trapos no permiten adivinar el sexo.
“Seguro que estoy sola. Como un perro estoy de sola”, agrega con una gran carga de agresividad.
La mujer cambia la oblicua mirada permanentemente. Sus pequeños y movedizos ojos van de la gente que pasa a nosotros, y de allí a su hijo. Estira nerviosa uno de los trapos que lo cubre, ocultándolo aún más.
“Aquí están de vivos –dice bajando el tono- mire que hay muchos que “manguean” y después se lo toman de vino. Entonces, uno que precisa un peso para comprar comida, a veces se las tiene que arreglar con un litro de leche. Por eso es que la gente cada vez da menos “guita”. Ya no es como antes”.
Como en ocasiones anteriores, dejar sólo al limosnero lo beneficia.
Retirarse unos metros basta para que continúen cayendo algunas monedas y uno se pregunte: “¿sumarán treinta?”.-

 
(De Crónicas de vida, Diario “La República” -1997-)

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